Elegíacos antiguos

Para esta serie de autores seguimos el texto de Emilio Suárez de la Torre publicado por la editorial Gredos. El mismo autor se encarga de anotar e introducir su traducción, revisada por David Hernández de la Fuente.

La elegía es una de las formas poéticas más características del período grecolatino. Nació en época antigua, quizá como una alternativa a la poesía épica. Se habla habitualmente de «género elegíaco», pero dada la amplia variedad de contenidos y los diversos fines a los que ha servido, el término no es completamente adecuado. Servía, como sirve hoy, para expresar el lamento por la muerte de una persona; pero en el mundo clásico también podía usarse para tratar temas placenteros.

La estructura métrica, el dístico elegíaco, estaba conformada por un hexámetro (el verso usado en la poesía épica) seguido de un pentámetro (que puede considerarse, en resumidas cuentas, como la duplicación de la mitad de un hexámetro). Así se obtiene una forma a medio camino entre la épica y la composición destinada al canto (o al menos al recitado con acompañamiento musical). Esta miniestrofa permitía muy pocas innovaciones formales, pero podía albergar los recursos ya desarrollados en la poesía épica para tratar circunstancias y fines muy diferentes, aunque es cierto que ya entre los griegos se dio cierta tendencia a asimilar lo elegíaco a lo fúnebre.

Esto se debe a una cuestión etimológica: los términos usados para referirse a las composiciones que utilizan este tipo de verso (elegeion, elegeia) estaban relacionados con otro más antiguo (élegos) que parece usado al parecer en ocasiones para referirse a un canto de lamentación acompañado por el aulós (un instrumento de viento similar a una flauta, cuyo sonido era más parecido al del oboe o el clarinete). La identificación se reforzó posteriormente al ir componiéndose elegías con carácter funerario que conmemoraban ciertos acontecimientos y por el uso del dístico elegíaco para los epitafios versificados (epigrama). Esta composición siguió un camino bien diferente al de la elegía: el término se extendió para aplicarse a cualquier obra breve en dístico elegíaco (aunque no fuera creada para un monumento funerario), y en época helenística y romana a su contenido elogioso se le dio un tinte mordaz y de censura.

No solía usarse para composiciones extensas, salvo notables excepciones (la Salamina de Solón, la Esmirneide de Mimnermo o la elegía a la batalla de Platea de Simónides). También es cierto que los textos se conservan principalmente por métodos indirectos (citas de otros autores, glosas de términos oscuros), y por tanto no puede asegurarse con absoluta certeza la longitud exacta de cada poema. Tampoco la estructura de las obras aparece absolutamente clara, pero se ve cierta tendencia, al menos en algunos autores, a agrupar las partes importantes del poema elegíaco en grupos de cinco dísticos.

La elegía, aunque no está del todo ausente del ámbito público como hemos visto, pertenece al mundo del banquete. Esto lo une al yambo, que también se desarrolló principalmente en el entorno del simposio de la polis antigua. El dístico elegíaco evoluciona en el ámbito del banquete aristocrático de las florecientes ciudades jonias. Los ideales de clase y las inquietudes políticas se comunican a través del lenguaje tradicional de la épica, y la composición podía servir para relatar un contenido mítico, para desarrollar una narración histórica o, más frecuentemente, para realizar una argumentación reflexiva; podía adoptar un tono didáctico, al introducir enigmas y otros entretenimientos típicos del banquete, o acercarse al terreno del yambo (pero sin llegar a ser tan escabroso).

El género elegíaco fue cultivado durante toda la Antigüedad, y la forma sobrevivió al yambo y se desarrolló no solo en el contexto del banquete, sino también en el de la ceremonia pública. La elegía helenística será un medio de experimentación que ampliará sus temas, mientras que su adopción por los poetas romanos supondrá un desarrollo casi exclusivo del contenido amoroso.

Se atribuían elegías a Olimpo, el mítico poeta anterior a la guerra de Troya, y tanto estas atribuciones como las menciones a autores más antiguos se refieren a innovaciones musicales. Así sucede con Clonas de Tégea o Polimnesto de Colofón, poetas del siglo VII aC de los que no se ha conservado ni un solo verso. La primera aparición histórica será con Arquíloco de Paros, con un variado rango temático. La lista de autores de elegías después de este primer poeta quedaría como sigue:
  • Calino de Éfeso, poeta del siglo VII aC.
  • Tirteo, a finales del VII aC.
  • Mimnermo de Colofón, entre los siglos VII y VI aC.
  • Solón, procedente de Atenas, también entre el VII y el VI aC.
  • Anacreonte.
  • Teognis de Mégara, poeta del VI aC.
  • Asio de Samos, del VI aC (o quizá del IV aC).
  • Jenófanes, procedente de Colofón, en el VI aC.
  • Focílides de Mileto, del VI aC.
  • Demódoco de Leros. No hay seguridad de que existiera alguna vez un poeta con ese nombre, más allá del aedo ciego que visita la corte de Alcínoo en el canto VIII la Odisea. Si existió, fue en el siglo VI aC.
  • Simónides, uno de los nueve líricos arcaicos.
  • Melanípides de Melos, entre los siglos VI y V aC.
  • Arquelao, procedente de Atenas o de Mileto, del siglo V aC.
  • Jon de Quíos, también en el V aC.
  • Critias, procedente de Atenas, en el V aC.
  • Dionisio Calco, del siglo V aC.
  • Melantio de Atenas, en el siglo V aC.
  • Pigres, quizá de Cario, en el V aC.
  • Eveno de Paros, entre los siglos V y IV aC.
  • Antímaco, entre V y IV aC.
Se han dejado fuera de esta lista aquellos autores semilegendarios o arcaicos de quienes no nos han llegado obras (los ya nombrados Olimpo, Clonas y Polimnesto, junto a, ya en el siglo VI aC, Equémbroto de Arcadia y Sácadas de Argos), los representantes de la sabiduría arcaica a quienes se atribuyen composiciones tampoco conservadas (Periandro, Pítaco, Bilante y Quilón), trágicos a los que se atribuye composiciones (como Esquilo Sófocles) y aquellos autores que se adentran en el siglo IV aC (como Antímaco o Aristóteles).

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