Agorato, esclavo e hijo de esclavos, se había distinguido, ya en la época que precedió al fracaso de la revolución oligárquica del 411 aC, porque de una forma u otra se vio entre los conjurados que causaron la muerte de Frínico. Si bien sólo a Trasibulo de Calidón, agente directo del asesinato, le fue concedida la ciudadanía y los honores, Agorato logró el título de bienhechor, que traía consigo la manumisión como esclavo. Aunque tampoco sabemos si colaboró realmente en el complot, o si pagó para que lo añadieran a la lista de conjurados, como sugiere el acusador de este discurso. Sea como fuere, no contento con convertirse en meteco, Agorato se inscribió como ciudadano de Anagirunte y comenzó su vida política.
Esto debió de suceder tras la restauración democrática, porque al parecer colaboró durante el régimen de los Treinta, y del discurso se deduce que tanto éstos como los demócratas lo seguían considerando esclavo. No sabemos el alcance real de esta colaboración, pues dependemos de la versión del acusador, que debe de incluir exageraciones e incluso falsedades. Según su relato, Agorato es uno de los que se prestaron a delatar a aquellos que, tras la derrota de Egospótamos, trataban de mantener la democracia. Al parecer los Treinta obtuvieron su nombre de un tal Teócrito (otro esclavo, sin duda), pero cuando fueron a buscarlo se hallaba acogido a la inmunidad de un altar, junto a otros conjurados. Éstos le ofrecen la posibilidad de huir (pues temen que, siendo esclavo, sea sometido a tormento y los delate), pero Agorato se niega y, cuando el Consejo aprueba un decreto para prenderlo, se retira del altar y les ofrece una serie de nombres, que repite frente a la Asamblea. Todo ello le vale a Agorato la libertad, y a los generales demócratas la muerte. Lo curioso es que luego Agorato se unió a los demócratas de File (quienes estuvieron a punto de ajusticiarlo, pero Ánito, uno de los acusadores de Sócrates, logró calmar los ánimos), y luego regresó a Atenas, comenzando a hacer vida normal como ciudadano de Anagirunte.
Un tal Dionisodoro, uno de los ajusticiados, había acusado a Agorato como responsable de la delación, y poco antes de morir suplicó a sus parientes que lo vengaran. Difícil tarea, puesto que los pactos del Pireo permitían procesar únicamente a los agentes materiales de un homicidio. Los familiares por tanto se acogieron a una triquiñuela legal, y puesto que los homicidas tenían prohibido entrar en un templo o en el ágora (por la mácula que representaba su delito), arrestaron a Agorato y lo llevaron a los Once, que aceptaron el arresto siempre que en el escrito de la acusación se añadiera que había sido «sorprendido en flagrante» (referido no al asesinato, sino al quebrantamiento de la prohibición, y siendo una expresión entendida de forma muy laxa en aquella época). Dionisio, hermano de Dionisodoro, es el acusador principal del proceso, y quien llevó a Agorato a los Once, pero el discurso es pronunciado por el hermano de la esposa de Dionisodoro.
Para esta difícil causa, Lisias echó mano de todos sus recursos retóricos para convencer a los jueces: involucrar a toda la ciudad y a los jueces como parte dañada; fabular una narración con lagunas y ambigüedades; hacer girar la demostración en torno a los supuestos argumentos que Agorato puede esgrimir (que obró involuntariamente, que el hecho ha prescrito, y que el procedimiento es ilegal); insistir en que todos los males sufridos en Atenas tras la delación son por causa de la delación (una clara falacia); y argumentar la falsedad de los méritos que puede aducir en su favor (la muerte de Frínico y la estancia en File con los demócratas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario