Conservamos parte de este discurso, perteneciente al género symbouleutikón, es decir, a las obras que pretendían influir en la Asamblea de Atenas a fin de que ésta tomara o rechazara una resolución de índole política. Sin embargo, no podemos comprender realmente el significado y el alcance de la propuesta contenida, ni podemos estar seguros de que se pronunciara realmente y ante qué público, pues no nos ha llegado más testimonio que este fragmento.
Si es cierto que se presentó la propuesta contenida, tuvo que ser en los días que siguieron a la entrada en Atenas de los hombres del Pireo: días de confusión en los que ni seguían vigentes las disposiciones de los Treinta, ni se había formado una legalidad nueva. Atenas prácticamente se hallaba en asamblea permanente, y hasta que decidieran con qué leyes iban a gobernarse, estarían vigentes los antiguos códigos legales de Solón y Dracón. Es concebible que en esta situación alguien propusiera un recorte en el número de ciudadanos, lo que sería mejor visto por los opresores espartanos, que ya habían impuesto la tiranía de los Treinta. Parece claro que todos los del Pireo no tenían las mismas ideas: unos deseaban restaurar el régimen anterior a los Treinta, incluso con una ampliación del cuerpo ciudadano, mientras otros se encontraban más cómodos con el vencedor, y más inclinados a aceptar sus sugerencias. Uno de ellos sería el Formisio de que habla este discurso.
Lo conocemos por un par de pasajes de Aristófanes. Si entendemos bien los chistes del cómico, Formisio tendría un bigote bien poblado, y gustaba del sonido de la trompeta bélica y de la lanza; es decir, el tipo de ateniense de corte rural, chapado a la antigua y con cierta aprensión por los excesos democráticos. En el presente discurso propone, en palabras de Dionisio de Halicarnaso, «que los desterrados regresen y que la Constitución sea puesta en manos no de todos, sino de los terratenientes». Estos desterrados serían los partidarios de los Treinta huidos, ahora a salvo gracias a los Pactos del Pireo.
Frente a Formisio, otro personaje desconocido se encarga de contradecirle, y el fragmento conservado pertenece a su discurso. Comienza atacando a los que proponen el decreto (como siempre, el objetivo es un grupo), y recordando que semejantes actuaciones llevaron a las dos oligarquías. Señala el contrasentido de la medida, pues quedaría fuera de la Constitución la clase del pueblo, que había sido indispensable para la restauración. Finalmente, el grueso de lo conservado se ocupa del flanco más débil del rival: la voluntad de Esparta, que es rechazada contundentemente: se menciona la actitud gallarda de pequeños Estados como Argos y Mantinea frente a la poderosa Esparta, y se recuerda el talante tradicional de Atenas en relación a los lacedemonios y a los extranjeros en general. Éste es el final del discurso, que queda truncado:
Terrible sería, atenienses, el que cuando estábamos exiliados combatiéramos a los lacedemonios para regresar, y ahora que hemos regresado huyésemos para no combatir. ¿No sería un baldón llegar a tal grado de cobardía que, mientras que nuestros antepasados se arriesgaron incluso por la libertad de otros, vosotros no os atreváis a luchar por la vuestra propia?
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