A la situación de carestía reinante en Atenas tras la pérdida del control sobre los estrechos del Ponto y sobre el comercio con Sicilia, se une la crudeza del invierno de 387/386 aC. Así las cosas, se ha denunciado por acaparar cereal a los vendedores de grano (los sitopôlai, minoristas o tenderos, un grupo numeroso y despreciado, generalmente compuesto de extranjeros, a diferencia de los émporoi que, teniendo ciudadanía ateniense, realizaban la importación del producto).
Los prítanes han presentado el caso al Consejo, en medio de un ambiente cargado (incluso se han levantado voces para que los acusados sean entregados a los Once para su ejecución). El acusador, consejero en ejercicio, se atribuye a sí mismo una actuación sensata que logró imponer la serenidad, aunque algunos le malentendieron al pensar que trataba de defender a los acusados.
Éste es el discurso más «sucio» de Lisias, con un tono frío y una hipócrita malevolencia que vierte contra un grupo marginal. El orador se presenta como el paladín de los pobres ciudadanos, que tan mal invierno acaban de pasar, y acude a un procedimiento pocas veces visto en la práctica judicial ateniense: el interrogatorio de uno de los acusados. Su objetivo es demostrar su condición de meteco, pero adicionalmente le arranca la confesión de haber acaparado grano; sin embargo, el orador está jugando con el doble significado de synoneîsthai (acaparar, que es ilegal según una ley de Solón, y coaligarse, algo legal, y que de hecho había sido aconsejado por el magistrado Ánito, de tal manera que los vendedores consiguieran un mejor precio para el público).
El discurso no tiene argumentación, y todo el empeño del orador es denigrar al grupo de tenderos resaltando su renuencia a pagar las contribuciones y la contraposición de sus intereses frente a los de la ciudad. La xenofobia del discurso es obvia, y sus tonos sombríos.
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