Platón trazó en su
República el ideal del Estado, y trata ahora de explicar cómo ponerlo en práctica. Mantiene en el fondo las ideas morales y políticas que impulsaron aquélla, pero relaja su rigor en esta obra.
Es la composición más larga de Platón, pero no está al mismo nivel que otras anteriores. No podemos olvidar que se trata de una obra de ancianidad, y según Diógenes Laercio, el filósofo no tuvo tiempo de darle una última revisión antes de su muerte. Así pues, aparecen rodeos y digresiones, amplificaciones e interrupciones, pero todo cuadra con el plan general de la obra. Los cuatro primeros libros suman una suerte de introducción al espíritu de la legislación platónica; los cuatro siguientes tratan de las instituciones políticas y las leyes; los cuatro últimos exponen el conjunto de castigos y recompensas a disposición del Estado.
Como en otros de sus diálogos de vejez, Sócrates no aparece en Leyes. La escena tiene lugar en Creta, y los interlocutores son tres ancianos: uno ateniense (que expresa las ideas del autor), uno espartano (que responde al nombre de Megilo), y uno de la propia Creta (de nombre Clinias). El diálogo tiene lugar durante el peregrinaje al santuario de Zeus, emulando así el mito según el cual Minos, que realizaba ese camino cada nueve años para recibir instrucciones de Zeus, entregó a los cretenses sus leyes. Es Clinias quien concreta el tema al finalizar el libro III, pues dice que ha sido uno de los diez ciudadanos de Cnosos nombrados para redactar las leyes de una nueva colonia.
El conjunto legislativo usado por los personajes es en parte lacedemonio y en parte ateniense. Sin embargo, otras cuestiones se entrecruzan en su diálogo, verbigracia: el papel de la razón y de la divinidad en el establecimiento de las leyes; las relaciones entre filosofía, política y religión; o el uso de la música, la danza y la gimnasia en la educación.
A continuación se presenta un somero resumen de los puntos tratados en los cinco primeros libros, dejando los siete restantes para
otra entrada.
Libro I
Los tres personajes comentados, en camino desde Cnosos al santuario de Zeus, mantienen una conversación sobre el origen y los caracteres de la legislación cretense. Tras establecer la tendencia militar de estas leyes, el ateniense señala que la mejor legislación es la que hace aumentar todas las virtudes a la vez. En esta intervención resume ya el contenido de la obra al completo. El espíritu de la legislación se deja ver por tres características: la omnipotencia del Estado (y por consiguiente la limitadísima libertad del individuo); su obligación de fomentar las cuatro virtudes cardinales en los ciudadanos; y la filosofía como suma y perfección de estas virtudes. A continuación se cuestiona si estas características aparecen en las leyes de Minos y Licurgo, supuestamente inspiradas por la divinidad. Responder este punto llevará hasta el libro IV. En el primero son objeto de estudio la fortaleza o valor y la templanza: Los legisladores de Creta y Esparta nada han omitido para inspirar y distinguir el valor que consiste en sobreponerse al dolor (sobriedad, gimnasia, caza, etc), pero no el que consiste en sobreponerse al placer. Con respecto a la templanza, el ateniense cuestiona las bondades de los banquetes en común, y también de la ausencia total de ellos. Establece que deben ser ordenados, y los ciudadanos, vigilados por un presidente sobrio y experimentado, serán probados por el placer. De esta manera lo conocerán y podrán hacerle frente (es decir, que el vino jugaría hacia el placer el mismo papel que la gimnasia y la caza realizan hacia el dolor).
Libro II
El intento por justificar estos banquetes conduce a Platón a extensas consideraciones sobre la educación, entendida como la dirección que debe darse a las primeras inclinaciones morales, los primeros sentimientos y los primeros ejercicios físicos de los niños. Por este motivo sus partes principales son la gimnasia y la música (término con un sentido mucho más amplio que el actual, y que llega a incluir gran parte de las artes). La música, por tanto, debe inspirar buenos sentimientos, y será esta expresión de bondad y belleza la que marque la música conveniente para la disciplina moral, y no el placer que la misma provoque. De forma parecida, los discursos dirigidos a los jóvenes deberán inspirarles el amor al bien y a lo verdadero. Los cantos, ritmos y melodías serán vigilados por los ancianos más sabios y virtuosos, y no podrán ser modificados posteriormente. Establece tres coros para conseguir que las máximas virtuosas se extienden entre los ciudadanos: de las musas, compuesto por niños; de Apolo, formado por jóvenes; y un tercero, de Baco, compuesto de adultos; los ancianos se encargarán de crear fábulas sobre los mismos temas. El vino estará prohibido para los niños, restringido para los jóvenes, y logrará que los adultos sean empujados al canto; sin embargo, su uso estará regulado por las leyes, que prohibirán su consumo en muchas circunstancias (soldados en tiempo de guerra, esclavos, etc).
Libro III
El ateniense pasa ahora a considerar la historia, repasando los estados sucesivos por los que ha pasado el ser humano. De ello deduce que los pueblos deben únicamente a su virtud la prosperidad y bienestar de los que gozan, y a los vicios todas las revoluciones habidas. Conjetura sobre el momento posterior al cataclismo conservado por muchas tradiciones (como el diluvio), y sobre la vida primitiva (sin sociedad, gobierno, artes, industria ni comercio; pero también sin guerras, indigencia, libertinaje ni litigios). El mando patriarcal deja paso a las primeras monarquías y aristocracias al contactar diversas familias, naciendo así las legislaciones. La narración salta a los tiempos de Ilión y los reinos de Lacedemonia, Argos y Mesenia. Estos últimos cayeron por la ignorancia de sus reyes, Tememo y Cresfonte, que no supieron someter a la razón sus pasiones. Esparta se salvó gracias a las instituciones del Senado y los Éforos. De aquí surge una conclusión clara: jamás se debe establecer una institución demasiado poderosa, sin estar moderada. Los poderes máximos, que Platón considera aquí como facciones, representados por el imperio Persa y la libertad democrática ateniense, se han demostrado con el tiempo insuficientes, pues no han creado un orden y una libertad verdaderos y perdurables.
Libro IV
El ateniense no desea abordar la nueva legislación sin tratar las condiciones físicas, morales o políticas con las que es bueno que el Estado comience a establecerse. En primer lugar no situaría la ciudad cerca del mar, para librarla así de los peligros de las ciudades portuarias (importación de costumbres, espíritu de lucro, etc), y llega a restar importancia a las victorias de Salamina y Artemisio (frente a las batallas terrestres de Maratón y Platea). Los ciudadanos deberían poseer un mismo origen: una nacionalidad con costumbres, lengua y religión idénticas, de tal forma que así reinaría la unión en el Estado. Reconoce, empero, que una población diversa posee mayor facilidad para aceptar nuevas leyes, favoreciendo así el trabajo del reformador. A continuación, el ateniense expone que, para cambiar las leyes, la circunstancia más favorable del Estado es que se encuentre a cargo de un tirano joven, con memoria, valor y templanza, quien con su ejemplo y energía logre que el espíritu del legislador pase al Estado. Éste es el camino más corto para la reforma, y el único lgar de su obra donde Platón parece apoyar la tiranía. Luego se realizan algunas invitaciones a los ciudadanos acerca de sus deberes hacia la divinidad, los daimones, los héroes y los manes, y también hacia los padres y los fallecidos. Por último, el ateniense comenta las ventajas de añadir un preámbulo explicativo a cada ley, de tal manera que los ciudadanos comprendan el espíritu que las crea.
Libro V
Después de los últimos preliminares sobre la necesidad de purgar la nueva colonia (desterrar a aquellos con mala disposición moral o vicios incurables) antes de darle leyes, y tras fijar su número de habitantes en 5040 (por la facilidad de realizar subdivisiones), el ateniense pasa al tema central de su exposición. En primer lugar establece las leyes sobre la propiedad: cada ciudadano posee una porción de tierra y una habitación, aunque no podrá disponer de ella a voluntad: no podrá venderla, enajenarla o repartirla entre sus hijos. El número de parcelas deberá ser siempre el mismo, por lo que el número de ciudadanos tampoco será modificado: el exceso será enviado a las colonias, y si hay falta deberá fomentarse la generación. Como cada familia dispondrá de lo necesario, no deberán poseer oro ni plata, y la única moneda será pequeña, útil para las transacciones intramuros. Otros detalles menores y minuciosos estudian la división de la tierra y la distribución de los ciudadanos en doce tribus. Todas estas prescripciones han tenido por objeto reducir las tensiones entre los ciudadanos adinerados y aquellos con menos recursos.