Diálogo de tipo socrático que aborda tres temas fundamentales: la situación de la mujer en Atenas, la esclavitud y el arte de la agricultura.
Es difícil precisar una fecha de composición para esta obra, pues sus referencias históricas son demasiado antiguas para formar un término post quem, y su estilo es similar al de sus obras de madurez. En general se admite que fue escrito durante el retiro de Jenofonte en Escilunte, pero bien podría ser posterior.
La obra está dividida en dos partes de diferente extensión, en función de los interlocutores de Sócrates: Critóbulo, hijo de Critón, que también aparece en el Banquete y los Recuerdos; e Iscómaco. Éste último es el que se muestra como una autoridad en la casa y en la organización del campo y de la agricultura. Se trata, por tanto, del propio Jenofonte, vuelto de la guerra y volcado hacia su propia finca.
Tanto su inicio como su final resultan abruptos, y la obra puede agruparse junto a los diálogos misceláneos que forman el tercer libro de Recuerdos. Hay algunas repeticiones, así como contradicciones, pero lo importante no es su doctrina, ni tampoco su valor literario, sino la luz que proyecta sobre la vida íntima de Jenofonte, sus aficiones y objetivos. Escribe con un entusiasmo contagioso y muestra su maestría en un estilo y una dicción fáciles, aunque utiliza en exceso el mismo modelo de oración, la misma fórmula, e incluso la misma palabra.
Ésta es la estructura de la obra:
- Los seis primeros capítulos (I-VI) forman un largo preámbulo a la conversación que se cuenta con Iscómaco. En ella dialogan Sócrates y Critobulo, tratando diversos temas que, tomados tangencialmente, serán necesarios para la organización de la hacienda, como abandonar los vicios y malas actitudes, cuidar de los esclavos, educar convenientemente a la mujer y propiciarse a los dioses. Básicamente la idea puede expresarse en que «las mismas cosas son bienes para quien sabe utilizar cada una de ellas y no son bienes para quien no sabe utilizarlas». Finalmente, Sócrates se dispone a relatar su encuentro con Iscómaco, que ocupará el resto de la obra.
- Los siguientes cuatro capítulos (VII-X) abogan por los derechos de la mujer, y trazan el primer retrato conocido de la «perfecta casada». La mujer de Iscómaco llegó a su casa con sólo quince años, educada simplemente para ser discreta; él enseguida se preocupa por hacerle partícipe del trabajo de la casa (una repartición de tareas según las aptitudes supuestamente otorgadas por la naturaleza o la divinidad), comparando sus deberes con los de la abeja reina. Siguen diversos ejemplos para resaltar la necesidad del orden: «cuando la divinidad provoca una tempestad en el mar, no es posible ni buscar lo que se necesita ni entregar lo que no está preparado».
- El capítulo XI se dedica a la labor del propietario: plegarias, ejercicio, vigilancia sobre las tareas, moderación en el comer, etc.
- Luego se dedican tres capítulos (XII-XIV) a la esclavitud, planteando el problema de la existencia real de una esclavitud agraria. Esto no refleja la situación del campesino medio ateniense (que prefería tomar peones a esclavos, debido a que no existían grandes latifundios y el suelo obligaba al barbecho), sino la de un propietario de un terreno fértil y rico. El trato hacia los esclavos es humanitario (aunque son comparados con animales en lo que respecta a su educación), y estos capítulos se ocupan en su mayor parte de la educación del capataz, que era un esclavo más escogido.
- Los siguientes cinco capítulos (XV-XIX) se dedican a la agricultura, aunque no de forma exhaustiva: el arado de las tierras (XVI), la siembra temprana o tardía (XVII), la siega, la trilla y la bielda (XVIII), y el cultivo de árboles frutales, la viña, el olivo y la higuera (XIX).
- Los capítulos finales se encargan de resaltar el hecho comentado al inicio, sobre la preocupación por el campo y la previsión. «Si un hombre no conoce ningún oficio lucrativo ni está dispuesto a ser labrador, es evidente que o se propone vivir del robo, la rapiña o la mendicidad, o está completamente loco».
En su tiempo, este tipo de tratados parece haber estado en boga, existiendo una obra con el mismo título de Antístenes, y un tomo Sobre la economía de Aristóteles. Gracias a los estoicos, llegó a autores romanos como Catón o Escipión el Africano. Cicerón lo tradujo al latín siendo muy joven; Plinio, Plutarco y otros autores también citan a Jenofonte.
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