Lisias no sólo dedicó su arte a los discursos forenses, y como muestra tenemos este ejemplo epidíctico. No descolló en este aspecto, aunque también es cierto que coincidió en el tiempo con el gran maestro de este arte, Isócrates.
Durante mucho tiempo se ha pensado que este discurso fúnebre en concreto había sido falsamente atribuido a Lisias, pues Dionisio de Halicarnaso no lo cita y ciertos rasgos resultan extraños (la alusión a la enemistad entre Atenas y Corinto, por ejemplo). La desproporción entre la parte dedicada a las hazañas míticas e históricas frente a la dedicada a la guerra objeto del discurso también puede llevar a pensar que se trata de una obra retórica, un ejercicio de estilo o un panfleto, y no una obra que debiera ser pronunciada realmente. Su fecha depende de si se tiene en cuenta literalmente la afirmación de que los muros largos habían sido reconstruidos (lo que nos llevaría al 393 o 392 aC, tras la segunda derrota de los aliados de Corinto frente a Esparta) o si se tiene en cuenta literalmente la alusión de la «esclavitud de las gentes del Peloponeso» (que lo situaría en el 386 aC, al final de la guerra).
Su estilo está alejado del Lisias de los tribunales: ampuloso, cargado de elementos poéticos y de antítesis forzadas, articulado en miembros rígidos con paralelismos y rimas. Pero el discurso fúnebre, un subgénero del epidíctico, estaba ya plenamente estereotipado en época de Lisias, y el orador disponía de escaso margen creativo, limitándose a la imitación de modelos más que a la innovación. La estructura de estos epitafios debía contar con la exaltación patriótica por el pasado, el elogio a los muertos y la consolación a los seres queridos.
El resumen de la obra es el siguiente:
Tras un breve exordio en el que inserta el tópico de la inadecuación entre las palabras del orador y las hazañas de los caídos, el discurso pasa directamente a la exposición. La primera parte se entiende como un elogio de todos los atenienses caídos, y la segunda, más breve, se refiere efectivamente a la guerra de Corinto.
Pues no hay tierra ni mar alguno que no hayan conocido; y en todas partes, y entre todos los hombres, quienes lloran su propia desgracia están cantando las virtudes de éstos.
La parte mítico-histórica, la más completa de los discursos conservados contiene por la parte mítica la guerra contra las Amazonas, la ayuda a los argivos tras la expedición de los Siete contra Tebas, el auxilio prestado a los Heraclidas, y una explicación de estas hazañas: autoctonía y democracia. En cuanto a los hechos históricos (en cuya enumeración se sigue a Heródoto) aparecen la campaña de Darío y la batalla de Maratón, la expedición de Jerjes y sus impiedades, las batallas de Artemisio, Termópilas, Salamina y Platea, la guerra del Peloponeso (Mégara, talasocracia y Liga de Delos) y la hegemonía espartana.
No sometiendo a raciocinio los riesgos de la guerra, sino pensando que una muerte gloriosa deja tras de sí una fama inmortal sobre las nobles acciones, no temieron el número de los enemigos; antes bien, confiaron en su propia virtud.
Tras referirse a la guerra de Corinto pasa al elogio de los muertos, a quienes considera más dignos de envidia que de lástima, como causantes de bienes para la ciudad. Tras aconsejar a los huérfanos, solicita ayuda para ellos al resto de parientes, y hace algunas consideraciones para atenuar el dolor: la muerte es común a todos los humanos, pero la suya, al ser hermosa, los hace afortunados e inmortales.
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