El presente discurso posee como trasfondo un verdadero drama familiar, como es habitual en las causas por herencia. Pongámonos en antecedentes.
Diceógenes (II), el hijo de Menéxeno (I), murió en una batalla naval cerca de Cnido (parece claro que en 411 aC). A falta de hijos, su fortuna correspondía a sus cuatro hermanas, pero no tardó en aparecer Próxeno, tío del difunto, con un testamento en el que adoptaba a Diceógenes (III) y le dejaba la tercera parte de la herencia. Las hermanas, por tanto, sólo se repartirían el resto.
Pasados doce años (399 aC), Diceógenes (III) presentó un segundo testamento en el que su padre adoptivo le hacía heredero universal; en ese momento una de las hermanas (la mujer de Cefisofonte) había muerto, otra (la mujer de Teopompo) había quedado viuda y otra (la mujer de Democles) estaba también sin marido (muerto o divorciado). Tan sólo quedaba una hermana (o, siguiendo las leyes imperantes, su marido Poliarato) para emprender una acción judicial contra Diceógenes (III). Mas Poliarato perdió ante los tribunales, y murió antes de poder llevar a cabo todos los recursos que la ley ponía a su alcance. Así que Diceógenes (III) se adueñó de toda la fortuna, y además se convirtió en tutor de sus primas y de los hijos de éstas, todos menores.
Transcurridos diez años más (389 aC), los sobrinos del difunto cuya herencia dio lugar a todo el proceso intentaron recuperar la parte de la herencia que correspondía a sus madres. Menéxeno (II) continuó donde lo había dejado su tío Poliarato: atacó por perjurio a los testigos que Diceógenes (III) había presentado en apoyo del segundo testamento y logró la condena de uno de ellos. En ese punto, Diceógenes (III) intervino y pagó a Menéxeno (II) para que interrumpiera las acciones legales.
Pero no pagó la fortuna prometida, y Menéxeno (II), humillado, se une de nuevo a sus primos Cefisódoto y Menéxeno (III) para impugnar no sólo el segundo testamento, sino incluso el primero, reivindicando la herencia completa. En respuesta, Diceógenes (III) trajo a un nuevo testigo, Leócares, que es acusado por los primos de falso testimonio. Cuando su condena estaba a punto de ser sentenciada, Diceógenes (III) prometió devolver la parte de la herencia correspondiente a las hermanas, presentándose como garantes de la devolución el propio Leócares y Mnesiptólemo.
Pero pese a este acuerdo surgieron nuevos problemas: los demandantes sostenían que la promesa de pago era sobre el total original de la herencia, mientras que Diceógenes (III) defendía que el pacto hacía mención a lo que quedaba entonces de la fortuna. Uno de los primos, Menéxeno (III), demanda a Leócares por incumplimiento del pacto establecido.
Es a esta última acción a la que corresponde el presente discurso, que convierte la acusación contra Leócares en una causa contra Diceógenes (III): el orador insiste en que los demandantes no quieren nada de la fortuna personal del acusado, sino los bienes que les corresponden a sus madres. Iseo construye el discurso para lograr la predisposición de los jueces para sus defendidos y la animadversión para sus adversarios, haciendo que la auténtica cuestión de fondo pase desapercibida. La obra está encaminada a presentar a Diceógenes (III) como una persona odiosa que se ha aprovechado de unas pobres viudas y huérfanos, usando la difícil situación de la ciudad para engañar a los jueces. Frente a ello, el patriotismo y la honradez de los demandantes y de sus ascendientes son puestos de relieve.
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