En 399 aC, pocos años después de su regreso a Atenas, Andócides es acusado por Cefisio, Epicares y Meleto (éste último miembro de la misma hetería que el orador, hasta el terrible suceso de los Hermes mutilados) de cuatro cargos: parodiar los misterios de Deméter y Perséfone, realizar una ofrenda a Deméter durante esta celebración, participar en diversos actos (incluyendo los habidos en los templos) siendo reo de impiedad por los otros cargos, y traicionar a sus compañeros de facción al haberlos delatado como profanadores de los Hermes. Además, se tildaba a Andócides de traidor a su familia, a sus camaradas y a su patria. Parte de la acusación (un mutilado segundo discurso) nos llega de la mano de Lisias, en Contra Andócides.
Así pues, el dramatismo de la situación personal se entremezcla con una complicada intriga política, dominada por las conjuras. Sobre los misterios es un largo discurso, en apariencia mal articulado y confuso, que tiene por objeto rebatir no sólo los cargos formulados, sino también la mala imagen que los jueces podrían tener del orador. A pesar de su avasalladora victoria, los críticos modernos no encuentran muy acertada la composición de esta obra, viendo en ella fallos retóricos, períodos poco respetuosos con la corrección sintáctica, exceso de poetismos, y sobre todo una prosa prolija, perdiéndose en minucias que parecen negar al conjunto un esquema definido. Pero Andócides posee también pasajes muy felices por su fuerza expresiva o por su habilidad en la descripción de los acontecimientos y del estado de ánimo de quienes los vivieron. Su capacidad de persuasión consigue que el lector u oyente se ponga de su lado, por la forma en que traslada su situación personal al plano de los intereses comunitarios, y por el carácter de confesión pública y tensa catarsis que posee el discurso.
El extenso proemio trata principalmente de su presencia voluntaria ante los jueces (ya que podría partir hacia Chipre, donde tiene propiedades), y toca marginalmente el tema de la conspiración de los acusadores. Declara entonces su intención de exponer los hechos tal y como ocurrieron, respondiendo así a las diferentes acusaciones. Así pues, comienza por explicar la parodia de los misterios realizada quince años antes, y el ingente número de acusaciones, y demuestra que con su delación se salvaba no sólo él, si no también su padre, por lo que no pudo acusar a éste.
Procede a continuación con el asunto de los Hermes, recordando que la delación de Dioclides (quien dijo haber visto a unos trescientos, nombrando a unos cuarenta que había reconocido por ser luna llena), ya había sido rechazada porque la noche del incidente había luna nueva. Relata la estancia en prisión y la solicitud de sus parientes, motivos que le llevaron a delatar a cuatro compañeros de hetería y lograr así que se conociera la verdad del caso.
Luego pasa a considerar que el decreto de Isotímedes, que excluía de las ceremonias religiosas a los que habían cometido o confesado actos de impiedad, a él no le afecta. Por si fuera poco, ese decreto está abolido gracias a la amnistía general promovida por Patroclides, el punto final de un proceso que el orador va desgranando y demostrando con las diversas leyes y decretos establecidos. Extiende el resultado de su propio proceso a toda Atenas, pues unos podrán ser juzgados por delitos anteriores, y habrá venganzas y acusaciones infundadas por parte de sicofantas.
Por lo que respecta a la ofrenda en tiempo de los misterios, el orador acusa a Calias de tramar una conspiración contra él a base de mentiras, simplemente con el fin de lograr para su hijo un matrimonio con una huérfana dentro de la familia de Andócides. Tras atacarle de diversas formas, el discurso termina con un epílogo en el que el orador solicita la ayuda de los jueces como familiares suyos, pues él es el último de su casa.
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