Arquíloco

Como ya dijimos en la entrada introductoria, para este autor seguiremos el texto Yambógrafos griegos de Emilio Suárez de la Torre, publicado por la editorial Gredos.

Como sucede con todos los autores arcaicos, es difícil saber gran cosa de la vida de Arquíloco. Dado que en uno de los fragmentos conservados de sus obras se nombra al soberano lidio Giges (687-652 aC), podemos suponer que vivió en su tiempo, o poco más adelante. Los testimonios antiguos, no siempre fiables, sitúan su akmé (el florecimiento como artista) en los años de la 23ª Olimpíada (688-685 aC) o bien en el comienzo de la 29ª (664-663 aC). Otras referencias, como la posible coincidencia con otros poetas, o el eclipse que se menciona en un fragmento, no ayudan a precisar más. Sí sabemos, sin embargo, que Telesicles, el padre de Arquíloco, participó en la colonización de Tasos, que se da por finalizada como muy tarde en el 650 aC. En definitiva, podemos asegurar que la vida de Arquíloco transcurrió en pleno siglo VII aC, y poco más.

Durante el siglo XX aparecieron en Paros, la patria del poeta, dos inscripciones (la de Mnesíepes, del siglo III aC, y la de Sóstenes, del 100 aC) que permitieron valorar la aparente contradicción habida entre el pésimo juicio moral que se le daba a la poesía de Arquíloco (opinión personalizada en el propio autor) y los textos sobre las bondades que el poeta y su familia recibían de los dioses, además de las cualidades que le hacían ser considerado rival del propio Homero.

El juicio negativo tomó la forma de un cliché: Arquíloco era un lascivo mercenario, hijo de una esclava, que usaba los yambos para descargar sus frustraciones. Pero esta visión es producto de una lectura literal de sus composiciones. Es decir, todo eso puede deducirse de la lectura de los fragmentos conservados, pero solo si no se tiene en cuenta que esta poesía no tiene una finalidad narrativa, ni mucho menos biográfica.

Al mismo tiempo, hay noticias sobre cómo los abuelos de Arquíloco fueron quienes llevaron el culto de Deméter desde Paros a Tasos, cuya colonización había sido encargada a Telesicles. En las inscripciones mencionadas, se observa la pervivencia entre los parios de una tradición que hacía de Arquíloco una suerte de héroe local, inspirado por las Musas y protegido por los dioses. Una pseudobiografía, por tanto, de un poeta antiguo que pasó a recibir honores de su ciudad. Fruto de esta tradición nace una anécdota con la que se personaliza en Arquíloco el mito sobre la llamada xenía de Dionisio (es decir, el rechazo inicial que sufre su culto en diferentes lugares de Grecia): el poeta habría creado una composición considerada demasiado obscena por sus vecinos, que lo habrían juzgado por ello. Poco después, las tierras se habrían vuelto estériles, y sus vecinos habrían sufrido algún tipo de enfermedad (probablemente, priapismo y excitación continua). Será el oráculo de Apolo el encargado de indicarles que deben honrar a Arquíloco para solucionar sus problemas. Con este pseudomito, la comunidad deja constancia de la función del poeta en su seno.

En esta misma línea, otro detalle de la tradición biográfica (que, recalcamos, no tiene visos de ser una biografía real) hace a Arquíloco enemigo de Licambes, una de las personalidades de Paros. Licambes habría anulado el compromiso entre su hija y el poeta, y este habría escrito algunos yambos tan insultantes que habrían provocado la muerte de Licambes.

En cuanto a su obra, sorprende la riqueza y la variedad de sus composiciones, tanto en métrica como en registro lingüístico, aunque abundan aquellas que deben interpretarse dentro del marco del simposio.

  • Un primer grupo de 17 composiciones (aunque de dos de ellas no está clara la atribución al poeta) está constituido por elegías, con temas que van desde la autoproclamación del poeta al lamento por la pérdida de un amigo, pasando por temas bélicos o reflexiones sobre el destino. Entre el ambiente real donde se recita, el banquete, y la situación imaginaria tratada en la composición, se da una conexión temática a través del vino, materialización de Dioniso.
Un par de ejemplos de elegías:

Algún sayo se envanece con mi escudo; aquel que, junto a un arbusto,
arma intachable, abandoné mal de mi grado.
Mas yo me salvé. ¿Qué me importa aquel escudo?
¡Que se pudra! De nuevo lograré otro no peor.

Esímidas, si uno se preocupa de la maledicencia del pueblo,
no disfrutará de muchas experiencias deseables.

  • Un número mucho mayor de obras (67) son consideradas propiamente yambos (trímetros yámbicos), aunque en su mayor parte nos llegan muy mutilados, al haberse conservado en papiros en mal estado (de hecho, una veintena de ellos se reducen a algunas palabras sueltas, o incluso menos). Entre ellos se encuentran varios ejemplos de lenguaje obsceno, y hay un tono evidente de sátira e insulto. Existe cierta acumulación de nombres, que debían ser personajes conocidos por los asistentes al banquete, que es también en este caso el ambiente en que se recitarían los versos. Se rememora, por tanto, lo más próximo, y así, los más numerosos son los que toman el tema de Licambes y sus hijas.
Ejemplos de yambos:

No me importa de Giges la fortuna, de aquel tan rico en oro;
jamás de mí se apoderó la envidia, ni me irritan
las obras de los dioses; y no ansío la poderosa tiranía.
Lejos en verdad está de mis ojos.

Como un tracio o un frigio la cerveza, con la caña
sorbía ella; y agachada se afanaba.

  • Una cantidad aún mayor (79) se presentan en tetrámetros. En general, nos han llegado en inscripciones o citas de autores posteriores. Su contenido es muy diverso, aunque en general sirven para ilustrar las vicisitudes de la comunidad de Paros, entre las que destacan los episodios más o menos históricos, como los enfrentamientos con los naxios o las luchas en Tasos. Aún se mantiene el tono de vituperio, ironía o erotismo que podemos encontrar en el grupo anterior, mientras al mismo tiempo su temática roza la elegía. Estos fragmentos llevan asociado el entorno geográfico de las islas Cícladas, siempre con el mar como telón de fondo. Se entienden así las metáforas náuticas, como esa imagen que en la literatura posterior gozará de larga vida: la «nave del estado».
Algunos ejemplos de tetrámetros:

Siete cadáveres yacen por tierra, de aquellos que atrapamos a la carrera.
¡Entre mil los matamos!

Glauco, mira; ya con las olas se agita el profundo mar
y a ambos lados de las cimas de los Giras
recta se levanta una nube, señal de tempestad
y nos alcanza inesperadamente el temor.

Infunde valor a los jóvenes: en los dioses están los límites de la victoria.

No me gusta el general corpulento o que a zancadas camina
o que presume de rizos o cuida su afeitado.
El mío ha de ser menudo, que en sus canillas se aprecie que es zambo,
plantado firmemente sobre sus pies, lleno de valor.

¡Corazón, corazón mío, por irresistibles penas agitado!
¡Arriba! ¡Frente a los enemigos, saca tu pecho y defiéndete
y en las insidias de tus contrarios, firme cerca de ellos, aguanta en pie!
No te jactes ante todos si eres vencedor
ni, vencido, te lamentes en casa postrado.
Con tus alegrías regocíjate y con las desgracias aflígete
sin desmesura: ve comprendiendo qué clase de cadencia al hombre rige.

  • El último grupo, con 36 composiciones, está formado por los epodos. Desde el punto de vista métrico, parece haber tanto versos adecuados al canto como versos estíquicos (constituyentes de un diálogo rápido en el que la intervención de cada participante se reduce a un único verso cada vez). Conforman el ejemplo más antiguo de composición estrófica de la tradición jonia. En su forma, es una unidad de ritmo completa, de significado concentrado y fácil retención para el auditorio. En algunos de ellos se usa la fábula (el águila y la zorra, el mono y la zorra), como una parte más de la sátira, en forma de referencia inmediata a la realidad.
Algunos fragmentos de epodos:
Carilao, hijo de Erasmón, un asunto de risa
te contaré a ti, el más querido de mis compañeros,
y disfrutarás al oírlo.

Fuiste infiel a un solemne juramento,
a la sal y a la mesa.

¡Zeus, padre Zeus! Tuyo es el dominio del cielo,
tú las obras de los hombres contemplas,
villanas e ilícitas, y a tu cuidado están
la insolencia y la justicia de los animales.

Tal fue el torbellino de pasión amorosa que envolvió mi corazón
y derramó sobre mis ojos espesa niebla,
tras arrebatarme del pecho mis delicados sentidos.

  • Por último, casi un centenar de fragmentos son muy difíciles de clasificar debido a su brevedad y a la ausencia de referencias externas que permitan precisar su contenido.

Yambógrafos antiguos

Para esta serie de autores seguimos el texto Yambógrafos griegos de Emilio Suárez de la Torre, publicado por la editorial Gredos. El mismo autor se encarga de anotar e introducir su traducción, revisada por Carlos García Gual.

El yambo, como composición poética, nace en la fiesta pública, en el ritual religioso (en especial en los de Deméter y Dioniso), y queda luego incorporado y asociado al simposio. El término «yambo» alude a una variedad métrica concreta (la conjunción de una sílaba breve con otra larga), que por extensión llegó a designar este tipo de poesía satírica, que en realidad usa también su contrapartida, el pie troqueo (sílaba larga y breve).

Lo yámbico nace en relación con el vituperio personal, probablemente a partir de una forma dialogada de contenido cómico. Esto podría explicar que se usara al principio el tetrámetro trocaico (un verso que Aristóteles consideraba más adecuado para la danza, y que se componía de cuatro metros, o partes, cada uno de ellos con dos pies troqueos). Esta forma sería abandonada en favor del trímetro yámbico (verso con tres metros, cada uno de cuatro sílabas, siendo las tres últimas larga, breve y larga).

Estas formas iniciales se daban por ejemplo en los rituales a Deméter en Eleusis, en cuya procesión aparecían personas enmascaradas que, desde un puente, lanzaban insultos contra personajes destacados. O en las Tesmoforias, también en honor de Deméter, en las cuales las mujeres realizaban gestos obscenos durante el período de ayuno. En Atenas, la fiesta que precedía a las Tesmoforias también incluía un intercambio de insultos entre grupos de ambos sexos. También en Egina, durante las festividades de Damia y Auxesia, divinidades de la fertilidad, aparecía un coro femenino que dirigía insultos contra las mujeres. Tampoco podemos dejar de nombrar aquí el mito de Yambe, que los griegos tenían como origen de la palabra «iambos»: sirviente del rey Celeo, Yambe es la única que actúa siempre según los deseos de Deméter, por lo que consigue mejorarle el ánimo y que llegue a sonreír y a romper el ayuno que la diosa mantiene tras la desaparición de su hija Perséfone. Este mito sería una traslación del ritual en honor a Deméter, con una entronización de la diosa, el ofrecimiento de ciceón («kykeón», una bebida creada en este caso con harina de cebada, agua y poleo –la forma más habitual se producía con vino, miel, cebada y queso rayado–) y la ruptura del duelo con las bromas y gestos obscenos.

Más adelante, la forma yámbica aparece también en otros géneros vinculados con lo ritual, en todos los casos relacionados de alguna forma u otra con Dioniso, como el ditirambo o la sátira. Así lo veían los propios griegos cuando indagaban sobre los orígenes de estos géneros. Por ejemplo, cierta inscripción de Mnesíepes, decía que Arquíloco entonó por primera vez un canto fálico con contenido dionisíaco cuando su padre regresaba de la consulta oracular que anticipaba la próxima gloria del poeta. Relacionado con el yambo, aun de forma oscura, aparece el «thríambos», que en Roma será ya el himno triunfal («triumphus»).

Es innegable, por tanto, que los orígenes de esta poesía son oscuros, y anteceden a las formas conservadas, tanto en el caso de poetas individuales, como en aquellos cantos populares, que llegan a nosotros por fuentes bastante más tardías, que seguro han recibido influencia de los textos literarios. Así, si tomáramos el canto de la golondrina rodio («chelidonismós») que nos transmite Ateneo (ya a finales del siglo II y principios del III), podríamos pensar que su parte final –donde una serie de trímetros yámbicos se usan para expresar un contenido entre humorístico y amenazador– es un reflejo de una alternancia de partes recitadas por un solista con otras cantadas por un coro. Sin embargo, en las épocas helenística y romana aparece cierta tendencia a una dramatización de los rituales, con la intención de reforzar su lado espectacular, por lo que ese duelo solista-coro debería quedar solo como algo hipotético.

En toda Grecia el ritmo yámbico se introduce en el canto y la danza, pero es en el mundo jonio donde se verá desarrollado en su faceta más limitada al contexto del banquete. Encontramos entre sus poetas diversos rasgos comunes; e incluso si aceptamos lo fragmentaria que fue la conservación de su obra, estos rasgos resultan suficientes como para permitirnos hablar de cierta homogeneidad en el género. Estas coincidencias ya las hemos visto al hablar de los orígenes rituales del género: el uso de los mismos metros (con las mismas variantes) y la presencia de la invectiva o, cuanto menos, de la censura. Por supuesto, aparece una clara variedad: la virulencia de Arquíloco, la fijación de Semónides por el enfrentamiento verbal entre sexos o la vivacidad descriptiva de Hiponacte son algunas de ellas.

Con el tiempo, la expansión del yambo (geográfica y cronológica) diversificará su uso, en buena parte debido a que será utilizado como forma para otros géneros, como ya hemos dicho. Así, Solón lo usará en la Atenas del siglo VI aC con un marcado tono cívico y político, al combinar la defensa propia con la censura ajena. El comediógrafo Hermipo (siglo V aC) ridiculizará a Pericles, lo mismo que el filósofo Boidas será atacado por un tal Dífilo. A partir del siglo IV aC, la influencia del teatro es clara, lo que da lugar a creaciones mixtas, como las paradojas cínicas que recoge Diógenes de Sínope en los Tragodaria o el Himno a Pan de Castorión de Solos. En época helenística el verso yámbico revivió un tanto, incluso con cierta finalidad narrativa (con Calímaco, por ejemplo), con influencia teatral (como en la Alejandra de Licofrón) o usos peculiares muy alejados de su origen crítico (como sucedía con ciertos oráculos). El yambo se usará en polémicas filosóficas, como hicieron Hermeas de Curion y Timón de Fliunte, que atacaron a los estoicos, o también en la crítica literaria, como es el caso de Alceo de Mesenia, quien ridiculizó lo que consideraba plagios de Éforo.

El género, finalmente, vivirá hasta ser ahogado por las formas dramáticas. Estas, además de incorporar el verso yámbico, adoptaron también su finalidad –la crítica y el escarnio–, y de hecho algunos de los poetas yámbicos son en realidad, como hemos adelantado, comediógrafos cuyas obras se han conservado de forma exigua y muy parcial.

Fueron los filólogos alejandrinos quienes recopilaron y editaron los textos antiguos. Esta labor, junto a lo transmitido de forma indirecta por Ateneo, Plutarco, Estobeo y Aristóteles, fue fundamental para conocer la poesía yámbica, hasta que a lo largo del siglo XX fueron saliendo a la luz diversos conjuntos de papiros, como los de Oxirrinco, que permitieron aumentar este conocimiento y corregir los fallos y manipulaciones de eruditos y copistas.

Cuatro son los principales poetas que cultivaron este género en el período antiguo, que serán tratados en sus respectivas entradas:

Anaxímenes de Lampsaco y la Retórica a Alejandro

Sabemos muy poco de este rétor e historiador, y la mayoría a través de referencias de otros autores.

Su vida se extendió durante el siglo IV aC, aproximadamente entre el 380 y el 320 aC. Contrario a la escuela de Isócrates, habría escrito su propia Helena, aunque de carácter más apologético que encomiástico, a diferencia del discurso de Isócrates.

También trabajó como logógrafo, y una referencia de Ateneo lo hace creador del discurso de acusación contra la hetaira Friné, que sería defendida por Hiperides con aquella famosa anécdota del desnudo frente a los jueces.

Escribió una historia de Grecia, que abarcaba desde el origen de los dioses hasta la batalla de Mantinea (632 aC), y una Filípica, historia sobre Filipo II de Macedonia. Fue uno de los favoritos de Alejandro Magno, a quien acompañó en sus campañas por el Imperio Persa. Hostil hacia Teopompo, publicó un libelo paródico bajo su nombre, imitando su estilo y atacando a Atenas, Esparta y Tebas.

Algunos estudiosos creen que tanto la carta de Filipo transmitida dentro del corpus demosténico como la respuesta a la misma, son obra de Anaxímenes.

Retórica a Alejandro

Atribuida durante mucho tiempo a Aristóteles, hoy la mayoría de estudiosos la consideran obra de Anaxímenes de Lampsaco. Seguimos para esta obra la edición de la Universidad de Salamanca, a cargo de José Sánchez Sanz.

Se trata de un manual de teoría retórica del siglo IV aC. Su autor dice haberse basado en la Techné de Corax y en la Teodectea de Aristóteles, aunque esta última se publicó de forma bastante tardía, y parece claro que en realidad se basó en Sobre la retórica, obra también aristotélica y cuya estructura sigue en parte. Pero al contrario que Aristóteles, el autor de esta obra casi no usa ejemplos para ilustrar sus preceptos.

El esquema de la obra, según la división tradicional de capítulos, queda como sigue:
  • Capítulos 1-5: Clasificación de la oratoria en tres géneros (deliberativo, epidíctico y judicial) y definición de sus siete tipos, llamados especies (suasoria, disuasoria, encomiástica, reprobatoria, acusatoria, defensiva e indagatoria). Se tratan los argumentos más utilizados en cada especie retórica, como los recursos de las especies suasoria y disuasoria (lo justo, lo legal, lo conveniente, lo noble, lo grato, lo fácil, lo posible y lo necesario, todos ellos obtenibles a partir de lo semejante, lo contrario y lo ya sancionado), diversos temas de deliberación (celebraciones religiosas, leyes y constitución, alianzas, guerra y paz, recursos financieros para el erario público) o la amplificación y la minimización de las especies encomiástica y reprobatoria).
  • Capítulos 6-28: Recursos retóricos. Los capítulos 6-22 son los usos (llamados «tópicos» por Aristóteles), con la argumentación en los capítulos 7-17 y dividida entre argumentos propios (lo probable y su división, los ejemplos, las deducciones, los entimemas o consideraciones, las sentencias, los indicios y la refutación) y argumentos aportados (opinión del orador, testimonios, declaraciones mediante tortura y juramentos). A partir del capítulo 18 se ocupa de la anticipación (críticas de los oyentes y los oponentes), de las súplicas, de los modos de recapitular (reflexión, enumeración, resoluciones, interrogación e ironía), de la expresividad y de la extensión del discurso. Los capítulos 23-28 tratan del estilo: composición nominal, expresión desdoblada (referido a oración bimembre) y claridad (ambigüedad, hiato, artículos, combinación de palabras, partículas conectivas), antítesis, parisosis (equivalencia entre miembros de oración que no son ni semejantes ni opuestos) y paromeosis (una parisosis con rima o finales equivalente).
  • Capítulos 29-37: Partes del discurso. Para cada una de las especies definidas anteriormente. define un proemio (que anticipa el asunto, reclama la atención y capta la benevolencia), una narración, su confirmación, los razonamientos contra el adversario y la recapitulación.
  • Capítulo 38: Apéndices. Por un lado un apéndice ético, que trata de la adecuación de la vida del orador a estas doctrinas, y por otro un apéndice que realiza un resumen de algunos aspectos tratados al inicio de la obra y que es considerado una compilación posterior.
No parece que esta obra tuviera un gran impacto en los estudios retóricos posteriores, y es muy posible que solo se haya conservado por creerse que estaba escrita por Aristóteles.

Un par de citas interesantes:

«Lo mismo que te afanas en llevar una vestimenta más hermosa que el resto de los hombres, así también has de procurar que tu capacidad oratoria sea lo más distinguida posible, ya que es mucho más noble y más regio tener buen cuidado del alma que del atavío del cuerpo».

«El pueblo, siendo dueño de dar honores a quienes quiera, no recelará de aquellos que los reciban, y las personas notables ejercitarán más sus buenas cualidades si saben que la estima de los ciudadanos no dejará de aprovecharles».

pseudo Esquines: Cartas

La tradición nos lega un conjunto de doce cartas atribuidas a Esquines, pero todas ellas son hoy consideradas apócrifas. De hecho, por rasgos estilísticos y de contenido, aunque parecen obra de una sola persona, su composición sería de un punto tan tardío como el siglo II dC.

Por su tema, pueden dividirse en tres grupos. El más extenso está compuesto por las primeras nueve cartas (las únicas que conoció Focio), que resultan más intimistas. En ellas se persigue presentar a un Esquines más personal y humano, con ocupaciones cotidianas y una evidente nostalgia. La décima carta es un juego literario entre lo burlesco y lo erótico, próximo a un esquema de cuento milesio (una suerte de relato picante que llegó a conformar un género propio en el siglo II aC). Tuvo cierto eco es la literatura posterior, como en Boccaccio. Las dos últimas retoman el enfrentamiento político con Demóstenes, y están en contraste con las dos primeras cartas de este.

Carta I, a Filócrates. Narra cierto viaje a Delos, donde encontraron algún tipo de enfermedad contagiosa, y las vicisitudes que, por culpa de los caprichosos vientos, encontraron para llegar de nuevo a tierra.

Carta II, a Ctesifonte. Le reprocha, desde el exilio, la actitud hacia su tío (aunque el nombre de este personaje solo aparece aquí, por lo que su existencia resulta cuanto menos dudosa).

Carta III, al Consejo y al Pueblo. A pesar de haber sido desterrado, se alegra de poder compartir la suerte de otros grandes del pasado que sufrieron la misma mala reputación. Esta carta es lo bastante breve como para parecer un fragmento, o una simple práctica retórica.

Carta IV. Ensalza a un tal Cleócrates, pues pertenece a una estirpe de campeones olímpicos. Cuenta una anécdota sobre una mujer que se atrevió a entrar al recinto deportivo (espacio exclusivo de los hombres), que contarán de diferente manera Pausanias y Eliano.

Carta V. Habla de la buena acogida que Cleócrates le dispensa durante su exilio en Rodas, y se alegra de estar apartado de la política, pues se siente «dichoso en su desgracia».

Carta VI, a Filócrates. Una pequeña nota para que cierto banquero reciba con cordialidad a quien lleva el mensaje.

Carta VII, al Consejo y al Pueblo. Arremete contra Melanopo, que a su vez había atacado al exiliado Esquines, y recuerda que podrá defenderse si se le permite regresar a la patria.

Carta VIII. Una brevísima nota dirigida a un desconocido que, a pesar de decir que visitará en su destierro a Esquines, nunca inicia ese viaje.

Carta IX. Cuenta su visita a Fisco, ciudad rodia, y detalla sus hermosos parajes. No deja, sin embargo, de añorar su ciudad.

Carta X. Cuenta la anécdota en la que un tal Cimón engañó a una virgen haciéndose pasar por el río Escamandro transfigurado, aprovechándose de cierta costumbre extendida entre los habitantes de la región troyana.

Carta XI, al Consejo y al Pueblo de los atenienses. Aconseja prudencia ante las propuestas de los antimacedonios, que parecen partidarios de emprender acciones revolucionarias (es obvio que el autor quiso simular que la carta estaba escrita tras la muerte de Alejandro, o tal vez un poco antes, pues se nombra a Antípatro como rey Macedonio). Es una obra más densa, y constituiría una respuesta (simulada, repetimos) a la carta I de Demóstenes.

Carta XII, al Consejo y al Pueblo de los atenienses. Solicita el perdón y la misericordia para sus hijos, que se han visto obligados a seguirle en su destierro. Recuerda que otros oradores, contrarios a los macedonios, viven de forma plácida en Atenas, como Demóstenes, y se les muestra misericordia, como a los hijos de Licurgo, mientras que los filomacedonios que habían sido comprados, como Démades, han obtenido sus recompensas en tierras macedonias. Sin embargo, Esquines permanece en el exilio, junto a su familia y un par de amigos.

Démades: Introducción. Sobre los doce años


Contamos para este autor con la traducción realizada por José Miguel García Ruiz, quien se encarga también de escribir la introducción y las notas del volumen publicado por la editorial Gredos.

Lo que no podremos encontrar, empero, es una biografía de Démades escrita en la Antigüedad, por lo que los pocos datos biográficos nos llegan dispersos en obras de sus contemporáneos (y solo por su relación en los tribunales), o bien de escritores ya posteriores.

Hijo de Démeas, un armador del demo de Peania, Démades murió en el año 319 aC. Como para entonces era ya un anciano se calcula que la fecha de su nacimiento puede situarse hacia el 380 aC. No gozó de una educación especial, y se jactaba de haber aprendido de la tribuna de oradores atenienses. Aunque tal vez estemos frente al orador más brillante de su tiempo, mereció escasa estima como persona, y ni siquiera se molestó en esconder que aceptaba gustoso los sobornos. Lo encontramos ya como oponente de Demóstenes en 349 aC, a propósito de la guerra de Olinto.

Su habilidad, sin embargo, le permitió situarse al frente del Estado por espacio de dos décadas tras la batalla de Queronea (338 aC), a raíz de la cual fue hecho prisionero. Tras haber sido enviado a Atenas como portavoz de Filipo, volvió con Esquines y Foción para negociar la paz que llevaría su nombre. En adelante, Démades sería uno de los más destacados miembros del partido promacedonio.

Fue procesado por Hiperides tras la batalla de Queronea, ya que propuso que se rindieran honores a un cierto Eutícrates, que estaba al servicio de Filipo. En 336 aC, cuando Alejandro entra en Tesalia, se le requiere de nuevo para interceder por Atenas ante Macedonia, y de nuevo cuando al año siguiente el rey exigió la rendición y entrega de los cabecillas atenienses. Con la ayuda de Foción, pudo resolver la amenaza, y como recompensa le fue concedida una estatua de bronce en la plaza del mercado, y comidas gratuitas en el Pritaneo.

A partir del año siguiente, y también con Foción, participó en el control de los asuntos externos, y acompañó a Licurgo, su posterior enemigo, en dos misiones: a Delfos, en 330 aC, para asistir a la dedicación de un nuevo templo, y a Oropo, al año siguiente, para inspeccionar ciertos juegos.

En los años siguientes su popularidad decreció, sobre todo cuando en el 323 aC, fue declarado convicto de aceptar regalos de Hárpalo. También tuvo que pagar una multa por intentar deificar a Alejandro, y por presentar mociones ilegales perdió el derecho a participar en asuntos públicos.

Pero en 322 aC se le necesitó de nuevo como mediador, cuando Antípatro amenazaba con invadir el Ática. De nuevo, con Foción, se las ingenió para aplacar al regente de Macedonia. Colaboró también con la nueva oligarquía ateniense, al proponer que los jefes democráticos huidos fueran condenados a muerte, lo que supuso el final de Demóstenes e Hiperides.

En el 319 aC, Démades se dirige a Macedonia junto a su hijo Démeas, con el fin de solicitar a Antípatro que retire sus tropas de Muniquia. Pero fue descubierta una carta que tres años antes había escrito a Pérdicas, en la que invitaba al general a invadir Macedonia. Esto supuso que Démades y su hijo fueran jugados en Atenas, y condenados a muerte.

En cuanto a sus dotes como orador, Démades fue considerado el más talentoso e ingenioso, y al parecer sobresalía especialmente en los debates improvisados. Sin embargo, de su obra solo se ha conservado, de forma fragmentaria, el discurso Sobre los doce años.

En esta obra Démades repasa sus éxitos en la política ateniense, y justifica los fracasos de la ciudad como intervenciones de sus enemigos. Se trata sin lugar a dudas de la defensa contra una acusación personal, realizada en algún momento posterior a la muerte de Alejandro. Tal vez para no perder el derecho a hablar en público o, más probablemente (puesto que habla de la ejecución como pena) para no perder la vida.

Este es el resumen del discurso, con la numeración de sus epígrafes:
  • 1-6. Suplica a los jueces un trato favorable. Añade que los acusadores tienen ventaja sobre los acusados, ya que hablan los primeros y pueden, por tanto, mover más a su favor el ánimo de los jueces. «Algo terrible acontece, jueces, a muchos de los que juzgan; pues, así como la enfermedad de los ojos, al confundir la visión, impide contemplar lo que se encuentra delante, así también un discurso injusto que se introduce en las mentes de los jueces no les permite abarcar la verdad debido a su agitación interior». Se queja de la difamación de que es objeto por parte de sus acusadores. Apoyado en una gran seguridad, afirma estar dispuesto a morir si se demuestra su culpabilidad.
  • 7-8. Habla de su nacimiento, de su falta de recursos, y de la entrada en la vida política.
  • 9-16. Las anteriores propuestas de Démades: paz con Filipo. Alejandro sube al poder y amenaza a la ciudad. Démades firma la paz, pero no es merecedor de ningún reproche.
  • 17. La actuación de Demóstenes y Licurgo como enemigos de Alejandro. Los oradores recriminaban a Démades que no aprobara...
  • 18-65. Breves fragmentos a los que es difícil asignar una posición en el discurso, o siquiera un amago de continuidad y coherencia. Un par de ejemplos: «Una palabra en vano proferida aguza las espadas, pero hábilmente dispuesta embota hasta las afiladas lanzas: el gobierno consigue más que la fuerza». «El miedo a la guerra, como la oscuridad, no tiene el mismo aspecto cuando se presenta que cuando se aleja».

Hiperides: Epitafio o discurso funebre

El discurso compuesto en honor de los caídos en la guerra lamíaca, quizá el último escrito por Hiperides, fue pronunciado en 322 aC, durante los funerales públicos acostumbrados entre los atenienses.

La obra fue muy admirada en la Antigüedad, aunque algunos críticos modernos la tachan de ser artificiosa y fría. Sin embargo, debe notarse que bajo las normas del discurso fúnebre se oculta la sinceridad inspirada del autor. El género del discurso fúnebre, uno de los principales dentro de la oratoria de aparato, tenía unas reglas rígidas y convencionales, como la confesión del orador sobre su incapacidad para realizar la tarea, la alabanza a los muertos, la consolación a los afligidos familiares, o el tributo a los antepasados y a la gloria de la ciudad. Sin descuidar estas reglas, Hiperides supo ser innovador, por ejemplo cuando centra la alabanza en un solo hombre, el general Leóstenes, al que parangona con la propia ciudad de Atenas, o cuando alude a la vida del Más Allá, algo ajeno al género.

El discurso resulta también una obra de carácter político, al exhortar a los ciudadanos a finalizar la empresa por la que habían caído Leóstenes y los suyos, lo que aseguraría la libertad de Atenas y de Grecia.

Esta es la sinopsis del discurso, siguiendo la numeración de sus epígrafes:
  • 1-3. Exordio. Contraste entre la inhabilidad del autor y la grandeza de la tarea que se le ha confiado. División del argumento.
  • 4-9. Aspectos usuales de los discursos fúnebres, como el elogio de Atenas, y de la raza y educación de los caídos.
  • 10-14. Elogio de Leóstenes, con el resumen de sus acciones de guerra.
  • 15-16. Las alabanzas a los soldados están indisolublemente unidas a las de su jefe.
  • 17-26. Motivos que encendieron en los combatientes el valor y el coraje. «En efecto, nunca persona alguna, de las que vivieron, luchó ni por una causa más bella, ni contra enemigos más poderosos, ni con menores medios».
  • 27-40. Solemne glorificación de los caídos.
  • 41-43. Epílogo. «Es difícil tal vez consolar a los que están en medio de tales padecimientos; pues las aflicciones no se calman ni con la palabra ni con la ley; antes bien, la naturaleza de cada uno y el afecto hacia el muerto fijan el límite de su penar».


Dinarco: Contra Filocles

Filocles era un importante representante del partido promacedonio, y antes del asunto de Hárpalo debió de ser muy respetado. Como Demóstenes y Aristogitón, fue acusado de recibir sobornos.

Como general a cargo del puerto de Muniquia, fue Filocles quien permitió la entrada del tesorero macedonio al puerto de Pireo como suplicante. Aunque había servido como hiparco en tres o cuatro ocasiones, y más de diez como general -todo ello según el presente discurso-, parece que en 324 aC fue rechazado para un cargo en la efebía, tal vez debido a la sospecha de los sobornos.

En la tercera carta de Demóstenes se dice que Filocles fue condenado, pero existe una inscripción sobre un Filocles que en 324/23 aC fue coronado para el mismo cargo que pretendía el acusado de este proceso. Si fuera la misma persona, hemos de entender que fue absuelto. Para hacer compatibles ambas realidades, algún estudioso ha planteado la posibilidad de que fuera en efecto condenado, y posteriormente rehabilitado.

Del discurso en sí puede saberse que el cliente de Dinarco no fue el primero en intervenir, aunque no está claro si se trata de una deuterología. Algunos estudiosos piensan que el discurso está incompleto (faltaría un número indeterminado de líneas en la parte final), mientras que por otro lado se ha puesto en duda su autenticidad, aunque no se han aportado pruebas concluyentes.

Este es el resumen de la obra, siguiendo la numeración de sus epígrafes:
  • 1-5. Osadía e imprudencia de Filocles, que reclama su inocencia después de tantas maldades. Los jueces solo tienen que decidir la forma de castigo.
  • 6-10. La deshonestidad de Filocles viene de antiguo, y no tiene límites. Ha traído la desgracia para Atenas.
  • 11-18. Filocles ha ocupado en el pasado numerosos cargos inmerecidamente. Si Timoteo (famoso general que cobró dinero de Quíos y Rodas) fue condenado, ¿cómo va a ser absuelto Filocles? Se le debe condenar como a los demás traidores.
  • 19-22. Llamada a la severidad de los jueces, exigida por la grandeza de Atenas.