Pródico nació en la isla de Ceos (en las Cícladas) probablemente antes de 460 aC y vivió hasta después de 394. No disponemos de información para poder precisar más estas fechas. Sirvió, como Gorgias, de embajador de su isla ante los atenienses, y también pronunció discursos epidícticos al tiempo que impartía enseñanza privada a cambio de buenas sumas.
Se mostró especialmente preocupado por los problemas relacionados con el lenguaje, insistiendo en la precisa utilización de los términos y en la diferenciación entre palabras aparentemente sinónimas. Sin embargo, no conocemos ninguna de sus obras lingüísticas, aunque se infiere a partir de sus teorías y de la sátira que Platón hace de él en Protágoras que escribió algún tratado Sobre la corrección de los nombres.
Elaboró una curiosa doctrina acerca del origen de los dioses, a los que consideraba mero producto de la veneración que el hombre sentía por aquellos elementos u objetos que le resultaban especialmente útiles, como el sol o los ríos. Se unía así a otros pensadores del siglo V aC que buscaban una explicación racional de la creencia en los dioses a partir de la propia naturaleza humana.
Poco ha llegado a nosotros de sus escritos, aunque sabemos que en la Antigüedad gozó de gran fama el titulado Las estaciones o Las horas, en el que ponía a Heracles en la situación de tener que elegir entre dos mujeres, alegorías del vicio y la virtud. Se trataba, por tanto, de la disyuntiva entre una vida cómoda y placentera, y otro camino, más duro, que llevaba a la fama y a la virtud. Un largo fragmento nos ha sido transmitido por Jenofonte en sus Recuerdos de Sócrates, aunque es difícil saber su grado de fidelidad al pensamiento de Pródico.
De todo lo que es bueno y bello, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo y dedicación.
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