Ilíada, canto noveno: Embajada a Aquiles. Súplicas

De los aqueos habíase enseñoreado la ingente fuga, compañera del glacial terror, y los más valientes estaban agobiados por insufrible pesar.

Agamenón está dispuesto a abandonar la empresa, pero Diomedes le frena con un orgulloso discurso. El anciano Néstor solicita que se prepare un banquete para los caudillos, donde discutir el mejor plan de acción.

Una vez en el consejo, Néstor pide que se intente el fin de la cólera de Aquiles, y Agamenón decide devolverle a Briseida, acompañándola de otras mujeres y tesoros, incluyendo la elección del botín tras la toma de Troya y el gobierno de una de sus ciudades. Fénix, Ayante y Ulises, acompañados de dos heraldos, acuden a hablar con Aquiles, que los recibe cordialmente.

Siguen tres largos parlamentos: De Ulises, solicitando la ayuda de Aquiles y repitiendo la lista de obsequios de Agamenón. De Aquiles, renunciando a la batalla, ya que pocos beneficios le ha granjeado y aun éstos le fueron quitados por el líder aqueo, y anunciando que piensa regresar a casa.

-(...) Ya que me defraudó arrebatándome de las manos la recompensa, no me tiente; le conozco y no me persuadirá. (...) Sus presentes me son odiosos, y hago tanto caso de él como de un cabello.

Finalmente, el anciano Fénix recuerda cómo cuidó de Aquiles cuando era niño, y aporta el ejemplo de Meleagro, quien por tardar en ayudar a su ciudad no alcanzó a ganar ni los premios ni la fama.

Pero Aquiles no se conmueve y mantiene sus palabras. Ayante trata a su vez, con peores palabras, de mover su ánimo, pero tampoco lo consigue.

-(...) Aquiles tiene en su pecho un corazón feroz y soberbio. ¡Cruel! En nada aprecia la amistad de sus compañeros, con la cual le honrábamos en el campamento más que a otro alguno. ¡Despiadado!

Fénix se queda a dormir en las tiendas de los mirmidones, como huésped de Aquiles y para acompañarle en las naves al día siguiente, mientras el resto de la embajada vuelve a hablar con los aqueos. Ulises anuncia la negativa:

-(...) No quiere aquel deponer la cólera, sino que se enciende aún más su ira y te desprecia a ti y a tus dones.

Diomedes pide a Agamenón que, cuando llegue la mañana, reúna a las tropas y luche él mismo en primera fila.

-(...) No debiste rogar al eximio Pelión, ni ofrecerle innumerables regalos; ya era altivo, y ahora has dado pábulo a su soberbia. Pero dejémosle, ya se vaya, ya se quede, volverá a combatir cuando el corazón que tiene en el pecho se lo ordene y un dios le incite.