Segundo de los discursos dedicados a la familia real de Chipre. Diversos comentaristas lo han considerado falso precisamente por eso, pues un ateniense como Isócrates difícilmente podría aplaudir el régimen monárquico, y el reinado de Nicocles se parece poco al retrato que hace el autor, quien lo pone justamente en boca del mismo rey. Sin embargo, la obra pretende ser una idealización, en aras de la unidad de los griegos frente al persa, en una época en que la idea democrática estaba en crisis, tras la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso.
La composición es típicamente isocrática, y la idealización es muy parecida a la que se hace de la democracia primitiva en Areopagítico, Panegírico y Panatenaico. La fecha del discurso puede situarse entre los años 372 y 365 aC, pues por ciertos datos se supone que Nicocles ya llevaba algunos años en el poder.
La obra comienza afirmando que los discursos y la filosofía no son reprobables, aunque exista gente que los use para engañar. Elogia la palabra alegando que permitió a la humanidad apartarse de la vida salvaje, y crear leyes, artes y ciudades. Alude al primer discurso de la serie, A Nicocles, diciendo que si trataba entonces Isócrates sobre cómo reinar, ahora él referirá cómo deben actuar los gobernados. En primer lugar trata de dejar a la monarquía como el gobierno más justo (pues intenta otorgar lo más importante al mejor, sus gobernantes adquieren más experiencia que cualquier ciudadano en un puesto de gobierno, el absolutismo es superior en el terreno militar, etc), y luego señala que él es rey legalmente, pues su padre, Evágoras, había retomado Salamina para el linaje de Teucro, fundador originario de la ciudad. Él mismo posee valía, y habiendo alcanzado un trono arruinado e inmerso en tiempos difíciles de guerra, realizó diversos esfuerzos para mantener a sus gobernados a salvo. Así mismo, procura ser un ejemplo de justicia y prudencia. Finalmente emplaza a sus oyentes a moverse por los mismos sentimientos elevados, en una serie rápida de consejos ético-morales que conducirían a la unidad del pueblo, liderado por su rey.
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