Se trata de un discurso que tiene como destinataria la concurrencia que asiste a las competiciones panhelénicas de Olimpia, y su objeto es incitarlos a que se pongan bajo la égida de Esparta para librar a Grecia de los tiranos del Este (el rey persa) y del oeste (Dionisio de Siracusa). La ocasión para pedir la concordia y unidad era muy oportuno, mas la eficacia del discurso sería prácticamente nula, y una anécdota refiere que únicamente logró crear una algarada en la que los presentes destruyeron la ostentosa tienda de los enviados de Dionisio el Tirano.
Dejando aparte la autoría, que parece bastante segura, este discurso plantea diversos interrogantes: no sabemos si fue el propio Lisias quien lo pronunció; ni la fecha (podría haber sido pronunciado en la Olimpiada del 388 aC o en la del 384 aC); ni su extensión completa (ya que el texto conservado sólo se compone de nueve párrafos).
El proemio es breve y ajustado al tema: alude a Heracles como fundador mítico de los Juegos Panhelénicos. La exposición también es breve, y utiliza con mayor abundancia toda suerte de figuras retóricas que no abundan en sus discursos forenses (paralelismos, antítesis, etc), aunque sin llegar al exceso. Es un llamamiento a la unidad y un toque de atención hacia los lacedemonios, cuya hegemonía incluye un deber hacia el resto de ciudades.
De manera que es justo abandonar la guerra intestina y, con pensamiento concorde, asirse a la salvación; avergonzarse del pasado, sentir temor por el futuro y emular a nuestros antepasados quienes hicieron que los bárbaros, que ambicionaban la tierra ajena, se vieran privados de la propia, y expulsando a los tiranos establecieron la libertad en común para todos.
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