Parte de un discurso de defensa entre litigantes desconocidos. Tampoco podemos precisar una fecha de composición, aunque la pertenencia a Lisias es casi segura. Únicamente disponemos de parte de la demostración (con el comienzo corrupto) y del epílogo. Es posible que Lisias no escribiera el resto, aunque no puede asegurarse, y también es probable que se trate de una deuterología (un segundo discurso de apoyo, y no el principal de la causa).
En cuanto al proceso, sabemos que los litigantes ya habían tenido problemas con anterioridad, cuando al acusado le correspondió desempeñar una liturgia, y trató de que el acusador de este proceso corriera con los gastos, por suponerlo más rico. Se produjo entre ambos el consabido intercambio de bienes, pero, una vez realizado, los amigos comunes consiguieron que se avinieran y acordaron restituírselos. Mas, al parecer, el acusador se quedó con una esclava que, según el acusado, habían acordado conservar en común. Entonces el acusado se presentó en casa del acusador con un grupo de amigos, le arrebata la esclava y le agrede con un cascote, hiriéndolo de tal modo que durante un tiempo tuvo que ser trasladado en camilla.
Por lo que podemos averiguar, en el escrito de acusación el agredido alegaba que sobre la esclava no habían llegado a un acuerdo, y que el ataque fue tan grave como para presumir intento de homicidio. Toda la defensa del acusado se fundamenta en destruir ambos supuestos. Para negar la primera, ciertamente falto de argumentos, demuestra que se produjo avenencia entre ellos acudiendo a una componenda ilegal que hizo con sus amigos para que el acusador saliera como juez en las Dionisias. En cuanto a la agresión el acusado niega la intención de matar (pues podría haberlo hecho, lo mismo que le arrebató la esclava, y además no traía un arma preparada, pues el cascote lo encontró allí mismo {ya hemos visto en la Defensa frente a Simón lo conveniente de este arma}; así mismo, fue una simple reyerta entre borrachos, pues él iba de juerga con unas flautistas).
Luego se suceden las acusaciones: al propio acusador, por desear el dinero y a la esclava, y por agredirle primeramente; y a la esclava, que juguetea con ambos para su propio provecho. Desarrolla prolijamente un argumento al que difícilmente prestarían crédito los jueces: el acusador no aceptó someter a interrogatorio (bajo tortura) a la esclava, lo que revela su interés en plantear el litigio. En el epílogo se da la habitual contraposición entre lo grave de la pena y lo nimio de la causa, y el acusado afirma su carácter poco litigioso. Termina con una apelación muy viva y patética, poco habitual en Lisias, a la piedad de los jueces.
Por consiguiente, os suplico y ruego por vuestros niños y mujeres y por los dioses que poseen esta tierra: tened piedad de mí y no permitáis que quede en sus manos, ni me arrojéis a una desgracia incurable.
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