Midias, un rico y poderoso ciudadano ateniense, gustaba de hacer alarde de su influjo y opulencia: pretendía todos los cargos públicos, hablaba en todas las sesiones de la asamblea, no dejaba de recordar sus servicios prestados, etc. Llegó así a convertirse para algunos en individuo insoportable por arrogante y jactancioso.
Su enemistad con Demóstenes venía de lejos: durante el asunto de los abominables tutores del orador había apoyado a su hermano Trasíloco, quien a su vez prestaba ayuda al infiel tutor Áfobo. Mientras Demóstenes pleiteaba con éste, Trasíloco le había ofrecido al joven traspasarle la trierarquía (el pago de la preparación de un trirreme de guerra). En una situación normal, Demóstenes hubiera tenido opción a la antídosis, el intercambio de bienes (ya que Trasíloco era claramente más rico que él), pero si lo hacía, la cuestión de la herencia en litigio hubiera sido diferida por Trasíloco, así que Demóstenes tuvo que ocuparse del desembolso que suponía la trierarquía. Por si fuera poco, Midias irrumpió en casa de Demóstenes de malas manera, e incluso dirigió palabras indecentes a la madre y a la hermana del orador. Éste le planteó un pleito por ofensas verbales, al que Midias no se presentó. Fue multado por ello, pero no sólo no pagó la multa, sino que se las apañó para privar de sus derechos de ciudadano a quien, actuando como árbitro, le había impuesto el castigo. Demóstenes volvió a lanzar una querella contra él, frenada por lo farragoso de los trámites.
A estas viejas rencillas se le sumó con el tiempo la animosidad política, cuando Plutarco de Eretria acudió a Atenas en busca de apoyo, y a diferencia de Midias y la mayoría de políticos influyentes, Demóstenes se la negó.
Así estaban las cosas cuando Demóstenes se ofreció voluntario para ser corego de su tribu, la Pandiónide, en las fiestas Dionisias del 350 aC. Al parecer, Midias no desaprovechó oportunidad para entorpecer su labor: intentó que los coreutas contratados marchasen a la guerra de Eubea, corrompió a su entrenador, trató de destruir los vestidos y adornos, pretendió sobornar al arconte que presidía las fiestas y a los jueces del concurso, y puso en su contra al resto de coregos. Ya en plenas fiestas, delante de numerosos espectadores, insultó al orador y le asestó un puñetazo en la cara.
Acabadas las fiestas, Demóstenes denunció ante la Asamblea la infracción cometida contra su persona y contra el carácter sagrado de la celebración. El pueblo declaró a Midias culpable. No contento con eso, Demóstenes entabló un proceso judicial.
Mientras tanto, la guerra en Eubea no iba bien para Atenas, y Midias aprovechaba para echar las culpas a Demóstenes y para acusarlo de deserción. Esta última acusación estaba en manos de un tal Nicodemo, quien poco después aparecía muerto y mutilado. Midias, consciente de no poder culpar a Demóstenes de este hecho, acusó a su amigo Aristarco, pero por complicidad pretendía que el orador no optase a ser uno de los Quinientos, el senado elegido anualmente.
Finalmente, Demóstenes terminó por aceptar de su ofensor el pago de treinta minas, cortando así los procesos judiciales. {Sobre ello incidirá más adelante Esquines, por cuyo discurso sabemos de este hecho}. Por esta razón, hemos de pensar que Demóstenes no dio una forma definitiva a este discurso, al que le faltaría un repaso que eliminaría ciertas repeticiones de temas, algunas transiciones bruscas, referencias poco claras o reiteración de frases y locuciones. Aún así es muestra de su habilidad y de su estilo vigoroso, caracterizado por la mezcla entre simplicidad de expresión y alteza de pensamiento.
Su enemistad con Demóstenes venía de lejos: durante el asunto de los abominables tutores del orador había apoyado a su hermano Trasíloco, quien a su vez prestaba ayuda al infiel tutor Áfobo. Mientras Demóstenes pleiteaba con éste, Trasíloco le había ofrecido al joven traspasarle la trierarquía (el pago de la preparación de un trirreme de guerra). En una situación normal, Demóstenes hubiera tenido opción a la antídosis, el intercambio de bienes (ya que Trasíloco era claramente más rico que él), pero si lo hacía, la cuestión de la herencia en litigio hubiera sido diferida por Trasíloco, así que Demóstenes tuvo que ocuparse del desembolso que suponía la trierarquía. Por si fuera poco, Midias irrumpió en casa de Demóstenes de malas manera, e incluso dirigió palabras indecentes a la madre y a la hermana del orador. Éste le planteó un pleito por ofensas verbales, al que Midias no se presentó. Fue multado por ello, pero no sólo no pagó la multa, sino que se las apañó para privar de sus derechos de ciudadano a quien, actuando como árbitro, le había impuesto el castigo. Demóstenes volvió a lanzar una querella contra él, frenada por lo farragoso de los trámites.
A estas viejas rencillas se le sumó con el tiempo la animosidad política, cuando Plutarco de Eretria acudió a Atenas en busca de apoyo, y a diferencia de Midias y la mayoría de políticos influyentes, Demóstenes se la negó.
Así estaban las cosas cuando Demóstenes se ofreció voluntario para ser corego de su tribu, la Pandiónide, en las fiestas Dionisias del 350 aC. Al parecer, Midias no desaprovechó oportunidad para entorpecer su labor: intentó que los coreutas contratados marchasen a la guerra de Eubea, corrompió a su entrenador, trató de destruir los vestidos y adornos, pretendió sobornar al arconte que presidía las fiestas y a los jueces del concurso, y puso en su contra al resto de coregos. Ya en plenas fiestas, delante de numerosos espectadores, insultó al orador y le asestó un puñetazo en la cara.
Acabadas las fiestas, Demóstenes denunció ante la Asamblea la infracción cometida contra su persona y contra el carácter sagrado de la celebración. El pueblo declaró a Midias culpable. No contento con eso, Demóstenes entabló un proceso judicial.
Mientras tanto, la guerra en Eubea no iba bien para Atenas, y Midias aprovechaba para echar las culpas a Demóstenes y para acusarlo de deserción. Esta última acusación estaba en manos de un tal Nicodemo, quien poco después aparecía muerto y mutilado. Midias, consciente de no poder culpar a Demóstenes de este hecho, acusó a su amigo Aristarco, pero por complicidad pretendía que el orador no optase a ser uno de los Quinientos, el senado elegido anualmente.
Finalmente, Demóstenes terminó por aceptar de su ofensor el pago de treinta minas, cortando así los procesos judiciales. {Sobre ello incidirá más adelante Esquines, por cuyo discurso sabemos de este hecho}. Por esta razón, hemos de pensar que Demóstenes no dio una forma definitiva a este discurso, al que le faltaría un repaso que eliminaría ciertas repeticiones de temas, algunas transiciones bruscas, referencias poco claras o reiteración de frases y locuciones. Aún así es muestra de su habilidad y de su estilo vigoroso, caracterizado por la mezcla entre simplicidad de expresión y alteza de pensamiento.
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