Este discurso corresponde a un proceso por «heridas con premeditación», tipo que estaba asociado a las causas de homicidio: eran procesos privados, con el arconte-rey como instructor y el Areópago como tribunal, cuya pena podía ser el exilio y la confiscación de los bienes. El acusador debía demostrar que existía enemistad personal previa, que el acusado había iniciado la agresión y que había llevado el arma desde su casa; el acusado debía poner de manifiesto las contradicciones del caso, intentar convertir todo el asunto en una pelea sin mayor trascendencia, y demostrar que había encontrado casualmente el objeto con el que causó las heridas. En los dos discursos que se conservan, el arma es un cascote de cerámica, lo que no demuestra sin embargo que no existiera intención de matar y ni siquiera que no se hubiera llevado desde casa.
En este caso, el acusado es un ciudadano medio, ya entrado en años, que se ha enamorado de Teódoto, un mozo de Platea (quizá esclavo). Pero el joven está en relaciones con Simón, el acusador. Éste alega que, habiendo entregado trescientas dracmas para ganarse los favores del joven, el acusado le había robado los dineros y al chico (aunque luego admite haberlos recobrado); por si fuera poco, fue agredido con un cascote que el acusado llevaba preparado, dejándolo en un estado lamentable. Estos hechos no pudieron ser muy posteriores al 394 aC, pues una anécdota retratada en el discurso está situada en la batalla de Coronea.
Lisias presenta al acusado como un hombre más avergonzado que arrepentido por haber caído en la pasión a sus años; un poco simple, pero honesto en el fondo; un solterón que vive con su hermana viuda y sus sobrinas. Por su parte, a Simón se le representa repetidamente como un hombre pendenciero, rencoroso y agresivo. Es un discurso magistral, que logra hacer parecer fuerte un argumento débil.
- En el exordio, el orador pretende invertir los papeles (Simón debería ser el acusado), halaga a los jueces, expresa su vergüenza y solicita comprensión.
- La narración alude al enamoramiento con el joven y al comportamiento de ambos rivales, y presenta dos episodios que, sin duda, el acusador había silenciado: Simón, estando bebido, entró en casa del acusado y violó la paz del gineceo (donde estaban la hermana y sus hijas); y volvió a hacerlo en otra ocasión, sacándolo al exterior e iniciando una pelea a pedradas. El acusado dice haber abandonado la ciudad por un tiempo (junto con el mozo en cuestión), pero a su regreso Simón y un grupo de amigos acuden a la casa donde estaba el joven y apuestan a unos vigilantes para esperar su salida y raptarlo. Entonces se produce el altercado, presentado por el orador como sigue: el ataque de algunos amigos de Simón y la huida de Teódoto y el acusado, y luego el encuentro «casual» de éste último con el altercado real entre Simón y sus amigos, y Teódoto, el cardador en cuya casa se había refugiado y «otros» que vienen en su ayuda (posiblemente, amigos llamados para la ocasión). Finalmente, subraya que Simón dejó transcurrir cuatro años, hasta que se enteró de que el acusado pasaba un mal momento por haber perdido unos juicios.
- La demostración, que parece desordenada y confusa, muestra sin embargo una estructura interna: refuta la entrega del dinero a Teódoto (pues la cantidad es mayor que el total de su fortuna); se resalta que Simón no quedó en tan mal estado tras la disputa (pues se le vio perseguir al muchacho más de cuatro estadios); y presenta una serie de entimemas que pretenden demostrar lo absurdo de que él solo se fuera contra tantos, de que cayera en algo que había tratado de evitar saliendo de la ciudad, etc. Finalmente se resaltan los hechos y se insiste en la culpabilidad del acusador y en su demora para denunciar. Por si fuera poco, el orador cuenta una anécdota sobre la indisciplina de Simón en el ejército.
- El epílogo está ocupado por las habituales apelaciones a la compasión y el recuerdo de los méritos del acusado.
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