Un extenso último discurso de Isócrates, que contaba con 97 años cuando lo terminó, en 339 aC. El mismo autor nos dice en la obra que ésta sufrió un retraso de tres años porque sufrió una grave enfermedad.
El discurso es una defensa de Atenas frente a Filipo. Después de la paz firmada en 346 aC, el macedonio había comenzado la conquista de Tracia, enviado tropas a Eretria, en Eubea, y concertado un tratado con Argos, Mesenia y Megalópolis. Demóstenes, con sus tercera y cuarta Filípicas (341 aC), había logrado reunir en una liga los estados de Eubea, Acarnania, Acaya, Corinto, Mégara, Leúcade y Corcira.
Sigue existiendo en el anciano orador esa admiración por la patria y por la actividad de ciertos hombres de estado particularmente ilustres, pero también hay en la obra un elogio por las instituciones espartanas. Insiste el autor en los presupuestos de su escuela y se defiende de sus rivales. Pese a su longitud, la obra destila frescura gracias al debate sobre el discurso dentro del propio discurso. Lamentablemente, al año siguiente de su pronunciamiento, el mismo de la muerte del orador, Filipo triunfó en Queronea.
El esquema del Panatenaico quedaría como sigue:
- 1-38. Introducción: Reflexiones personales del autor. Propósito de la obra: hablar de las hazañas de la ciudad y de los méritos de los antepasados. Crítica de otros oradores: «se insultan entre ellos mismos en las asambleas por una garantía depositada en manos de un tercero, o injurian a los aliados o acusan en falso a cualquiera de los demás. En cambio, yo he sido autor de los discursos que animan a los griegos a la mutua concordia y a la expedición contra los bárbaros».
- 39-107. Elogio de Atenas, que siempre ha superado a Esparta en poderío, hazañas y beneficios para los griegos.
- 108-176. Alabanza del sistema de gobierno ateniense desde sus orígenes, enlazando con una justificación míticohistórica.
- 177-185. Crítica de Esparta, cuya historia se estudia desde la venida de los dorios al Peloponeso.
- 186-199. Nuevo elogio de Atenas. «Se mantuvieron fieles a las costumbres que tenían gracias a gobernarse bien. Se engreían más por su disposición de espíritu y por su inteligencia que por los combates producidos, y todos admiraban más esa constancia y prudencia que el valor demostrado en los peligros mismos».
- 200-265. Larga digresión donde aparecen los discípulos de Isócrates, que en la ficción del discurso harían el papel de oyentes. Ante la crítica de un discípulo admirador de Esparta, se templan los juicios vertidos anteriormente sobre esta ciudad.
- 266-272. Cierran la obra unas reflexiones de carácter personal.
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