Obra que forma un epitafio o discurso fúnebre, enmarcado en dos partes dialogadas que sirven de preámbulo y epílogo. A pesar de su relativa brevedad, ha suscitado importantes controversias, debido a sus errores (o falsedades), anacronismos y exageraciones. Todo ello se sustenta en una ironía convenientemente matizada y en una constante ambigüedad. No faltan a lo largo del discurso las sugerencias de tipo moral y las disquisiciones políticas. Los planteamientos filosóficos, sin embargo, son más bien escasos y marginales, y se encuentran supeditados al ámbito del discurso simulado por Sócrates.
La estructura de ese discurso insertado en la obra continúa la antigua tradición del epitafio, desde el que Tucídides pone en boca de Pericles, hasta el atribuido a Demóstenes: encomio a los héroes, y consolación a los vivos, incluyendo temas sobre la autoctonía, la educación, las leyendas y las hazañas del pasado. Innovación de este pseudodiscurso platónico es la prosopopeya de los muertos. La cantidad de figuras retóricas acumuladas, hacen a esta obra heredera del discurso fúnebre de Gorgias, probablemente con ánimo paródico.
También son propias de ese discurso las falsedades y exageraciones, que quieren reflejar, tal y como Sócrates refiere en el prólogo dialogado, la capacidad de los oradores para apañar sus palabras y hechizar al auditorio, mediante deformaciones de lo real (ocultamiento de lo adverso, exaltación de lo favorable).
El patetismo y la gravedad de la segunda parte del discurso, junto a los planteamientos y sugerencias de carácter moral, hacen pensar que muy bien pudo Platón verse inclinado a adoptar, al margen de la parodia, una actitud comprometida. Esta dualidad de criterios, poco probable, y la mayor importancia reservada bien a la ironía, bien a las reflexiones serias, son algunos de los detalles en que los estudiosos no se ponen de acuerdo.
A continuación, el resumen de la obra, con indicaciones de sus epígrafes (numerados en los manuscritos del 234 al 249):
El interlocutor de Sócrates es el joven Menéxeno, de familia arraigada en la vida pública, que ha llegado a la edad en que la legislación ateniense le confiere derechos. Muy interesado en la oratoria, el joven Menéxeno informa a Sócrates sobre la elección del orador encargado de pronunciar la oración fúnebre anual (234). El filósofo, en tono irónico y arrogante, y en un contexto que desvirtúa algunas de sus afirmaciones habituales, desmitifica ante el joven las tareas de los oradores e insiste en la facilidad con que elaboran este tipo de discursos (235). Él mismo se ofrece a pronunciar uno, aprendido de Aspasia (la famosa hetera compañera de Pericles), forjado mediante partes improvisadas y restos de un anterior discurso (236). Sócrates comienza su peroración por el elogio de los muertos en el combate (237-239), continúa con la relación de los acontecimientos históricos más destacados hasta la paz de Antálcidas (240-246a) {por lo que sabemos que la obra no puede ser anterior al 387 aC, pero tampoco muy posterior}, y finaliza con la prosopopeya de los muertos, que exhortan a sus descendientes (246b-247c), y consuelan a sus padres (247d-249c). Finalmente, Menéxeno agradece a Sócrates haberle mostrado el buen hacer de Aspasia (249d-249e).
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