Baquílides: Introducción

Baquílides llegó a finales del XIX casi como un desconocido, pero la aparición en 1896 de dos papiros muy fragmentados permitió el conocimiento de parte de su obra.

El poeta nació en Yúlide, ciudad de la isla de Ceos (la más cercana al Ática de las Cícladas, lo que explica la gran influencia ateniense). Ceos tenía una gran tradición musical, tanto con envíos de coros a Delos como recibiendo en su propia fiesta a Apolo poetas extranjeros (como Píndaro). Siendo el vino la principal riqueza de la isla, también se rendía culto a Dioniso.
También encontramos antecedentes dentro del seno familiar: su abuelo paterno, también llamado Baquílides, sobresalió como atleta; su madre era la hermana menor del poeta Simónides. El autor parecía destinado a componer epinicios (odas triunfales dedicadas a los vencedores de los juegos).
Aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, sabemos que su poesía y la de Píndaro se desarrollan en el mismo ámbito espacial, cronológico y social, hasta llegar incluso a la coincidencia de destinatarios en cuatro composiciones.
Nada de cierto sabemos de sus primeros años, aunque suponemos que acompañó a su tío Simónides por Tesalia, contactando con los ambientes aristocráticos y realizando sus primeras obras.
Los siguientes años son más fiables, gracias a la posibilidad de datarlos que ofrecen las victorias celebradas por sus obras. Se supone que Baquílides murió hacia el 451 aC, ya que no compuso epinicios por las victorias que sus compatriotas lograron en los años siguientes.

Sobre su estilo nos unimos a la opinión de Sobre lo sublime (obra atribuida durante un tiempo a Longino): a pesar de que Baquílides compone siempre de una manera elegante y no comete errores, su poesía carece de ímpetu y no alcanza lo sublime, por eso su arte es inferior al de Píndaro. Sin embargo, la Antigüedad le otorgó un lugar de honor, y su poesía dejó huella especialmente en Eurípides y en Horacio.
La crítica de comienzos del XX difundía un juicio muy negativo al comparar a Baquílides con Píndaro: se le negaba la profundidad, la fuerza, el atrevimiento de las metáforas, la brillantez de las imágenes que caracterizaban el arte de Píndaro. Sin embargo, una reacción positiva puso de relieve la claridad de su versos (frente a la oscuridad pindárica), la elegancia de su estilo, noble y pulido, y la técnica depurada de sus narraciones, que alternan la fluidez en la trama y los detalles dramáticos. Se ha superado también el tópico sobre el carácter ornamental de sus epítetos, demostrando que su presencia es fundamental en sus versos.
Baquílides fue uno de los poetas corales mejor conservados hasta época alejandrina. Los rasgos de la lírica coral han evolucionado desde el período arcaico: el poema se compone de una o varias tríadas (estrofa, antistrofa y épodo); se usa el dialecto dorio con cierta homerización; se superan los límites regionales, convirtiéndose en un género panhelénico; la ejecución se convierte en coral (abandonando el uso del solista).

Dejaremos para otra ocasión los Epinicios (en esta entrada y esta otra) y Ditirambos, más numerosos y algo mejor conservados, y nos limitaremos ahora al resto de composiciones.

Escasos son los fragmentos conservados de himnos a los dioses, limitándose a un par de sentencias. La más completa reza:
Hécate, portadora de antorchas, hija de la Noche de gran regazo. .
Al parecer, un rasgo peculiar de Baquílides (si seguimos a Menandro del Rétor {siglo III dC}) es la construcción de himnos de despedida, en los que, con ritmo pausado, se celebra la marcha del dios hacia otro lugar.

De entre los peanes (himnos a Apolo) destaca el que celebra el traslado por parte de Heracles del pueblo de los dríopes. Famosas son las palabras:
En los escudos de ligaduras de hierro se encuentran telas de flavas arañas, y a las lanzas puntiagudas y a las espadas de doble filo domeña la herrumbre.
Escasos son los prosodios (cantos procesionales) y los hiporquemas (cantos de danza), como:
Pues la piedra de toque revela el oro, mas la excelencia de los hombres la ponen en evidencia la sabiduría y la verdad todopoderosa (...)
Algo más abundantes son los encomios, siendo los destinatarios conocidos Alejandro (hijo de Amintas, rey macedonio del 498 al 454 aC) y Hierón de Siracusa. También tenemos un par de epigramas

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