Las Tetralogías son tres series de cuatro discursos (acusación, defensa, y sus correspondientes dúplicas) cuyo objetivo real no está todavía completamente claro, pues no parecen preparadas exclusivamente para el ámbito escolar. Los discursos no se centran en el análisis de los hechos, sino en la versión que de ellos hace el adversario.
Su adecuación al derecho ático es escasa (por ejemplo, existía en éste la exculpación de un homicidio por defensa propia, que en estos discursos se niega) y su empleo de las fórmulas retóricas es opuesto a la oratoria judicial ática, incluidos los otros discursos de Antifonte. La lengua está llena de innovaciones, que dejan clara la voluntad del autor por la experimentación literaria.
El trasfondo ideológico de estas piezas es una curiosa mezcla de sofística y tradicionalismo, en la que la primera aporta la realidad y el segundo la apariencia. El gran protagonista de las series es el maridaje entre la justicia y la divinidad del infortunio, la Fortuna. Estamos, pues, ante un adelanto de lo que será uno de los pilares ideológicos de la Grecia helenística: la sustitución de las antiguas tradiciones por un culto protagonizado por el individuo.
Veamos el resumen de cada discurso por separado.
- Tetralogía primera
Un hombre que volvía de una cena fue hallado muerto de una paliza, junto a un esclavo que lo acompañaba. Un familiar acusa a un enemigo personal del asesinato, pero éste niega los hechos.
I. Acusación de homicidio sin señalamiento de responsable. En el proemio no se presenta una exposición de los hechos. El orador va demostrando que no mató a la víctima ninguno de los que podrían ser considerados sospechosos. Luego pasa a demostrar que la muerte se debió a una conjura, incidiendo en la voluntariedad del hecho. El testimonio del esclavo (que quedó con vida pero al parecer murió de las heridas sufridas) suple la requisitoria de pruebas periciales. El discurso cierra con una digresión sobre la impiedad del acto.
II. Discurso de defensa en relación con el mismo proceso. El orador confiesa su antigua enemistad con la víctima, pero niega el crimen, alegando que precisamente esa enemistad lo pone bajo sospecha, y por tanto que sería ilógico cometerlo. Intenta presentar el testimonio del esclavo como una calumnia, al estar manejado por sus amos.
III. Último discurso de la acusación. El orador trata de rebatir que el criado sea indigno de crédito, e insiste en el motivo que le achaca al asesino: que la víctima era su acusador en un juicio, y muerto él, éste no se celebrará. La intervención finaliza con el recuerdo de la petición de venganza por parte del asesinado.
IV. Último discurso de la defensa. Como prueba de no haber cometido, el orador alega que no salió a parte alguna aquella noche, y pone a sus esclavos a disposición del interrogador. Además de llamar a la piedad hacia alguien injustamente acusado, recuerda que su condena dejará libre al verdadero culpable.
- Tetralogía segunda
Dos muchachos estaban lanzando la jabalina, resultando uno de ellos muerto, al correr bajo el alcance del dardo. El padre del joven acusa al lanzador de la jabalina de homicidio, mas el padre de éste, que se ocupa de la defensa, traspasa la culpa al propio fallecido.
I. Acusación de homicidio involuntario. Brevísimo discurso que, según el orador, no espera réplica, pues los hechos están claros.
II. Defensa de un cargo de homicidio involuntario. El orador, como ya hemos dicho, invierte en cierto modo los hechos, al hacer responsable de la muerte a la propia víctima.
III. Último discurso de la acusación. Después de acusar al contrario por su falsa modestia, intenta mostrar lo absurdo de su proposición, y entonces acusa al homicida de haber ignorado el momento de recogida de las jabalinas.
IV. Último discurso de la defensa. Prácticamente una repetición del anterior.
- Tetralogía tercera
Como consecuencia de un altercado entre un joven y un anciano, éste muere. El joven es acusado, pero alega que comenzó la reyerta el fallecido.
I. Acusación de asesinato contra uno que dice haber actuado en defensa propia. Tras un corto proemio sobre la ley que pena al asesino, el orador expone que el joven, quien por estar borracho no supo frenar la pelea, no merece conmiseración alguna.
II. Discurso del acusado de un cargo de homicidio, en la idea de que mató en defensa propia. El orador traslada el crimen al médico que hizo la cura, invirtiendo en todo lo demás el discurso acusatorio.
III. Último discurso de la acusación. Alega que es más probable que se embriaguen los jóvenes, y también que inicien peleas. Así mismo, el criminal es quien mató, independientemente de quién iniciara la reyerta. En cuanto al médico, está libre de culpa, pues aunque se equivocara en el tratamiento, el culpable sigue siendo quien con sus acciones obligó al otro a recurrir a las curas.
IV. Último discurso de la defensa. Pronunciado supuestamente por un amigo del acusado, pues éste se ha ausentado. Además de repetir los mismos argumentos, acepta que si la víctima llegó al médico, fue por los golpes recibidos, pero en ese caso la culpa sería de él mismo, por iniciar la reyerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario