Una serie de hechos nos hacen suponer que la autoría de Demóstenes no sea en absoluto cierta: que el discurso está constituido por consideraciones generales que no llevan a una propuesta concreta; y que en él aparecen pasajes de otras obras de Demóstenes, reproducidos casi literalmente (fundamentalmente de Olintíaco III y Contra Aristócrates). Esta última circunstancia podría explicarse con dos hipótesis: si el discurso, fechado entre Contra Aristócrates (del que se nutriría) y los Olintíacos (de los que sería fuente), en realidad nunca hubiera sido pronunciado; o bien, de forma más plausible, si el discurso fuera obra de un hábil recopilador que con fragmentos de Demóstenes hubiese creado una composición de una especie de ideario político al modo oratorio.
Aún así los antiguos trataban este discurso como obra genuina de Demóstenes, y no tuvieron dudas Dídimo, Harpocración ni Libanio. La excepción es Dionisio de Halicarnaso, que ni siquiera lo cita.
El punto de partida es un objetivo claro: que los fondos públicos sean percibidos por los ciudadanos siempre que éstos estén comprometidos a servir a la ciudad y estén dispuestos a participar personalmente en las campañas militares. El orador hace hincapié en la necesidad de regular la percepción de salarios por prestación de servicios públicos, y de una reforma del ejército ateniense, a la sazón formado exclusivamente por mercenarios. Pero a partir de ese momento aparecen ideas generales: que el peligro de la ciudad es su funesta organización militar, que los políticos aspiran a un cargo movidos por vanidad o por el deseo de lograr ventajas personales, que los oradores se confabulan con los generales para defender sus intereses, y que los tiempos demagógicos del presente no son como los respetables de antaño.
Aún así los antiguos trataban este discurso como obra genuina de Demóstenes, y no tuvieron dudas Dídimo, Harpocración ni Libanio. La excepción es Dionisio de Halicarnaso, que ni siquiera lo cita.
El punto de partida es un objetivo claro: que los fondos públicos sean percibidos por los ciudadanos siempre que éstos estén comprometidos a servir a la ciudad y estén dispuestos a participar personalmente en las campañas militares. El orador hace hincapié en la necesidad de regular la percepción de salarios por prestación de servicios públicos, y de una reforma del ejército ateniense, a la sazón formado exclusivamente por mercenarios. Pero a partir de ese momento aparecen ideas generales: que el peligro de la ciudad es su funesta organización militar, que los políticos aspiran a un cargo movidos por vanidad o por el deseo de lograr ventajas personales, que los oradores se confabulan con los generales para defender sus intereses, y que los tiempos demagógicos del presente no son como los respetables de antaño.
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