Demóstenes: En defensa de los megalopolitas

A partir del año 353 aC, el poder de Tebas sobre la Hélade entra en declive. Los espartanos se decidieron a dispersar a los colonos de Megalópolis, ciudad formada por la unión de varias comunidades arcadias tras la batalla de Leuctra (371 aC). Esto convertiría Arcadia en el país de cómodo dominio que era anteriormente. Además, el fin de la efímera hegemonia tebana permitiría a otras ciudades llevar a cabo grandes proyectos: Élide recobraría Trifilia; Fliunte se haría con la fortaleza de Tricárano; Atenas conquistaría Oropo; además de que varias ciudades beocias podrían ser reconstruidas. Éstos eran los planes que exponían los embajadores atenienses. Por otro lado, los representantes de Megalópolis trataban de ganar el apoyo ateniense.

Se formaron así dos partidos entre los políticos de Atenas: los filoespartanos, que defendían la conveniencia de perseverar en la alianza con los lacedemonios; y los defensores de la nueva ciudad, que veían en el cambio de aliados la forma de evitar una hegemonía espartana.

En el presente discurso, Demóstenes objeta a ambos bandos su poco patriótico apasionamiento, al defender causas ajenas al estricto interés ateniense. A Atenas le interesaba el declive de Tebas, pero sin que ello implicase el incremento del poder espartano. La solución para Demóstenes pasaba por aunar el interés puro y simple con la decencia de la actuación política de Atenas, ciudad que desde antiguo había defendido a los débiles contra los opresores. Insiste así el orador en que el objetivo que la ciudad debe perseguir sea el de la justicia. El equilibrio entre las ciudades griegas y el prestigio de Atenas se alcanzarían apoyando la causa de los megalopolitas.

El discurso fue pronunciado en el 353 aC. Un año más tarde Tebas todavía pudo defender a sus aliados megalopolitas. Pero poco después, cuando la caída tebana era ya un hecho, los estados peloponesios contrarios a Esparta encontraron otro protector: Filipo de Macedonia.

Demóstenes: Sobre las sinmorías

Hacia 354 aC el rey persa Artajerjes III Oco ultimaba sus preparativos para reconquistar las provincias que habían hecho defección del imperio. Cuando las noticias alcanzaron Atenas, sus ciudadanos las acogieron con cierto recelo, puesto que además de atacar Fenicia, Chipre y Egipto, Artajerjes bien pudiera repetir las tentativas de sus predecesores Darío y Jerjes. Los atenienses habían apoyado recientemente al sátrapa rebelde Farnabazo, y por otra parte los tebanos podrían ponerse, como en la anterior ocasión, de parte del invasor.

En medio de esta tensa situación, Demóstenes decide calmar los ánimos y aportar una dosis de realismo: Atenas ya no era la poderosa ciudad que fue, y había tenido que reconocer la independencia de Quíos, Cos, Rodas y Bizancio. Además, el erario público está menguadísimo, al haber tenido que hacer frente a los costes de guerra con el dinero proporcionado por un sistema tributario defectuoso. Por otro lado, Grecia entera también ha cambiado, y la llamada Guerra Sagrada, iniciada el año anterior, había hecho surgir odios no disimulados entre las ciudades. Por todo ello, no es momento de dar el primer paso, sino esperar a la ofensiva del rey persa, pues la amenaza provocará que las ciudades griegas se muestren más propensas a una alianza.

Sin embargo, Demóstenes aprovecha la ocasión que se le presenta para exhortar a sus conciudadanos a prepararse para una próxima guerra, aunque no sea contra Artajerjes. Aunque no lo menciona, parece evidente que el orador piensa en Filipo de Macedonia. Propone organizar las prestaciones destinadas a la armada naval (las trierarquías), para conseguir que se hagan con presteza y eficacia, de tal forma que funcionen con el mismo orden e igual previsión que en el caso de las liturgias destinadas a la celebración de fiestas. Demóstenes propone una serie de reformas: aumentar el número de contribuyentes, coordinar todos los servicios, dividir las sinmorías (o grupos de contribuyentes) en cinco partes y otorgar a cada una el cargo de una parte de la flota y de los diques.

La idea básica aparece en el propio discurso: «Por eso recomiendo que no seamos los primeros en emprender la guerra; pero para el conflicto afirmo que es necesario que estemos correctamente preparados».

El presente discurso es uno de los primeros que Demóstenes pronuncia ante la Asamblea, y el primero que dispuso para su publicación. Aún falta mucho para que el orador se convierta en un famoso político, así que aquí no aparece su arrolladora elocuencia: falta amplitud en el desarrollo de algunos pensamientos, y otras veces éstos quedan en suspenso. Tal vez por ello no lograra el objetivo que perseguía, y tres años después de este discurso aún se lamentaba Demóstenes de que las trierarquías siguieran mal organizadas. Algo que pudo remediar más adelante, cuando logró que se aprobara una propuesta suya para una reforma radical de este sistema contributivo.

Demóstenes: Contra Leptines, acerca de la exención de cargas

Primer discurso pronunciado personalmente por Demóstenes sobre un asunto público (esto es, en lugar de una causa privada, un asunto de índole política o de interés para la ciudad-estado).

En el año 355 aC finalizó la llamada Guerra de los Aliados (iniciada dos años antes), en la que los atenienses se enfrentaron a sus antiguos aliados. El tesoro público de la ciudad había sido dilapidado, y escaseaban los ciudadanos capaces de desempeñar servicios públicos o que estuvieran, al menos, dispuestos a prestarlos. Estos servicios consistían en las diferentes liturgias {leitourgíai}: equipar y entrenar un coro (khoregía), organizar la carrera de antorchas y supervisar los gimnasios públicos (gymnasiarkhía), ofrecer un banquete a los miembros de su tribu (hestíasis), donar fondos para las embajadas a los festivales panhelénicos (arkhiteoría), equipar una nave de guerra (trierarchía) y una contribución especial para gastos de guerra (eisphorá). Determinados ciudadanos, como premio a sus notables servicios al estado, recibían en ocasiones ciertas inmunidades, normalmente exenciones de las liturgias (salvo las dos últimas, de carácter bélico). Esta recompensa era hereditaria.

Un ciudadano llamado Leptines propuso suspender todas las inmunidades otorgadas en el pasado (con la excepción de las que disfrutaban los descendientes de los tiranicidas, Harmodio y Aristogitón), y declararlas ilegales en el futuro. Un tal Bátipo, con el apoyo de otros ciudadanos, presentaron una acusación de ilegalidad sobre este decreto de Leptines, ya que había sido propuesta directamente a la Asamblea, sin ser presentada antes a los nomothétai, como era requisito obligado. Pero Bátipo murió, y sus compañeros de denuncia dejaron pasar el tiempo de que disponían sin hacer nada.

El hijo de Bátipo, Apsefión, y Ctesipo (hijo del general Cabrias que heredaría de éste inmunidades y excepciones) decidieron presentar una segunda denuncia. Pero como ya había transcurrido un año desde que se aprobara la ley, la denuncia ya no podía dirigirse contra el autor de la ley, sino contra la ley en sí misma. Esto es lo que hicieron un tal Formión, quien representaba a Apsefión, y Demóstenes, procurador o apoderado de Ctesipo, tal vez menor de edad. Por su parte, Leptines y otros abogados defendieron la ley.

Demóstenes se encarga aquí de la deuterología, el segundo discurso encargado del mismo asunto, que explota nuevos aspectos u ofrece respuestas a las posibles réplicas de la parte contraria. Así se explica que este discurso conceda poca importancia al asunto central, la ilegalidad del decreto de Leptines, e insista en su lugar en otras cuestiones: la vergüenza que supone para la ciudad despojar de honores a sus bienhechores, el escaso número de beneficiados con estas exenciones, el error político que supone privar a los ciudadanos de estos premios, el desconocimiento por parte de Leptines del espíritu que subyace en la vieja legislación de Solón, los méritos de Cabrias, etc.

En cuanto al estilo del discurso, ya los antiguos lo admiraban. Consideraban sus frases, sobrias y moderadas, más propias de una obra escrita, sin concesiones a la improvisación o al tono familiar (como podrían ser frases inconexas o giros bruscos). En cuanto a su tema, lejos de las argucias y corrupciones de rétores y hombres públicos, el discurso hace del honor la meta más codiciada, por encima de cualquier otra consideración. Aunque resulta un poco extenso, la multitud de ejemplos de hombres de pro ameniza lo que de otra forma quedaría repetitivo. Su lectura ayuda a iluminar algunos aspectos sobre la vida política de Atenas, particularmente el punto de vista que los ciudadanos tienen sobre los sucesos ocurridos una o dos decenas de años atrás, así como la importancia que la opinión de otros estados sobre Atenas pudiera tener en sus futuras relaciones mutuas.