Patrocles, arconte-rey durante el gobierno de los Diez (403 aC, entre la tiranía de los Treinta y la restauración democrática), descubrió que Calímaco tiene en su poder una buena suma de dinero perteneciente a uno de los exiliados, y fue confiscado. Al regresar los exiliados, Calímaco promueve diversos procesos: consigue de Patrocles diez minas de plata, de Lisímaco doscientas dracmas, y luego acusa al orador de este discurso (cuyo nombre ignoramos). Tiene lugar un juicio arbitral, pero Calímaco vuelve a acusarle, y entonces el cliente de Isócrates (aunque algunos han atribuido este discurso a Iseo, por su simplicidad de estilo) intenta un recurso de excepción.
Rasgo interesante es este último, puesto que por lo que se dice en el discurso pudiera ser la primera vez en que se hace uso del decreto de Arquino: «Si también otros hubieran sostenido un recurso parecido, empezaría a hablar de la causa propiamente dicha; pero ahora es forzoso hacer primero una referencia a la ley por la que hemos comparecido, para que emitáis vuestro voto al conocer el motivo de nuestra disputa, y para que ninguno de vosotros se extrañe de que siendo yo el acusado hable antes que el acusador».
El orador insiste en diversas ocasiones en dos puntos: la necesidad de que el tribunal juzgue acertadamente, pues este proceso servirá como ejemplo para otras excepciones y para todo lo relacionado con los exiliados del Pireo; y por otra parte la maldad del acusador, Calímaco, a quien representa como un sicofanta algo pendenciero y bastante mentiroso, y aduce un ejemplo de su falso testimonio. «¿Cómo se le va a creer cuando hable en defensa de él mismo, si en defensa de otros se mostró perjuro?». Finalmente, expone que él fue uno de los pocos que se mantuvo firme tras la derrota de Egospótamos, y que siempre actuó en beneficio de la ciudad, incluso en los malos momentos.
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