Pancleón, tal y como nos lo retrata Lisias, es un bribón, un pícaro, un esclavo fugitivo que se las ingenia para «hurtar» la ciudadanía ateniense haciéndose pasar por oriundo de Platea. En efecto, desde la destrucción de su ciudad en el 427 aC y hasta su reconstrucción en 386 aC, los plateenses recibieron la ciudadanía ateniense y se diluyeron en sus tribus y demos. Únicamente les estaba vedado el arcontado y el sacerdocio.
Al parecer, Pancleón asentó plaza como batenero en las calles de Atenas, y tiene pleitos diversos por sus pendencias. Se ha ido librando llegando a diversos acuerdos, pero ha topado con el acusador de este juicio, hombre tenaz y, por lo que podemos ver, quizá un poco vengativo. No sabemos qué ofensas le ha causado en el pasado, pero no se muestra dispuesto a olvidar. Pensando que Pancleón era meteco, el acusador lo cita ante el polemarco, pero se le dice entonces que es de Platea; acude luego a donde se reúnen los de su demo, y nadie lo conoce; finalmente encuentra a Nicomedes, antiguo amo de Pancleón, descubriendo que no es ni ciudadano no meteco, sino esclavo.
Nicomedes consigue apresarlo, pero unos amigos de Pancleón lo liberan y, pagando una fianza, prometen presentarse con él al día siguiente; en su lugar, sin embargo, aparece una mujer que dice ser su dueña, y disputa con Nicomedes su propiedad sobre Pancleón. El proceso de nuestro acusador sigue adelante, y este breve discurso pertenece a la vista preliminar del caso.
La obra es interesante no sólo por lo pintoresco, sino como muestra del proceso de adopción del decreto de Arquino, que definía las excepciones en las causas que atentaban contra los pactos del Pireo. Su fecha de composición se situaría entre este decreto (403 aC) y la reconstrucción de Platea (386 aC).
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