Desde el 394 aC un nuevo conflicto bélico (llamado «guerra corintia») enfrentaba a los espartanos contra una coalición formada por Atenas, Argos, la Liga Beocia y Corinto (o, al menos, su partido demócrata). Se sucedieron diversos contactos, e incluso embajadas enviadas por ambos bandos al rey persa, debido a la clara evidencia de que ninguno de los bandos podía lograr una clara victoria sobre el otro: los hoplitas espartanos ganaban los combates de mayor envergadura, pero eran burlados una y otra vez por tropas ligeras de los aliados.
En 392 aC se envió una embajada con el fin de formar un tratado de paz. Junto a Andócides marchaban Epícrates de Cefisia, Cratino de Esfeto y Eubúlides de Eleusis. A pesar de contar con plenos poderes, los embajadores decidieron remitir la cuestión a la Asamblea, cuya ratificación intentó Andócides mediante el discurso que nos ocupa.
Como ya sabemos, los embajadores fueron finalmente descalificados y acusados de ocultar importantes concesiones a Esparta. Además de perder la confianza del pueblo, se atrajeron las iras de los demócratas radicales, partidarios de continuar la guerra. A petición de Calístrato de Afidna, Andócides y los otros embajadores fueron enviados al destierro. Mas Atenas saldría derrotada de la guerra, y los procesamientos y condenas se sucederían.
En el discurso, además de manipular las condiciones de paz (al omitir la entrega de diversas ciudades al persa), el orador comete continuos errores históricos, siendo los más notables la confusión de las fechas de la institución de la caballería ateniense y la construcción de los muros largos y de los astilleros. Aún así, estos defectos no desvirtúan un discurso que es técnicamente mejor que los anteriores de Andócides, al existir un mayor dominio de los recursos retóricos e incluso de los procedentes de la enseñanza sofística.
El proemio del discurso recuerda a sus oyentes que ya antes se han realizado otros tratados de paz con los lacedemonios, y describe en qué condiciones se llevaron a cabo. También compara las condiciones del tratado ofrecido por los espartanos y las que debieron aceptar acabada la guerra del Peloponeso, intentando demostrar así que no se encuentran ante una rendición. A continuación trata de demostrar que no es necesario seguir luchando, pues la paz evita las injusticias contra Atenas y también contra sus aliados, y por si fuera poco los recursos no son suficientes. Alega que los espartanos están dispuestos a hacer conseciones por el bien de todos los griegos, a pesar de haber resultado vencedores en las tres batallas más importantes (a orillas del Nemea en 394 aC, en Coronea en el mismo año, y en Léqueo, puerto de Corinto, en 392 aC). A su vez los beocios, que comenzaron la guerra al no permitir que Orcómeno fuera independiente, aceptan ahora esa condición. El orador recuerda que acabada la guerra del Peloponeso fue gracias a los espartanos que la ciudad no fue destruida o esclavizada. Tras dar cuenta de sus razones para no haber usado los plenos poderes (pues la situación es demasiado importante y afecta a toda la ciudad), el discurso se cierra de forma breve.