Nacido en la ciudad de Leontinos, en Sicilia, hacia 485 aC, Gorgias realizó a lo largo de su vida (que según las fuentes antiguas sería especialmente longeva y alcanzaría los 109 años) varios viajes por diferentes regiones griegas: Beocia, Argos, y sobre todo Tesalia, donde vivió varios años al final de su vida bajo el auspicio de Jasón, tirano de Feras. Su familia, al parecer, contaba con cierta tradición intelectual, y verbigracia su hermano Heródico fue médico. Por su parte, Gorgias recibió la influencia de Empédocles, hasta el punto de que muchas fuentes lo convierten en su discípulo.
En el año 427 aC llegó a Atenas como embajador de su patria para recabar su apoyo en la guerra contra Siracusa, ganándose a los atenienses por la riqueza de su lenguaje, repleto de juegos de palabras y figuras estilísticas. Gracias a sus obras conservadas (el Elogio de Helena, la Defensa de Palamedes, grandes fragmentos del Discurso fúnebre) sabemos que estos recursos incluían continuas antítesis, quiasmos, repeticiones, paralelismos... Todo ello acumulado hasta el exceso llegando a un estilo que ya en la Antigüedad resultaba un tanto artificioso y afectado. Sin embargo, el papel de Gorgias fue determinante para el surgimiento de la prosa artística griega, ya que estas figuras habían estado siempre reservadas al verso. Su presencia puede hoy percibirse en las parodias de los cómicos, las noticias de algunos diálogos platónicos y ciertos ecos en el estilo de Tucídides.
Esas dos obras conservadas de forma completa comparten el ser un juego dialéctico en el que Gorgias aborda la defensa de figuras maltratadas por la tradición griega: Helena, prototipo de lo que no debía ser una mujer, y Palamedes, acusado de traición por Ulises durante el asedio de Troya. Desde el punto de vista actual, sin embargo, sus razonamientos parecen algo forzados: así, en el caso de Helena, Gorgias concede al lógos (palabra y pensamiento unido a ella) un poder tal que la culpa recae no en ella, sino en quién la persuadió con su oratoria. Otra obra de Gorgias trataba Sobre el no ser, y era un ataque contra la filosofía eleática siguiendo un escepticismo a ultranza: a) nada existe; b) si algo existiera sería incognoscible; c) si algo fuese cognoscible, sería incomunicable. De este texto se ha conservado un extenso resumen de Sexto Empírico en su Contra los matemáticos (siglo II o III dC), y otra versión de un autor anónimo, más fiel al parecer pero menos exhaustiva, contenida en el tratado De Meliso, Jenófanes, Gorgias.
El prestigio del que gozó Gorgias (quien, según el Menón de Platón, a diferencia de otros sofistas no se presentaba como un maestro de virtud, sino que únicamente enseñaba la habilidad oratoria) se hace patente en los diversos discursos que pronunció con motivo de diferentes solemnidades. Por ejemplo, dirigió uno a los presentes en unos juegos olímpicos (probablemente del 408 o del 392 aC), en el que exhortaba a la concordia entre los griegos, que debían fijarse como objetivo bélico los pueblos bárbaros y no otras ciudades griegas. También escribió un discurso para los juegos pitios, de contenido desconocido, y un elogio de la ciudad de Elide, así como el ya nombrado Discurso fúnebre, en honor de los atenienses muertos durante la Guerra del Peloponeso y con ocasión de la paz de Nicias (421 aC).
A continuación, exponemos un somero resumen de sus obras, con algunos de los fragmentos más afortunados:
Sobre lo que no es o Sobre la naturaleza.
Como hemos indicado, Sexto Empírico ofrece un amplio resumen de los argumentos usados por Gorgias en este tratado. Para demostrar que nada existe expone las diferentes opciones: si existe, puede ser eterno o engendrado; en el primer caso, sería infinito y por tanto no podrá estar en ninguna parte (y por tanto no existe); pero tampoco puede ser engendrado porque debería nacer de otra cosa existente, y por tanto ya existiría y no sería engendrado; en conclusión, nada existe. Parecidas razones usa para negar que pueda ser uno, ni tampoco múltiple. Para demostrar que si algo existe sería incognoscible retuerce la expresión y comienza por decir que si los pensamientos no existieran, lo existente no sería pensado. Y para negar la existencia de los contenidos del pensamiento expone que debieran existir todos los objetos, ya sean personas volando o carros surcando el mar, lo cual no existe aunque pensemos en ello. Extiende esto a todos los pensamientos, y al no existir éstos, vuelve a la primera frase: lo existente no puede ser pensado (es incognoscible). Para demostrar que, si algo es representado, no puede ser comunicado a otro, expone un cisma entre objeto, pensamiento y palabra: la palabra no sirve para expresar un pensamiento, porque las palabras no son las cosas mismas que expresan: no comunicamos las cosas, sino las palabras. Rompe así la relación entre el ser y el lógos, llevando al absurdo la doctrina eleática. {Naturalmente, todo esto no demuestra nada, y el texto de nueve páginas es incluso más lioso que este breve resumen. Uno de sus defectos es ser demasiado categórico en algunas afirmaciones, que pueden rebatirse fácilmente. El otro, marear la perdiz con términos semejantes en la misma oración: si existe no puede ser, si es existe, y por tanto lo que no existe es, y cosas similares. Un completo despropósito}
Por su parte, el texto De Meliso, Jenófanes y Gorgias, atribuido por algunos a uno de los primeros peripatéticos (alumnos de Aristóteles), pero fechado por otros en el siglo I dC, sirve para apreciar mejor la estructura del texto de Gorgias: resumen de los resultados obtenidos; exposición de las doctrinas contrarias; deducción del primer tema, extraído de la historia de las filosofías relativas al Ser. Añade por tanto una serie de observaciones críticas a las «demostraciones» de Gorgias, que faltan en el texto de Sexto Empírico.
Epitafio o Discurso fúnebre
El epitafio era, en la Grecia clásica, un discurso fúnebre en honor de los caídos en batalla, pronunciado, según la costumbre ateniense, por un ciudadano escogido por sus cualidades morales e intelectuales. Su forma convencional incluía una alusión a las gloriosas hazañas del pasado, una consolación dirigida a los parientes de los muertos y una exhortación a los vivos a imitar las virtudes de aquéllos. Nos han llegado varios ejemplos, aunque en general se trata de fragmentos puestos en boca de otros personajes por los autores, como el que Tucídides hace pronunciar a Pericles. Parece poco probable que Gorgias, que no tenía la ciudadanía ateniense, pronunciara este epitafio. Su estilo es sumamente florido, con exuberancia de esas figuras que tanto gustaban al autor, y por este motivo los fragmentos conservados nos llegan de autores que hablan sobre el estilo, como Planudes, en su Comentario a la Retórica de Hermógenes, que nos lega el fragmento de mayor tamaño. Incluye perlas como la siguiente:
Socorrieron a quienes injustamente sufrían desventuras y castigaron a los injustamente venturosos; arrogantes para su conveniencia, apasionados por el deber, capaces de detener con la prudencia de su razón la irracionalidad {de la fuerza}, altivos con los altivos, moderados con los moderados, intrépidos con los intrépidos, formidables en los peligros.
Olímpico
Este discurso, pronunciado en los juegos olímpicos de 408 o 392 aC (seguro que anterior al 388, en que Lisias pronunció el suyo), incluye como gran consigna la concordia entre los griegos (que, desarrollada en el siglo IV aC como un programa político en su Panegírico, sentará las bases ideológicas de la política de Alejandro). Nos llegan sólo dos fragmentos de su contenido, uno de la Retórica de Aristóteles, que sólo dice «merecen ser alabados por muchos, oh griegos» y otro de Clemente de Alejandría, en su Miscelánea, recogiendo que, según Gorgias, la lucha requiere audacia para afrontar el peligro y sabiduría para conocer lo conveniente.
Pítico
Sabemos que pronunció un discurso por una noticia de Filóstrato en Vida de los sofistas, pero su contenido es totalmente desconocido.
Encomio de los eleos
Pronunciado seguramente en otra fiesta olímpica, y según Aristóteles sin preparación previa. Comenzaba «¡Elide, ciudad feliz!».
Encomio de Helena
Este tratado se inserta en una larga tradición literaria: la discusión de la culpabilidad o inocencia de Helena, presente ya en la Ilíada, en la Palinodia de Estesícoro y en varias tragedias. Puede fecharse con anterioridad al 412 aC, año en que Eurípides representaba Helena, pues no hay ni rastro de esta obra en el Encomio, que el propio Gorgias califica de «juego de mi arte». La estructura sigue cuatro motivaciones: fortuna, violencia, palabra o amor; en todas ellas aparece una fuerza mayor que libra de responsabilidad individual a Helena. Si fue por azar, es responsabilidad de un dios (y siguiendo la doctrina del derecho del más fuerte, ningún humano podría resistirse); si fue forzada, merece compasión; si fue persuadida (por el carácter casi divino que Gorgias otorga al lógos), no habría gran diferencia con la anterior opción (fue forzada); y por último, si estaba enamorada, tampoco tendría poder para resistirse al amor (sea considerado un dios o una enfermedad del alma).
Un hombre y una mujer y un discurso y una empresa y una ciudad, cuando sus acciones merecen alabanza, deben ser con alabanzas honrados, mas, si indignos de ellas, con censuras atacados.
Defensa de Palamedes
A Palamedes se le atribuía la invención del alfabeto y del juego de damas. Fue quien descubrió la treta que Ulises llevaba a cabo para no ir a Troya (fingirse loco), y por eso el astuto héroe se vengó falsificando una carta que le hacía parecer como traidor y escondiendo cierta cantidad de dinero bajo su tienda. Palamedes fue condenado y ejecutado por los aqueos. En el discurso (seriamente dañado), Gorgias trata de establecer si los hechos ocurrieron o no. Al parecer, es la primera vez que se usa el término «apología» en el sentido de «defensa», y no únicamente como «narración». Gorgias propone dos posibilidades, y demostrada la falsedad de una de esas proposiciones, demuestra que la otra es verdadera. La estructura sigue el discurso jurídico (y, de hecho, simula que el discurso es pronunciado por el propio Palamedes): 1) Proemio en el que se omite la narración de los hechos por ser bien conocidos, se deja caer cierta sospecha sobre los motivos del acusador (Ulises) y se declaran los argumentos: no habría podido si hubiese querido, y no habría querido si hubiese podido. 2) Demostración de la tesis sostenida: no pudo hacerlo porque nunca existió un encuentro con el enemigo ni mensajero alguno, y de haberlos habido la diferente lengua no lo habría permitido; y si aún así hubiera sucedido, se hubiera realizado sin garantías, por no poder exigir juramento de un traidor ni se entregó rehén alguno; y tampoco habría podido llevar a cabo la traición él solo, y no hay más conspiradores entre los aqueos ni puede confiarse para algo así en unos esclavos. Por otra parte, no hay motivo alguno que le llevara a la traición: no por conseguir poder, ya que el trato sería absurdo, y tampoco dinero, pues no le falta. 3) Preguntas a la acusación: un mero recurso oratorio en este caso, que continúa con los argumentos lógicos en contra de Ulises, ya que no hay testigos. 4) Acusaciones contra el acusador, que en este caso se omiten para mostrar la magnanimidad de Palamedes. 5) Consideraciones finales: toda una vida libre de acusaciones, ausencia de pruebas de la acusación, virtudes propias, recomendaciones a los jueces. 6) Conclusión: breve fórmula que evita el acostumbrado resumen.
Mucho dinero necesitan, en efecto, los que mucho gastan, que no son los que saben dominar los placeres naturales, sino quienes son esclavos de ellos y buscan adquirir honores gracias a su riqueza y magnificencia.
Arte oratoria
Es muy dudoso que Gorgias compusiera un tratado de oratoria, y resultaría casi imposible hacerse una idea de su contenido, en base a que los comentarios conservados hablan de Gorgias y su oficio, pero no concretan nada.
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