Odisea, canto vigésimo: Lo que precedió a la matanza de los pretendientes

Ulises, sin poder dormirse, implora a Atenea, y ésta le reconforta. Al despertar, pide una señal del apoyo divino a Zeus, que deja sonar un trueno sin nubes.
Se encuentran luego Eumeo y Ulises, y poco después llega el cabrero Melantio, que vuelve a injuriar al "mendigo". Filetio, otro de los pastores, da la bienvenida al desconocido, lamentándose por la falta de Ulises y deseando su regreso.
Los pretendientes se reúnen de nuevo para comer en la hacienda de Ulises. Naturalmente, a pesar de la protección de Telémaco, las injurias contra el mendigo continúa. Atenea perturba la razón de los pretendientes, y Teoclímeno lo ve como un mal presagio:
-¡Ah míseros! ¿Qué mal es ese que padecéis? Noche oscura os envuelve la cabeza, y el rostro, y abajo las rodillas; crecen los gemidos; báñanse en lágrimas las mejillas, y así los muros como los hermosos intercolumnios están rociados de sangre. Llenan el vestíbulo y el patio las sombras de los que descienden al tenebroso Erebo; el sol desapareció del cielo y una horrible oscuridad se extiende por doquier.
Parte el adivino a casa de Pireo, y los pretendientes siguen riéndose de Telémaco por la elección de sus huéspedes: un vagabundo y un loco.

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