Hastiado de la indiferencia y del menosprecio de sus conciudadanos, Andócides decide finalizar su exilio en 415 aC, dispuesto a retomar sus derechos y obligaciones como ateniense.
Con esta pretensión, prepara y pronuncia este texto, que toma la forma de un discurso de defensa ante unos jueces; una apología, por tanto, de su vida pasada. En primer lugar, un proemio relaciona a sus viejos acusadores con los sicofantas de oficio. Luego justifica su actuación poniendo como excusa la vida de su padre (que sería salvada si delataba), y se lamenta de su desdicha y mala fortuna.
Explica así su deseo de exiliarse: «me di perfecta cuenta de mis propias desgracias, (...) unas veces por efecto de mi misma insensatez, otras por imposición de los asuntos que se me presentaban, entendía que era más llevadero atender tales empresas y dejar transcurrir mis días allí donde menos llegara a estar a merced de vuestras miradas». Cuenta también que más adelante decidió beneficiar de algún modo a la ciudad, para lograr así ser aceptado de nuevo como ciudadano. En consecuencia repasa sus servicios a la flota de Samos, sus gestiones encaminadas al abastecimiento de la propia Atenas, y los merecimientos de sus antepasados.
El discurso es proporcionado y de composición cuidada, proclive a la antítesis y sin flaquezas sintácticas.
La fecha exacta de la obra es desconocida, pero debe situarse entre 411 aC, cuando sucede la revolución oligárquica de los Cuatrocientos, y 405 aC, año del decreto de Patroclides, que devolvía los derechos ciudadanos a muchos proscritos.
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