Es difícil determinar el tema concreto que se trata en este diálogo de madurez. Posee dos partes: una primera compuesta por tres monólogos (el primero de Lisias, reproducido por Fedro; de Sócrates los otros), y una segunda en la que tiene lugar una conversación entre Fedro y Sócrates a propósito de la retórica, que concluye con un nuevo monólogo en el que el filósofo cuenta el mito sobra la imposibilidad de las letras para recoger la memoria y reflejar la vida.
Esta división está recorrida por una preocupación global: mostrar las distintas fuerzas que presionan en la comunicación verbal, en la adecuada inteligencia entre los hombres. Pero hay dos contenidos entrelazados: una reflexión sobre Eros, el Amor, y otra sobre la retórica, la capacidad del lenguaje para persuadir.
El problema del Amor se manifiesta desde diversas perspectivas. Por un lado, la perspectiva de Lisias: Fedro lleva un escrito del orador y maestro de retórica, y lo lee a Sócrates. El discurso (casi seguro atribuido falsamente por Platón a Lisias) pone de manifiesto la tesis de la utilidad de la relación afectiva. En su primer discurso, Sócrates, tras alegar que la base de la retórica debe ser la búsqueda de conocimiento, define el amor como deseo de gozo. En el segundo explica con un mito la historia del amor, tratando así el delirio amoroso. Pero va más allá, y habla sobre los sentidos como filtros para el conocimiento.
En cuanto al diálogo sobre la retórica, se ve la necesidad de llegar al fondo del lenguaje, al conocimiento de la persuasión que tiene que ver con la Verdad y no sólo con su apariencia. Se convierte a la retórica en un instrumento pedagógico. En el mito final se plantea la relación entre escritura y memoria, entre la vida de la voz, tras la que siempre hay alguien, y la indefensión de las letras en que se transmite un mensaje. Y finalmente reaparece el escrito de Lisias en el diálogo: debe probarse con la palabra viva lo pobre que quedan las letras.
El personaje que da nombre a la obra, interlocutor de Sócrates, es un personaje histórico: era hijo de Pítocles, ateniense amigo de Demóstenes y de Esquines. Fedro ya había aparecido en el Protágoras y en el Banquete.
Éste es el resumen de la obra, siguiendo la numeración de los epígrafes manuscritos (227-279):
- 227-230 - Diálogo introductorio entre Fedro y Sócrates. Lo interesante es que parece contener pequeños detalles que lo unen al resto de la obra (las cigarras, la memoria, los mitos...). Fedro viene de tratar con Lisias, y trae un escrito con uno de los discursos del orador. Sócrates, siempre dispuesto a aprender, decide que el joven se lo lea.
- 231-234c - Discurso de Lisias: Tomando como base el beneficio obtenido por una relación, da diversas razones para considerar mejor amar a quien no ama que al amante (no buscan apartar a los demás, no mienten para halagar, no lo pregonan, etc). Aunque muy probablemente falso, Platón logra imitar un estilo lisíaco algo exagerado, posiblemente con intención peyorativa. Lo analizamos más detenidamente en una entrada propia.
- 234d-237b - Comentario dialogado del discurso e introducción al siguiente: Sócrates indica que ha repetido ideas (como si quisiera demostrar que puede decir una cosa de una manera y luego de otra), pero Fedro insiste en que no puede decirse nada más, ni mejor, de lo contenido en el discurso. Y, al señalar el filósofo que otros han dicho cosas mejores, Fedro desea oírlas.
- 237c-241d - Primer discurso de Sócrates: Insiste inicialmente en la necesidad de conocer qué es el amor y si es provechoso o dañino, antes de realizar ningún juicio. Sitúa el deseo de gozo frente a la opinión adquirida, y a su predominio achaca el desenfreno (con nombres variados como «glotonería») o la sensatez. Se define el Amor como un deseo o impulso hacia la belleza y el esplendor de los cuerpos. Pero, como enfermedad que es, llevará al que ama a causar perjuicio a su amado, pues pretenderá obtener siempre lo que desea, se sentirá celoso y querrá que sea siempre inferior a él. Además, dejará de amar, y será infiel.
- 241e-243 - Comentario del discurso: Poniendo como mediador a su daímon, Sócrates señala que su discurso, y el de Lisias, son impíos, pues agreden contra el Amor, y éste es un dios, hijo de Afrodita.
- 244-257b - Segundo discurso de Sócrates: En primer lugar alega que la demencia que trae el amor puede ser una bendición en algunos casos, como sucede con los métodos de adivinación tradicionales, con las ceremonias de iniciación y purificación, y con la «posesión» de las Musas. Luego pasa a considerar la inmortalidad de las almas, y cómo llegan a ocupar los cuerpos de los mortales, pero lo hace comparándolas con un carro de dos caballos, uno bueno y otro malo, que deben ser dirigidos por el auriga. La búsqueda de la belleza, la pasión hacia ella, procede del deseo de volver a encontrar la belleza en sí, vista durante el viaje cíclico. Así, cuando encuentran a quien amar, buscan en realidad un parecido con una de las deidades (según el tipo de alma) y luego pretenden hacer que del objetivo de su amor cambie, pareciéndose cada vez más al mismo dios.
- 257c-279 - Diálogo principal: Sócrates propone que retomen el tema de si un discurso hablado o escrito es o no es bueno. Se define la retórica como el «arte de conducir las almas por medio de palabras», y se la acusa de hacer que las cosas parezcan a veces justas y otras injustas. Pero precisamente por ello, el orador debe conocer aquello de lo que habla, opinión contraria a la de los maestros sofistas, y supone un problema grave si no son empleados unos conceptos precisos, como cuando se habla de lo justo sin definir la justicia. El análisis de la retórica se realiza desde una posición irónica hacia el método sofista, particularmente el de Gorgias: hacer más importante lo verosímil que lo verdadero, hablar sin saber sobre el tema ni sobre los oyentes, etc. Finalmente, se habla de los discursos escritos, frente a los sólo pronunciados, comentando el mito (creado ex professo por Platón) de Theuth, divinidad que descubrió el cálculo, y del rey de Egipto Thamus: cuando Theuth le mostró la escritura, pensó que haría más sabios a los egipcios y alimentaría su memoria, pero Thamus le responde que, en realidad, causarán olvido, al ser descuidada la memoria y el razonamiento. Se achaca a las palabras escritas su ausencia de vida, la necesidad de un receptor que les dé sentido y, por tanto, su transmisión entre gentes que, en realidad, no las entienden o las toman por argumentos contrarios.
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