Sabemos por el propio Demóstenes que el pueblo ateniense le pidió que escribiera un epitafio en honor de los soldados caídos en la batalla de Queronea (338 aC).
La obra que nos transmiten los manuscritos parece sometida a las severas leyes que dominan este género, donde aparecen expresados necesariamente el elogio de los difuntos y el consuelo de sus familiares. Nos queda un texto poco original, que comparte características con obras similares de Lisias y Platón, con influencias del Pericles que nos representa Tucídides, con frases de estilo elevado que recuerdan el modo de Gorgias y palabras poéticas que dan testimonio de los trenos líricos en los que figuraba anteriormente el epitafio. En la temática, también encontramos tópicos y coincidencias: el carácter autóctono de los atenienses, su victoria sobre las Amazonas, las leyendas de los Heraclidas y los Siete contra Tebas, las Guerras Médicas, las ventajas del sistema democrático, la suerte de los caídos por no tener que soportar la vejez, la gloria de sus familiares, etc.
Fue el mismo Demóstenes quien se encargó de organizar el banquete fúnebre, al que asistieron los familiares de los difuntos. Éstos fueron distribuidos en diez grupos, las diez tribus atenienses, y de ahí la atención extraordinaria (por lo inhabitual en este tipo de escritos) dedicada a las mismas en la breve pieza que nos ocupa.
Autores de la Antigüedad (Dionisio de Halicarnaso, Harpocración, Libanio, Focio) negaron la paternidad demosténica de este texto. A su favor, la tradición manuscrita, y el hecho de que a pesar de las encorsetadas formas del género, no dejan de aparecer giros propios del estilo de Demóstenes y figuras retóricas con la sobriedad que lo caracteriza. Además, el hecho de que el autor ensalce a los caídos en una batalla que resultó una gran derrota ateniense, y en la que el propio Demóstenes tuvo su responsabilidad, parece apoyar este juicio.
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