El título tradicional de este discurso se funda en alguna deducción errónea del contenido, o en un lectura muy superficial. Nada parece indicar una acusación de esa índole, sino más bien un proceso derivado de un simple escrutinio o examen para tomar posesión de una magistratura.
Entre los oligarcas, incluso entre los propios Treinta, hubo una amplia gama de actitudes: algunos fueron especialmente sanguinarios, como Critias, mientras otros fueron más moderados, como Terámenes. Entre sus partidarios, sucedía lo mismo, y hubo quienes ocuparon magistraturas importantes, pero otros que pudieron quedarse en la ciudad tras la caída del régimen tiránico: sus vidas no corrían peligro, como sí sucedía con sus posesiones. En este discurso, el anónimo orador se confiesa de los de este último grupo, aunque quizá estuviera un poco más comprometido con los oligarcas de lo que confiesa.
Parece que el orador había sido elegido para una magistratura, y algunos (Epígenes, Demófanes y Clístenes) objetan a este nombramiento, simplemente por enemistad personal. Se trata de un grupo de ciudadanos que, basándose en su actividad prodemocrática previa a la restauración, se arrogaban el derecho de acosar a los no demócratas, pensando también en el beneficio particular. Esto lo debemos deducir del propio acusado, que insiste en atacar a sus objetores. El discurso está compuesto en anillo: comienza atacando a los acusadores como amigos de ocuparse de lo ajeno y de sicofantas, y termina con un torrente de nuevos y graves ataques contra ellos (aunque del discurso nos falta la peroración final).
Los términos de la acusación debían de ser más bien vagos, pues el orador utiliza como argumento el hecho mismo de no haber sido acusado de un crimen concreto, sino de los cometidos por los Treinta. Podemos adivinar que era un hombre ilustrado, con poca fe en la política y, en general, en el género humano. Niega a la manera sofística que por naturaleza alguien se incline por un régimen u otro, sino que esto se hace por conveniencia (ejemplificando el hecho con personajes como Frínico y Pisandro, que cambiaron de chaqueta según sus intereses). Luego insta a los jueces a que examinen sus circunstancias particulares, manifestadas en su conducta desde la instauración de los Cuatrocientos: ha desempeñado numerosas liturgias, permaneció en la ciudad para proteger sus bienes, no desempeñó cargos de importancia ni hizo daño a sus enemigos. Tras desechar fácilmente una acusación menor (que no sufrió daño durante la oligarquía), dedica su tiempo a dar consejos a los jueces (lo que demuestra que es un hombre de cierto prestigio y seguro de su posición): les insta a tomar nota de las revoluciones del pasado, provocadas por las reacciones contra hombres excesivamente celosos, como sus acusadores, e incide en que la concordia es lo que fortalece un régimen.
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