Para esta serie de autores seguimos el texto Yambógrafos griegos de Emilio Suárez de la Torre, publicado por la editorial Gredos. El mismo autor se encarga de anotar e introducir su traducción, revisada por Carlos García Gual.
El yambo, como composición poética, nace en la fiesta pública, en el ritual religioso (en especial en los de Deméter y Dioniso), y queda luego incorporado y asociado al simposio. El término «yambo» alude a una variedad métrica concreta (la conjunción de una sílaba breve con otra larga), que por extensión llegó a designar este tipo de poesía satírica, que en realidad usa también su contrapartida, el pie troqueo (sílaba larga y breve).
Lo yámbico nace en relación con el vituperio personal, probablemente a partir de una forma dialogada de contenido cómico. Esto podría explicar que se usara al principio el tetrámetro trocaico (un verso que Aristóteles consideraba más adecuado para la danza, y que se componía de cuatro metros, o partes, cada uno de ellos con dos pies troqueos). Esta forma sería abandonada en favor del trímetro yámbico (verso con tres metros, cada uno de cuatro sílabas, siendo las tres últimas larga, breve y larga).
Estas formas iniciales se daban por ejemplo en los rituales a Deméter en Eleusis, en cuya procesión aparecían personas enmascaradas que, desde un puente, lanzaban insultos contra personajes destacados. O en las Tesmoforias, también en honor de Deméter, en las cuales las mujeres realizaban gestos obscenos durante el período de ayuno. En Atenas, la fiesta que precedía a las Tesmoforias también incluía un intercambio de insultos entre grupos de ambos sexos. También en Egina, durante las festividades de Damia y Auxesia, divinidades de la fertilidad, aparecía un coro femenino que dirigía insultos contra las mujeres. Tampoco podemos dejar de nombrar aquí el mito de Yambe, que los griegos tenían como origen de la palabra «iambos»: sirviente del rey Celeo, Yambe es la única que actúa siempre según los deseos de Deméter, por lo que consigue mejorarle el ánimo y que llegue a sonreír y a romper el ayuno que la diosa mantiene tras la desaparición de su hija Perséfone. Este mito sería una traslación del ritual en honor a Deméter, con una entronización de la diosa, el ofrecimiento de ciceón («kykeón», una bebida creada en este caso con harina de cebada, agua y poleo –la forma más habitual se producía con vino, miel, cebada y queso rayado–) y la ruptura del duelo con las bromas y gestos obscenos.
Más adelante, la forma yámbica aparece también en otros géneros vinculados con lo ritual, en todos los casos relacionados de alguna forma u otra con Dioniso, como el ditirambo o la sátira. Así lo veían los propios griegos cuando indagaban sobre los orígenes de estos géneros. Por ejemplo, cierta inscripción de Mnesíepes, decía que Arquíloco entonó por primera vez un canto fálico con contenido dionisíaco cuando su padre regresaba de la consulta oracular que anticipaba la próxima gloria del poeta. Relacionado con el yambo, aun de forma oscura, aparece el «thríambos», que en Roma será ya el himno triunfal («triumphus»).
Es innegable, por tanto, que los orígenes de esta poesía son oscuros, y anteceden a las formas conservadas, tanto en el caso de poetas individuales, como en aquellos cantos populares, que llegan a nosotros por fuentes bastante más tardías, que seguro han recibido influencia de los textos literarios. Así, si tomáramos el canto de la golondrina rodio («chelidonismós») que nos transmite Ateneo (ya a finales del siglo II y principios del III), podríamos pensar que su parte final –donde una serie de trímetros yámbicos se usan para expresar un contenido entre humorístico y amenazador– es un reflejo de una alternancia de partes recitadas por un solista con otras cantadas por un coro. Sin embargo, en las épocas helenística y romana aparece cierta tendencia a una dramatización de los rituales, con la intención de reforzar su lado espectacular, por lo que ese duelo solista-coro debería quedar solo como algo hipotético.
En toda Grecia el ritmo yámbico se introduce en el canto y la danza, pero es en el mundo jonio donde se verá desarrollado en su faceta más limitada al contexto del banquete. Encontramos entre sus poetas diversos rasgos comunes; e incluso si aceptamos lo fragmentaria que fue la conservación de su obra, estos rasgos resultan suficientes como para permitirnos hablar de cierta homogeneidad en el género. Estas coincidencias ya las hemos visto al hablar de los orígenes rituales del género: el uso de los mismos metros (con las mismas variantes) y la presencia de la invectiva o, cuanto menos, de la censura. Por supuesto, aparece una clara variedad: la virulencia de Arquíloco, la fijación de Semónides por el enfrentamiento verbal entre sexos o la vivacidad descriptiva de Hiponacte son algunas de ellas.
Con el tiempo, la expansión del yambo (geográfica y cronológica) diversificará su uso, en buena parte debido a que será utilizado como forma para otros géneros, como ya hemos dicho. Así, Solón lo usará en la Atenas del siglo VI aC con un marcado tono cívico y político, al combinar la defensa propia con la censura ajena. El comediógrafo Hermipo (siglo V aC) ridiculizará a Pericles, lo mismo que el filósofo Boidas será atacado por un tal Dífilo. A partir del siglo IV aC, la influencia del teatro es clara, lo que da lugar a creaciones mixtas, como las paradojas cínicas que recoge Diógenes de Sínope en los Tragodaria o el Himno a Pan de Castorión de Solos. En época helenística el verso yámbico revivió un tanto, incluso con cierta finalidad narrativa (con Calímaco, por ejemplo), con influencia teatral (como en la Alejandra de Licofrón) o usos peculiares muy alejados de su origen crítico (como sucedía con ciertos oráculos). El yambo se usará en polémicas filosóficas, como hicieron Hermeas de Curion y Timón de Fliunte, que atacaron a los estoicos, o también en la crítica literaria, como es el caso de Alceo de Mesenia, quien ridiculizó lo que consideraba plagios de Éforo.
El género, finalmente, vivirá hasta ser ahogado por las formas dramáticas. Estas, además de incorporar el verso yámbico, adoptaron también su finalidad –la crítica y el escarnio–, y de hecho algunos de los poetas yámbicos son en realidad, como hemos adelantado, comediógrafos cuyas obras se han conservado de forma exigua y muy parcial.
Fueron los filólogos alejandrinos quienes recopilaron y editaron los textos antiguos. Esta labor, junto a lo transmitido de forma indirecta por Ateneo, Plutarco, Estobeo y Aristóteles, fue fundamental para conocer la poesía yámbica, hasta que a lo largo del siglo XX fueron saliendo a la luz diversos conjuntos de papiros, como los de Oxirrinco, que permitieron aumentar este conocimiento y corregir los fallos y manipulaciones de eruditos y copistas.
Cuatro son los principales poetas que cultivaron este género en el período antiguo, que serán tratados en sus respectivas entradas:
Lo yámbico nace en relación con el vituperio personal, probablemente a partir de una forma dialogada de contenido cómico. Esto podría explicar que se usara al principio el tetrámetro trocaico (un verso que Aristóteles consideraba más adecuado para la danza, y que se componía de cuatro metros, o partes, cada uno de ellos con dos pies troqueos). Esta forma sería abandonada en favor del trímetro yámbico (verso con tres metros, cada uno de cuatro sílabas, siendo las tres últimas larga, breve y larga).
Estas formas iniciales se daban por ejemplo en los rituales a Deméter en Eleusis, en cuya procesión aparecían personas enmascaradas que, desde un puente, lanzaban insultos contra personajes destacados. O en las Tesmoforias, también en honor de Deméter, en las cuales las mujeres realizaban gestos obscenos durante el período de ayuno. En Atenas, la fiesta que precedía a las Tesmoforias también incluía un intercambio de insultos entre grupos de ambos sexos. También en Egina, durante las festividades de Damia y Auxesia, divinidades de la fertilidad, aparecía un coro femenino que dirigía insultos contra las mujeres. Tampoco podemos dejar de nombrar aquí el mito de Yambe, que los griegos tenían como origen de la palabra «iambos»: sirviente del rey Celeo, Yambe es la única que actúa siempre según los deseos de Deméter, por lo que consigue mejorarle el ánimo y que llegue a sonreír y a romper el ayuno que la diosa mantiene tras la desaparición de su hija Perséfone. Este mito sería una traslación del ritual en honor a Deméter, con una entronización de la diosa, el ofrecimiento de ciceón («kykeón», una bebida creada en este caso con harina de cebada, agua y poleo –la forma más habitual se producía con vino, miel, cebada y queso rayado–) y la ruptura del duelo con las bromas y gestos obscenos.
Más adelante, la forma yámbica aparece también en otros géneros vinculados con lo ritual, en todos los casos relacionados de alguna forma u otra con Dioniso, como el ditirambo o la sátira. Así lo veían los propios griegos cuando indagaban sobre los orígenes de estos géneros. Por ejemplo, cierta inscripción de Mnesíepes, decía que Arquíloco entonó por primera vez un canto fálico con contenido dionisíaco cuando su padre regresaba de la consulta oracular que anticipaba la próxima gloria del poeta. Relacionado con el yambo, aun de forma oscura, aparece el «thríambos», que en Roma será ya el himno triunfal («triumphus»).
Es innegable, por tanto, que los orígenes de esta poesía son oscuros, y anteceden a las formas conservadas, tanto en el caso de poetas individuales, como en aquellos cantos populares, que llegan a nosotros por fuentes bastante más tardías, que seguro han recibido influencia de los textos literarios. Así, si tomáramos el canto de la golondrina rodio («chelidonismós») que nos transmite Ateneo (ya a finales del siglo II y principios del III), podríamos pensar que su parte final –donde una serie de trímetros yámbicos se usan para expresar un contenido entre humorístico y amenazador– es un reflejo de una alternancia de partes recitadas por un solista con otras cantadas por un coro. Sin embargo, en las épocas helenística y romana aparece cierta tendencia a una dramatización de los rituales, con la intención de reforzar su lado espectacular, por lo que ese duelo solista-coro debería quedar solo como algo hipotético.
En toda Grecia el ritmo yámbico se introduce en el canto y la danza, pero es en el mundo jonio donde se verá desarrollado en su faceta más limitada al contexto del banquete. Encontramos entre sus poetas diversos rasgos comunes; e incluso si aceptamos lo fragmentaria que fue la conservación de su obra, estos rasgos resultan suficientes como para permitirnos hablar de cierta homogeneidad en el género. Estas coincidencias ya las hemos visto al hablar de los orígenes rituales del género: el uso de los mismos metros (con las mismas variantes) y la presencia de la invectiva o, cuanto menos, de la censura. Por supuesto, aparece una clara variedad: la virulencia de Arquíloco, la fijación de Semónides por el enfrentamiento verbal entre sexos o la vivacidad descriptiva de Hiponacte son algunas de ellas.
Con el tiempo, la expansión del yambo (geográfica y cronológica) diversificará su uso, en buena parte debido a que será utilizado como forma para otros géneros, como ya hemos dicho. Así, Solón lo usará en la Atenas del siglo VI aC con un marcado tono cívico y político, al combinar la defensa propia con la censura ajena. El comediógrafo Hermipo (siglo V aC) ridiculizará a Pericles, lo mismo que el filósofo Boidas será atacado por un tal Dífilo. A partir del siglo IV aC, la influencia del teatro es clara, lo que da lugar a creaciones mixtas, como las paradojas cínicas que recoge Diógenes de Sínope en los Tragodaria o el Himno a Pan de Castorión de Solos. En época helenística el verso yámbico revivió un tanto, incluso con cierta finalidad narrativa (con Calímaco, por ejemplo), con influencia teatral (como en la Alejandra de Licofrón) o usos peculiares muy alejados de su origen crítico (como sucedía con ciertos oráculos). El yambo se usará en polémicas filosóficas, como hicieron Hermeas de Curion y Timón de Fliunte, que atacaron a los estoicos, o también en la crítica literaria, como es el caso de Alceo de Mesenia, quien ridiculizó lo que consideraba plagios de Éforo.
El género, finalmente, vivirá hasta ser ahogado por las formas dramáticas. Estas, además de incorporar el verso yámbico, adoptaron también su finalidad –la crítica y el escarnio–, y de hecho algunos de los poetas yámbicos son en realidad, como hemos adelantado, comediógrafos cuyas obras se han conservado de forma exigua y muy parcial.
Fueron los filólogos alejandrinos quienes recopilaron y editaron los textos antiguos. Esta labor, junto a lo transmitido de forma indirecta por Ateneo, Plutarco, Estobeo y Aristóteles, fue fundamental para conocer la poesía yámbica, hasta que a lo largo del siglo XX fueron saliendo a la luz diversos conjuntos de papiros, como los de Oxirrinco, que permitieron aumentar este conocimiento y corregir los fallos y manipulaciones de eruditos y copistas.
Cuatro son los principales poetas que cultivaron este género en el período antiguo, que serán tratados en sus respectivas entradas:
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