Esquines de Esfeto, el socrático

Esquines, nacido hacia 425 aC en el demo ateniense de Esfeto, es llamado el Socrático para diferenciarlo del orador del mismo nombre, cuyas obras se han conservado mejor. Fue discípulo de Sócrates, y si seguimos el relato de Platón, estuvo presente en el momento de su muerte.

Se dedicó, con un estilo más cercano al de Platón que al de Jenofonte, a la escritura de diálogos filosóficos que tenían como personaje principal a Sócrates, o mejor dicho a un reflejo bastante preciso del mismo. Esto le otorgó cierto reconocimiento entre sus contemporáneos y continuadores, aunque sus obras sólo han sobrevivido en forma de breves fragmentos y citas de otros autores. Esquines murió hacia el 350 aC.

Por Diógenes Laercio conocemos el nombre de siete de sus diálogos.

Alcibíades
Sócrates conversa sobre Temístocles con un joven y ambicioso Alcibíades, mostrándole que no está preparado para la política, pues carece de la capacidad de descubrir que no sabe lo suficiente sobre estos asuntos. El éxito depende directamente del conocimiento. El contenido es parecido al Primer Alcibíades, uno de los diálogos asignados con duda a Platón.

Aspasia
Sócrates aconseja a Calias enviar a su hijo a estudiar con Aspasia, pues considera que las mujeres son capaces de las mismas virtudes, tanto guerreras como políticas, que los hombres. Le pone como ejemplo a la propia Aspasia, a Targelia de Mileto (que consiguió que muchos griegos se aliaran con Jerjes, logrando ella parte del gobierno de Tesalia) y a la legendaria reina guerrera de Persia, Rodogina.

Axíoco
Uno de los muchos textos escritos para alejar la imagen de Sócrates de la supuesta corrupción de Alcibíades, criticando a éste como bebedor y mujeriego.

Calias
Una discusión sobre el uso correcto de la riqueza. Se defiende que el modo de soportar la pobreza es una forma de medir la virtud mejor que el modo en que se hace uso de la riqueza.

Miltíades
Pequeño encomio a Miltíades, hijo de Esteságoras, por su ejemplar educación durante su juventud, tal vez como contraste con la educación ofrecida por los sofistas.

Telauges
Sócrates conversa con el pitagórico Telauges, a quien critica su ascetismo extremo, y con Critobulo, el joven hijo de Crito, a quien critica su ostentación. Aparentemente, el término medio es lo adecuado.

Rhinon

Euclides y los megáricos

La escuela de Mégara, una de las líneas de pensamiento socrático, fue fundada por Euclides (quien no debe ser confundido con el geómetra de Alejandría), uno de los seguidores de Sócrates. El calificativo de «escuela» debe matizarse convenientemente, pues no siempre se tienen claras las relaciones maestro-alumno, y se piensa más bien en posiciones parecidas que parten de influencias comunes.

Las ideas iniciales de Euclides parecen una fusión del pensamiento eleático y el socrático, por lo que también se le considera sucesor de la escuela de Elea. Por ejemplo, Euclides identificó la Unidad (definida por Parménides como eterna e inmutable) con la forma del dios socrática (Idea de dios en la terminología platónica), y lo llamó Razón, Bien, Sabiduría, etc. Pero Euclides no estaba interesado en la esencia, sino en el Bien: lo que importa es el bien moral y la voluntad de la persona para alcanzarlo.

Estilpón continuó la tendencia eleática, introduciendo un monismo estricto y negando la posibilidad de cambio o movimiento. En el campo de la ética, Estilpón promovía la libertad, el autocontrol y la autosuficiencia, aproximándose así a posiciones cínicas. Algunos de los sucesores de esta línea de pensamiento (Diodoro Crono y Filón de Mégara) desarrollaron la lógica de tal manera que pueden ser considerados una escuela nueva, y son llamados erísticos o dialécticos. Reexaminaron la lógica modal e iniciaron un debate sobre las proposiciones condicionales, siendo así precursores de la lógica estoica.

A través de Estilpón, la influencia megárica llega a los erétricos. Por su parte, Zenón de Citio, que fundó el estoicismo a partir de ideas de la escuela cínica, estudió o compartió ideas con Estilpón, Diodoro Crono y Filón.

Una lista de los filósofos megáricos puede dar buena muestra del desconocimiento que tenemos sobre sus obras y pensamiento, salvo contadas excepciones. Las noticias nos llegan a través de Vidas de los filósofos más ilustres, obra de Diógenes Laercio (siglo III) y en ocasiones por ciertas notas de la Suda (siglo X). Por si la distancia en el tiempo entre estas obras y los autores de que hablan no fuera suficiente, debemos notar que existía la costumbre (o creencia) de formar relaciones de profesor-alumno en función de las ideas desarrolladas por los pensadores, lo cual puede distorsionar la visión que nos ha quedado de ellos.


Euclides de Mégara

Su vida se desarrolló aproximadamente entre el 435 y el 365 aC. Uno de los presentes en la muerte de Sócrates, cuyas palabras tenía en tanta estima como para, según una anécdota, infiltrarse en Atenas vestido de mujer durante uno de los períodos en que a los megarenses se les prohibía la entrada. Supuestamente, tras la muerte de su maestro regresó a Mégara, donde dio refugio a algunos de sus seguidores, entre ellos un joven Platón. A continuación fundaría la escuela que tratamos, que acabaría llegando al siglo de vida. Sus alumnos directos más importantes serían Ictias (que lo sucedería en la escuela), Eubúlides de Mileto, Clinómaco de Turio y Trasímaco de Corinto.

Usó el diálogo y el método erístico para defender sus tesis, generalmente extrayendo consecuencias absurdas de las conclusiones de las ideas contrarias a su pensamiento. Conservamos el nombre de seis diálogos escritos por Euclides (Lamprias, Esquines, Fénix, Critón, Alcibíades y Amatorio), pero ninguno nos ha llegado salvo en un epítome de Diógenes Laercio. Como ya hemos indicado, sostenía que el Bien era único, eterno e inmutable, y que no existía nada opuesto a lo Bueno (ya que el no-ser no puede existir sin convertirse en una especie de ser, y dado que la esencia del Ser es lo Bueno). Sostenía, como Sócrates, que el conocimiento es virtud, y que sólo con el estudio de la filosofía podía entenderse el mundo.


Clinómaco de Turio

Vivió en la primera parte del siglo IV aC. Al parecer, su énfasis en la lógica y la dialéctica puede ser considerada como la fundación de una nueva escuela, la de los dialécticos o erísticos. La Suda lo hace alumno directo de Euclides de Mégara, y profesor de Brisón de Acaya (éste sería, a su vez, el instructor de Pirro, fundador de los escépticos).


Ictias de Mégara

Hijo de Metalos; discípulo de Euclides, y su sucesor al frente de su escuela a mediados del siglo IV aC. Fue colega de Trasímaco de Corinto. Diógenes de Sínope, el cínico, le dedicó un diálogo.


Trasímaco de Corinto

No conocemos casi nada de él. Seguramente aprendió de Euclides, siendo compañero de Ictias. A su vez, habría sido maestro de Estilpón.


Pasicles de Tebas

Hermano del cínico Crates (nexo entre los cínicos y los estoicos). Supuesto discípulo de Euclides y supuesto maestro de Estilpón, aunque más bien sería contemporáneo de este último.


Eubúlides de Mileto

Discípulo de Euclides, de quien al parecer era sobrino. Fue maestro de diversos dialécticos, como Apolonio Crono y Eufanto. Tal vez escribió un libro acerca de Diógenes de Sínope, el cínico. Su fama se debe al establecimiento de argumentos paradójicos -aunque algunas se adscriben a Diodoro Crono-. Siete de ellas son famosas: la paradoja del mentiroso (un hombre dice que miente; si es verdad, entonces no miente; si no es verdad, entonces es falso que mienta), las tres paradojas sobre el desconocimiento de personajes que resultan ser familiares (Electra, el inadvertido y el velado), la paradoja del montón o sorites (basada en que, si unos pocos granos de arena no forman un montón, y si añadimos un grano más tampoco; cómo es posible llegar a algo que sí llamamos montón), la paradoja del pelado (parecida a la anterior, pero basada en el desconocimiento en que arrancar un pelo de una cabellera convierte al sujeto en calvo) y la paradoja del cornudo (tienes lo que no has perdido; no has perdido cuernos; luego eres un cornudo).


Eufanto de Olinto

Más que filósofo, Eufanto fue historiador y poeta trágico. Discípulo de Eubúlides, fue maestro de Antígono, quien posteriormente guerrearía contra los otros sucesores de Alejandro Magno y se nombraría rey de Macedonia (306 aC). Además de varias tragedias, Eufanto escribiría Sobre la monarquía, libro que dedicaría a Antígono.


Apolonio Crono

Nacido en Cirene, fue discípulo de Eubúlides y maestro de Diodoro Crono. Sólo nos quedan simples menciones por Diógenes Laercio y Estrabón.


Diodoro Crono

Llamado el Dialéctico, sobrenombre que traspasó a sus hijos. Hijo de Ameinias de Yaso, vivió en algún momento de su vida en la corte de Ptolomeo Sóter (principios del siglo III aC). Su fecha de muerte se calcula en torno al 284 aC. Entre sus alumnos se contarían Filón de Mégara y Zenón de Citio.

Aunque la influencia de los megáricos es clara, no se sabe con certeza si perteneció a la escuela, o cual fue la relación con los otros pensadores de la línea. Por eso se ha pensado en una escuela de dialécticos iniciada por Apolonio Crono o tal vez por Clinómaco. De las doctrinas de Diodoro nos han llegado únicamente fragmentos, y ni siquiera conocemos los títulos de sus obras.

Profundizó en la dialéctica, buscando una teoría de demostraciones y proposiciones hipotéticas. Así como pensaba que el espacio era indivisible e imposible el movimiento (había negado las aporías de Zenón de Elea para negarlo), en el campo de la lógica rechazaba que la noción fundamental pudiera dividirse. Negó la entrada en existencia y la multiplicidad tanto en tiempo como en espacio, y consideraba que todos los objetos formaban parte de un único compuesto de infinitas partículas indivisibles. Tal vez fue el autor de algunas de las paradojas que se le asignan a Eubúlides. Rechazaba la creencia de que el lenguaje fuera ambiguo, y achacaba cualquier error o incertidumbre en la comunicación a los hablantes.

Dio una solución al problema aristotélico de los contingentes futuros (si un hecho del futuro puede verse en el presente como verdadero o falso) usando para ello lo que se llamó el argumento dominante (si un hecho no ha sucedido, se deduce que en el pasado era una certeza que no pasaría; como toda certeza en el pasado es necesaria, era necesario que en el pasado el hecho no sucediera; como una imposibilidad no se puede deducir de lo que es posible, siempre es imposible que el hecho sucediera; luego si un suceso no será cierto en el futuro, nunca lo habrá sido ni lo será).


Estilpón de Mégara

Vivió aproximadamente entre los años 360 y 280 aC. Fue el sucesor de Ictias al frente de la escuela megárica, aunque antes pasó por el círculo cínico, ya que supuestamente fue discípulo de Diógenes de Sínope.

Fue maestro de diversos pensadores erétricos (Menedemo y Asclepíades), estoicos (Zenón de Citio) y escepticos (Timón el Silógrafo). Ateneo (en el siglo III) nos da el nombre de otra alumna: Nicareta, una hetera de buena familia; Diógenes Laercio la hace su amante.

El concepto ético de Estilpón se aproximaba al de los cínicos y estoicos. Aplicó las ideas de la escuela eleática a la doctrina del bien, consistente para él en la impasibilidad del alma. En un pequeño fragmento conservado clasifica los bienes en tres tipos (bienes del alma, bienes del cuerpo, bienes externos), para demostrar que el exilio no arrebata el bien. Criticó la teoría platónica de la imitación entre la realidad sensible y el ser, pues para él lo universal no está contenido en lo individual y concreto: la esencia de los objetos no puede ser alcanzada por los predicados sobre ellos.


Brisón de Acaya

Tal vez alumno de Estilpón y Clinómaco, y supuestamente maestro del cínico Crates de Tebas, el escéptico Pirrón de Elis, y el cirenaico Teodoro el Ateo. Confundido muchas veces con el algo anterior en el tiempo Brisón de Heraclea (un sofista que trabajó en la aproximación del valor de pi).


Filón el Dialéctico

Llamado Filón de Mégara, aunque en realidad su ciudad de procedencia se desconoce. Famoso por los diálogos con su maestro, Diodoro Crono, sobre la idea de lo posible y los criterios de cumplimiento en las proposiciones condicionales. Como Aristóteles, sostenía que no sólo es posible lo que es, o será, sino también lo que es adaptable a la finalidad concreta del objeto en cuestión.

Filósofos socráticos

Diferenciamos a los filósofos presocráticos como aquéllos en que no se encuentra influencia del pensamiento de Sócrates (aunque fueran contemporáneos o incluso posteriores). Eso incluye a los cosmólogos y a las famosas escuelas o círculos de pensadores (los milesios, los pitagóricos, los sofistas, etc). Ahora bien, llegado un momento, las ideas antropológicas se habían extendido en la cultura griega gracias, en parte, a los alumnos de Sócrates, y encontramos puntos de encuentro, ideas comunes e influencias en una larga lista de filósofos y pensadores más modernos.

Un buen número de jóvenes, tanto atenienses como extranjeros, pudieron disfrutar de las ideas y las enseñanzas de Sócrates (como Jenofonte, Alcibíades o Esquines el literato), y muchos crearon, a su vez, una nueva escuela de pensamiento (así nacieron, además de la Academia de Platón, círculos como los cínicos, los cirenaicos y los megáricos). Estas escuelas influyeron a su vez en pensadores aún más modernos (respectivamente, neoplatónicos, estoicos, epicúreos y escépticos), llegando así, a través del tamiz de helenistas, romanos y bizantinos, al mundo actual. Naturalmente, cuando hablamos de «escuelas» no debemos entenderlas en un sentido moderno, sobre todo porque a veces (como en los megáricos) nos encontramos ante un grupo de parecidas ideas, pero no siempre unido por una relación doctrinal o estudiantil.

Si comparamos la contrastada visión que Platón y Jenofonte nos dan sobre Sócrates, y la aunamos a lo que podemos obtener sobre él de los otros autores que llamamos socráticos, obtenemos una reconstrucción caleidoscópica que ya sorprendía a los antiguos. La denominada «cuestión socrática» se fija precisamente en la variedad de líneas de pensamiento creadas por los alumnos de Sócrates para constatar que, como diría en el siglo V Agustín de Hipona, o bien Sócrates debió de haber sido increíblemente confuso, oscuro y carente de ideas claras, o bien se trató de un individuo de excepcional fuerza inspiradora.

Para buscar los puntos en común de las diversas escuelas, puede ayudarnos el orador Isócrates, quien en dos de sus obras (Encomio de Helena y Contra los sofistas), establecía una dura crítica a los que acercaban la filosofía (él mismo se consideraba filósofo) a la sabiduría (llamándolos, en su conjunto, «sofistas», término con el que hacía referencia tanto a los sofistas como a los socráticos). Estos testimonios muestran cómo el grupo socrático era percibido por un sector de la vida cultural del momento. La queja principal y básica de Isócrates era el uso de la erística (entendida como una dialéctica destructiva, basada en derrumbar los argumentos del rival), queja ejemplificada también con otros métodos, como el establecimiento de la unidad de la virtud (identificación de justicia, valentía, etc) o la imposibilidad de contradecir. De importancia capital es también el criterio de utilidad, pues para Isócrates, fundador de una escuela de hombres hábiles para gobernar, los socráticos o bien carecían de propuestas políticas (tal sucedía con megáricos y cirenaicos), o bien sostenían visiones utópicas (la alambicada propuesta platónica de un gobierno de filósofos, las alusiones de Antístenes a lo natural o las apuestas a la virtud individual de Esquines). Así mismo, Isócrates dirige un agrio ataque contra los que prometen enseñar la felicidad, y ofrecen un bienestar que no poseen, exigiendo dinero por ello, pues crean la ilusión de que la enseñanza no sirve de nada.

Todos estos reproches pueden ayudarnos a inferir una serie de rasgos comunes a las diferentes líneas socráticas, que de otra manera, dado el escaso volumen de los fragmentos conservados, se nos escaparían.
  1. La búsqueda de una definición de verdad, y de los criterios para establecerla. Las propuestas varían entre ellas, pero todas buscan ensamblar realidad, pensamiento y lenguaje.
  2. El tema del cuidado del alma y su relación con la felicidad. Nunca faltan consideraciones éticas y antropológicas en relación con la purificación anímica.
  3. Pretensiones de conocimiento integral, incluyendo lo político. La figura del filósofo adquiere funciones de advertencia o denuncia, e incluso, en los erétricos, se llega a la actividad política.
  4. Una metodología que, desde el exterior, es vista como erística. La acusación sobre el uso de la otra cara de la dialéctica, preocupada únicamente por refutar al interlocutor, parece cuadrar mejor con los megáricos, pero también es adoptada por el personaje de Sócrates en las obras de otros autores.
  5. Preocupación por la formación de jóvenes en un formato protoescolar, evitando la mercatilización de la enseñanza. El contacto de Sócrates en el mercado o los gimnasios va cediendo lugar a una institucionalización de círculos y escuelas que conformarán la época helenística.
En cuanto a los materiales de que disponemos, la mayoría de los autores nos llegan únicamente a través de fragmentos y menciones, debido principalmente a dos razones. Por un lado, durante el período helenístico comenzó a valorarse la idea del corpus clásico (idea extendida sobre todo desde la Biblioteca de Alejandría), por lo que no se puso tanto empeño en conservar las obras contemporáneas. Por otro, la pervivencia de una escuela era un factor decisivo para la copia y dispersión de sus obras, y así vemos que las ideas de los megáricos quedaron sujetas a los avatares de conservación de los textos estoicos, y éstos fueron a su vez perdiéndose hasta el punto de que hoy en su mayor parte deben ser reconstruidos por fuentes que suelen ser hostiles a este pensamiento. A su vez, los cirenaicos fueron condenados en bloque por los autores cristianos a causa de su hedonismo, por lo que no se prestó atención a sus supuestos teóricos.

Los socráticos conforman una larga lista de filósofos y pensadores. A continuación presentamos los nombres de los principales, que estudiaremos en detalle en los lugares oportunos, junto con sus alumnos, seguidores o pensadores en su misma línea.
  • El más insigne es, por supuesto, Platón, fundador de la Academia. De igual talla, alumno tanto de Sócrates como de Platón, es Aristóteles, que originó el grupo de los peripatéticos del Liceo.
  • Mención especial merece Jenofonte, quien a pesar de no ser filósofo (habida cuenta de su pragmatismo y su interés por las lecciones de la historia), también escribió dentro del género dialéctico y sobre la figura de Sócrates.
  • Euclides es el primero de una larga lista de pensadores megáricos.
  • Arístipo fue el fundador de la escuela cirenaica.
  • De Antístenes se ha discutido si fue o no el iniciador del grupo cínico, pero en cualquier caso su influencia es clara.
  • Fedón sentó las bases para los elíacos y erétricos.
  • Esquines de Esfeto no creó una escuela, pero tuvo un amplio reconocimiento.
  • Por último, debemos nombrar a Simón de Atenas, llamado el Zapatero. No es importante por sus ideas o por su doctrina (de las que existen pocas referencias en la actualidad), sino porque, siendo discípulo directo de Sócrates, tenía por costumbre apuntar sus conversaciones con él, mantenidas mientras trabajaba en su taller del cuero.

pseudo Platón: Diálogos dudosos y apócrifos

Varias obras fueron adscritas a la autoría de Platón, tanto en la Antigüedad, en los años inmediatos a su muerte, como a lo largo de los siglos siguientes. Al parecer, que una obra tome la forma de un diálogo entre Sócrates y otro personaje la hacía susceptible de ser considerada platónica. Sin embargo, hoy se tienen serias dudas sobre algunos de estos textos, mientras que otros son claramente contrarios a su pensamiento.

A continuación mostramos el resumen de algunas de estas obras, que salvo en un caso (el Alcibíades primero) son superficiales y de poca extensión. No es posible hablar de una fecha de composición, y aunque podemos preguntarnos quién fue su autor real, pocas respuestas obtendremos.

Alcibíades, o de la naturaleza humana

Este diálogo, de mayor extensión que el resto de los aquí tratados, trata del conocimiento de uno mismo, como punto de partida para el perfeccionamiento moral, principio de todas las ciencias en general, y de la política en particular. La primera parte es un largo preámbulo que trata de lo justo y lo útil: tras demostrarle a Alcibíades que no conoce lo que es justo (pues no se ha preocupado de aprenderlo, ya que nunca supo que lo ignoraba), Sócrates usa una larga serie de deducciones para llegar a la conclusión de que lo justo y lo útil son una misma cosa (lo justo es honesto, lo honesto es bueno, lo bueno es útil). Así pues, Alcibíades ignora también lo útil, y desea hablar de cosas que no conoce; se hace necesario comenzar por instruirse él mismo, perfeccionarse. La segunda parte del diálogo busca responder esta necesidad: no puede perfeccionarse, mejorar, sin conocer lo que es. Se establece la distinción entre cuerpo y alma, llegando a la conclusión de que el ser humano o no es nada, o es alma solamente. Para conocerse a uno mismo es necesario analizar la parte del alma donde reside la virtud, la primera necesidad de un pueblo y la causa de su prosperidad, si la poseen los que se ocupan de los asuntos públicos.

Segundo Alcibíades, o de la oración

Diálogo cuya autenticidad platónica no es reconocida ni rechazada unánimemente. La escena tiene lugar entre Sócrates y Alcibíades, y trata sobre los ruegos a los dioses: Sócrates quiere dar a entender que no debe orarse ligeramente, pues en ocasiones las súplicas, sin saberlo, serán perjudiciales, así que únicamente debe pedirse el bien.

Del alma del mundo y la naturaleza

Esta obra, escrita en dialecto dórico, es un compendio del Timeo de Platón, del que toma frases enteras. Al inicio aparece el nombre de Timeo de Locres, un pitagórico contemporáneo de Sócrates, como quien presta el contenido, pero la identificación entre las ideas platónicas y el pensamiento pitagórico es completamente artificial.

Epinomis o el filósofo

El título de esta obra, que quiere decir "complemento/conclusión a las leyes", hizo que muchas ediciones lo colocaran justo detrás de las Leyes. Encontramos los mismos personajes ancianos (el cretense Clinias, el lacedemonio Megilo y un ateniense), pero faltan el espíritu y el estilo de Platón. El autor, seguramente más pitagórico que platónico (quizá Filipo de Opontio), se esfuerza en demostrar que el deber más importante del legislador es estudiar la ciencia de los números, la astronomía y la geometría.

Erixias

Superior a la mayor parte de estos diálogos, esta obra no está exenta de gracia y variedad; no instruye, pero tampoco causa fastidio. Contiene una animada e interesante conversación en la que Erixias, Erasístrato y Critias responden sucesivamente a Sócrates. Se proponen diversas proposiciones que constituyen una moral decorosa, aunque no llegan a una profunda doctrina. Se expone, con no excesivo rigor, que la riqueza depende del valor de los objetos poseídos, de donde se sigue que la sabiduría, o ciencia del bien y del mal, es la mayor de las riquezas. También se dice que la riqueza puede ser un bien o un mal según la honradez de su dueño, y que las necesidades se hacen más numerosas y exigentes cuantos más medios hay para satisfacerlas.

Teages, o de la ciencia

Demódoco, padre de Teages, suplica a Sócrates que le enseñe al muchacho todo lo que sabe. Pero Sócrates le pregunta a Teages qué es lo que quiere aprender, averiguando así que el joven cree que basta conseguir un buen maestro para ser hábil. Sócrates le hace comprender que se necesitan ciertas disposiciones morales para que las enseñanzas no sean inútiles.

Hiparco, o del amor a la ganancia

El diálogo, breve y superficial, y algo mezquino, toma su nombre de una anécdota que en él aparece, referida a Hiparco, hijo de Pisístrato. Algunos atribuyen la obra a Simón el Socrático. El asunto apenas se desenvuelve. Un amigo de Sócrates se muestra muy severo en cuanto al amor a la ganancia, mas Sócrates protesta: la ganancia es lo contrario de la pérdida, a todas luces un mal; luego la ganancia es un bien, inocente y universal. Pero es preciso buscar la ganancia en las cosas que tengan un valor real

Minos

Diálogo con diversas características compartidas con el anterior: se presume que su autor pudiera haber sido Simón el Socrático; toma título de la referencia a Minos (alabado con exageración como el legislador por excelencia); los interlocutores son Sócrates y un amigo; y el tema, en este caso la ley, es tratado con debilidad. En relación con este tema, se dice que la ley no se corresponde con lo legítimo (como lo visto no es el órgano de la vista), y que no puede ser variable, puesto que se trata de un juicio verdadero.

De lo justo

Dialogo que bien podría ser obra de Simón el Socrático. No tiene estilo alguno, y aunque la doctrina es socrática y platónica, está desprovista de interés. Tiene lugar entre el personaje de Sócrates y un amigo, y comienza, ex abrupto, con la cuestión de qué es lo justo. Sin embargo, la obra no responde a esa cuestión, pues en ella se comenta que uno es injusto a pesar suyo, por ignorancia (y ésta es involuntaria); así pues, nadie es malo voluntariamente.

Axíoco

Uno de los más valiosos de este conjunto. Sócrates conversa sobre el término de la vida con Axíoco, pues el hijo de éste, Clinias, ha ido a buscarle y le ha dicho que está moribundo. Encontramos poca originalidad y en ocasiones escaso rigor, a pesar de que el diálogo se presenta en una especie de cuadro dramático. Como morir es tornarse insensible, supone dejar de sufrir, por lo que la muerte no es un mal, sino una redención. Además, parte del ser humano es inmortal. La obra se cierra con una recitación mítica sobre el mundo tras la muerte; poco más que un boceto, que recuerda de refilón el estilo platónico.

Los rivales

El personaje de Sócrates narra un diálogo en el que perseguía la definición de la filosofía. No consiste en conocer todas las cosas (pues las fuerzas del espíritu tienen un límite, y la filosofía nunca lograría alcanzar la ciencia universal), ni en formarse una idea general de todas las ciencias y artes (pues entonces el filósofo sería inferior a cualquier sabio o artista versado en un sólo tema), sino en conocerse bien a sí mismo (pues así conocerá el género humano y será capaz de guiarse y de guiar a los demás).

De la virtud

Sócrates y un amigo proponen cuestiones sobre la naturaleza de la virtud. El interés de la obra, tanto literario como filosófico, es casi nulo. El contenido puede resumirse en tres preguntas: si la virtud puede, por su naturaleza, ser enseñada (no, puesto que los hijos de los grandes hombres aprendieron música o equitación, pero no se les enseñó virtud), si la virtud es un don natural (no, puesto que si los hombres fueran naturalmente buenos o naturalmente malos habría una manera de distinguirlos, como en el caso de perros o caballos), y, por último, de dónde viene entonces la virtud (es un presente de los dioses, ya que no se aprende ni es natural).

Clitofón

Diálogo brevísimo y de escaso valor. Acusado por Sócrates de haber censurado sus conversaciones filosóficas y alabado las lecciones del sofista Trasímaco, un tal Clitofón se defiende mostrando al propio Sócrates lo que piensa de él: es un hombre maravilloso por exhortar a la virtud, pero incurre en el error de no pasar de ese punto, pues es preciso enseñar a ser virtuoso prácticamente, señalando las dificultades y obstáculos del camino.

Jenofonte: Ingresos públicos

Brevísimo opúsculo que trata del desarrollo económico del Ática. También es llamado Recursos económicos.

Entre sus influencias, podemos citar a Sócrates, pues el conocimiento de uno mismo se cifra, según la obra, en el conocimiento del propio país, de su economía, como parte de la vida política de la ciudad. También el espíritu socrático se refleja, como sucedía en las Helénicas (y también en Sobre la paz de Isócrates, y en los programas de Eubulo o Licurgo), en su idea del término medio, ya que la salvación de Atenas no radica en el imperialismo, que ha fracasado estrepitosamente y ha dejado el recelo en los pueblos vecinos.

Por las alusiones a la guerra de Atenas con sus aliados y a la guerra sagrada de Delfos, el texto no puede ser anterior al 355 aC. Como Jenofonte murió en el 354 aC, la fecha de composición queda claramente acotada.

El resumen de su contenido, separado en sus epígrafes, es el siguiente:
  1. Condiciones naturales favorables del Ática, tanto en los frutos de la tierra como en el mar, el mármol y las minas de plata, y posición "central" entre los extremos del mundo conocido.
  2. Los metecos debieran ser eximidos del servicio militar, y sus restricciones a una vivienda propia debieran reducirse. Esto aumentaría sus ingresos, y por tanto los correspondientes a su impuesto especial.
  3. El comercio y la importancia de fomentarlo, por ejemplo estableciendo unos premios a los más diligentes o construyendo establecimientos junto al puerto.
  4. Las minas de plata, a las que se dedica el apartado más largo. A diferencia de la agricultura y de las manufacturas, nunca sobra mano de obra en las minas, y se propone así el establecimiento de esclavos públicos, que trabajen para la ciudad en lugar de para empleadores privados.
  5. La paz como condición necesaria para el desarrollo.
  6. Ventajas de este plan, si se pone en práctica con el beneplácito de los dioses.

Jenofonte: Hierón

Obrita que presenta un diálogo, de tipo socrático, entre el tirano Hierón y el poeta Simónides, centrado en una pregunta inicial del poeta: la distinta situación del tirano y del ciudadano particular en lo que atañe a alegrías y tristezas. Por supuesto, el diálogo es imaginario (Simónides visitó la corte de Hierón en el 476 aC, más de un siglo antes de la escritura de esta obra) y sus personajes no son reales: Simónides no es el poeta cortesano, y en la parte final es el propio Jenofonte quien habla. Por su parte, Hierón es sólo un déspota de la peor calaña, y no el personaje elogiado por Píndaro y Baquílides, gran guerrero y legislador clarividente.

En cuando a su fecha de composición, la situación no está clara. Alguno piensa que su escritura tal vez estuviera motivada por el auge y posterior caída del tirano Jasón de Feras, en los años 370 aC, o bien por las de Dionisio el Joven, en la década siguiente. La alusión a las conspiraciones de los familiares puede hacer referencia a los asesinatos entre los sucesores de Jasón, por lo que la composición de la obra sería posterior al 358 aC. El estudio de la lengua y de las influencias retóricas nos proporciona una fecha tardía, más acorde con este último dato.

Este texto influyó en Sobre la paz de Isócrates y en los cínicos, uno de cuyos temas comunes era la desgracia del déspota. También fue muy leído por los aticistas y sofistas de los siglos I y II (como Dión de Prusa y Arriano).

Si bien en su comienzo la obra parece querer tratar una cuestión individual, a medida que se avanza en su lectura se constata que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo, tomando cada vez mayor fuerza la idea de que si al tirano no le va bien es porque está enfrentado con toda la ciudad. La postura invariable del personaje de Hierón es que el tirano goza menos y sufre más que el ciudadano común, lo que contrasta completamente con el pensamiento del personaje de Simónides. A lo largo de sus once epígrafes se pasa revista a diversos aspectos de la vida, y se intenta averiguar quién sale más favorecido desde la perspectiva del placer. Éste es el resumen del contenido, separado en sus epígrafes constituyentes:
  1. El punto de partida son los sentidos del ser humano, ya que suponen la primera fuente de placer o dolor. Hierón afirma que no puede asistir a los espectáculos, y Simónides le replica que siempre son halagados sus oídos. Mas el tirano le contradice, ya que sólo son agradables los elogios libres, no los que se hacen por adulación. También se queja de que no disfruta de los manjares o de los perfumes, pues no encierran novedad o sorpresa para él. Pasa luego Simónides a considerar el tema del amor, replicando Hierón que nunca puede saber si en sus amantes éste es verdadero o fruto del miedo, y además alega que nunca podrá casarse, salvo con una extranjera, ya que el matrimonio debe aportar dinero y prestigio mayores a los ya poseídos.
  2. Trata la posesión de bienes o riquezas, y de la facilidad del tirano para realizar el bien a sus amigos y el mal a sus enemigos. Pero Hierón soslaya de momento la cuestión, centrándose en otros bienes que disfruta más el ciudadano particular: paz, viajes, seguridad, e incluso la guerra, que suponen problemas para el tirano.
  3. Versa sobre la amistad y el amor de amigos y familiares, de los que poco puede gozar quien es víctima frecuente de conspiraciones.
  4. Se plantea la falta de confianza y seguridad en los súbditos del tirano, patente en el constante miedo a ser envenenado. Hierón responde también a la cuestión sobre los bienes planteada antes: los tiranos son en realidad pobres, pues no pueden cubrir sus necesidades (aventajar a otros tiranos, poseer ciudades, puertos y territorios, pagar a sus ejércitos, etc).
  5. Sobre el triste destino del tirano que, como cualquiera, admira a los hombres sabios, valientes y justos, pero se ve obligado, por recelo, a servirse de personas injustas, corrompidas y serviles.
  6. Hierón añora los placeres que disfrutaba como ciudadano: amistad y conversación con los amigos, banquetes, embriaguez, sueño. El temor destruye su felicidad.
  7. Simónides entra en el terreno de los honores, que por sí solos justificarían la tiranía. Pero Hierón alega lo mismo que con los halagos: las muestras de respeto motivadas por el miedo no son verdaderos honores. Simónides entonces le pregunta qué le lleva a mantenerse como tirano, a lo que Hierón responde que ni siquiera eso le está permitido, pues no podrá agraviar todos los males.
  8. El poeta propone crear un proyecto ideal de gobierno que no esté reñido con el amor y el respeto de sus súbditos. Comienza considerando que los actos del gobernante y de los súbditos (regalos, cuidado de enfermos, tolerancia de la vejez) son agradecidos mucho más al primero. Pero el tirano le recuerda las cargas que el tirano debe imponer, como impuestos, vigilancia, castigos, mercenarios, que le salen caras al ciudadano.
  9. Simónides considera que hay ocupaciones gratas (como alabar y otorgar premios) y ocupaciones enojosas (como castigar y censurar). El gobernante debería encargarse de las primeras y mandar las segundas a otros. Así mismo, se considera la creación de premios para todas las actividades, de tal forma que los gastos sean cubiertos por la mayor cantidad de ingresos.
  10. El poeta establece que los mercenarios se convertirán en protectores de toda la ciudad y de sus bienes, en lugar de únicamente del tirano. De ese modo los súbditos se convencerán de su utilidad y participarán en su mantenimiento.
  11. En el último epígrafe se exhorta al fomento de los gastos públicos, de notorias ventajas para el país y para el gobernante

Jenofonte: Agesilao

Elogio o encomio a la figura de este rey espartano, resumiendo brevemente su vida y sus intervenciones más importantes, y exaltando sus virtudes principales. Que el relato de los hechos del rey alcance hasta su muerte nos señala que la obra no puede ser anterior al 360 aC.

Hemos de recordar que Jenofonte era amigo de Agesilao, lo acompañó tras su experiencia en la expedición de los Diez Mil y con él luchó en Coronea. Gracias a esta colaboración obtuvo, de hecho, su finca en Escilunte.

La primera parte de la obra, que relata los hechos del rey, se inspira en el Evágoras de Isócrates. La enumeración de las virtudes sigue el mismo orden que el aparecido en el Banquete de Platón (que a su vez procede de Gorgias). Su originalidad está, precisamente, en mantener separadas ambas partes. A grandes rasgos, el contenido coincide con el aparecido en las Helénicas (obra que, según la opinión general de los estudiosos es anterior), salvo que aquí, como corresponde a un encomio, Jenofonte omite ciertos detalles que podrían perjudicar la imagen del rey, como por ejemplo su cojera. Plutarco, en Vidas paralelas, no tendrá tanto miramiento.

En cuanto a su estilo, el buen uso de los recursos retóricos le valdrán el reconocimiento de los autores latinos como Cicerón, Nepote o la Segunda Sofística. Dionisio de Halicarnaso, Tácito y Plinio el Joven también lo tomarán como modelo de encomio.

Éste es el epítome de la obra, señalando sus epígrafes:
  • 1-2: Resumen de la vida de Agesilao, comenzando por alabar su nobleza de sangre, pues desciende de una dinastía de reyes de la ciudad más importante de Grecia, y cuyas raíces arrancan del mítico Heracles. Se centra más en la campaña de Asia, ya que Agesilao fue el primero en combatir al persa en su propia tierra. Luego recuerda los combates contra Tisafernes, Titraustes y Farnabazo. Pasa al viaje de regreso y la batalla de Coronea, así como a las expediciones contra Argos, Corinto, Acarna, Fliunte y Tebas. Se elogia su valor en Tegea y la defensa de la ciudad de Esparta. Termina con su intervención en Egipto, pero tampoco se olvida Jenofonte de su labor como embajador.
  • 3-9: Las virtudes del rey: piedad, justicia, templanza, valor, sabiduría, patriotismo, amabilidad, dignidad y sencillez (frente a la ostentación del rey persa).
  • 10: Epílogo para justificar, por la acumulación de virtudes, el encomio realizado.
  • 11: Compendio o sumario de los siete capítulos en que se han tratado las diferentes virtudes.

Jenofonte: Cinegético

Esta breve obra es una suerte de tratado técnico sobre la caza. Se observa el valor educativo de la misma, e inspira un amor progresivo por el peligro, desde la caza de la liebre, pasando por la del ciervo y el jabalí, hasta llegar a las fieras y, en un paralelismo curioso, a los sofistas (que tal vez habían criticado la obra por su estilo descuidado y falto de elegancia). A pesar de lo obsoleto de sus técnicas, sigue siendo un texto interesante, y muchas observaciones aún son válidas.

La autoría de Jenofonte es discutida: algún estudioso la niega rotundamente, otros la aceptan viendo en ella las ideas, los sentimientos y el estilo de otras obras de Jenofonte, y la mayoría ve en ella una autoría parcial, pues el primer capítulo, un exordio retórico de diferente estilo, bien pudiera situarse dentro de la Segunda Sofística, durante el reinado de Adriano. Diferencias en el resto de la obra (como la abundancia del quiasmo y la asíndeton, y también la concepción peyorativa de la retórica) han sido achacadas a que De la caza sería una obra temprana. Respecto a ésta, se ha propuesto que la composición se realizaría durante la estancia en Escilunte, entre 392 y 388 aC, más concretamente el año 391/390 aC.

El contenido de sus trece epígrafes quedaría de la siguiente forma:
  1. Prólogo o exordio sobre el origen y mitología de la caza, presentando a los héroes que la practicaron.
  2. Trata brevemente del guarda-redes (debe hablar griego) y describe por extenso las redes mismas.
  3. Habla de las razas de perros (raza "cástor" y raza "zorro", ambas laconias), de sus cualidades y defectos (en realidad es una lista de los defectos que deben evitarse), y de sus formas de rastreo (de nuevo, lista los errores más comunes de los animales).
  4. Condiciones físicas que han de reunir los perros y cómo deben rastrear.
  5. La liebre: rastro, clases, defectos y condiciones especiales para la carrera. Es curioso que el capítulo termine pidiendo respeto para los cultivos y las aguas de las tierras de labor, tanto por motivo profesional (que la caza no sea vista con malos ojos) como moral.
  6. Sobre el equipo y adiestramiento de los perros, la colocación de las redes y el modo de iniciar y finalizar la caza.
  7. Trata de la reproducción y cría de los perros.
  8. Rastreo, seguimiento de huellas y captura de la liebre en la nieve.
  9. Se ocupa de la caza de ciervos y cervatos, de la colocación de cepos y de la caza con ellos.
  10. El jabalí: equipo preciso y su captura con redes.
  11. Sobre los procedimientos seguidos para capturar fieras.
  12. Las ventajas de la caza: mantiene en perfectas condiciones físicas y adiestra para la guerra, sin que ello suponga el abandono de los asuntos particulares.
  13. Remata la obra con un ataque a los sofistas y su enseñanza, trazando un paralelismo entre los políticos ambiciosos que van a la caza de amigos y los auténticos cazadores de fieras.