Pero no en vano el poderoso Poseidón, que bate la tierra, estaba al acecho en la cumbre más alta de la selvosa Samotracia, contemplando la lucha y la pelea. (...) En aquel sitio habíase sentado Poseidón al salir del mar; y compadecía a los aqueos, vencidos por los teucros, a la vez que cobraba gran indignación contra Zeus.
Transfigurado en el adivino Calcante, Poseidón instiga y da fuerzas a los dos Ayantes, para que entre ambos contrarresten a Héctor. Luego pasa cerca de las naves, animando a las falanges a seguir luchando.
-(...) Remediemos con presteza el mal, que la mente de los buenos es aplacable. No es decoroso que decaiga vuestro impetuoso valor, siendo como sois los más valientes del ejército.
Chocan finalmente las tropas, en la zona entre el muro y las naves. Transfigurado como Toante, Poseidón anima a Idomeneo, que regresaba de ayudar a un herido; éste se encuentra con Meriones, que le pide una lanza pues la suya se ha roto y su tienda se encuentra lejos. Ambos se incorporan al combate.
La batalla, destructora de hombres, se presentaba horrible con las largas picas que desgarran la carne y que los guerreros manejaban; cegaba los ojos el resplandor del bronce de los relucientes cascos, de las corazas recientemente bruñidas y de los escudos refulgentes de cuantos iban a encontrarse; y hubiera tenido corazón muy audaz quien al contemplar aquella acción se hubiese alegrado en vez de afligirse.
Se suceden las muertes en uno y otro bando.
Idomeneo no dejaba que desfalleciera su gran valor y deseaba siempre sumir algún teucro en tenebrosa noche o caer él mismo con estrépito, librando de la ruina a los aqueos.
Idomeneo mata a Alcátoo, cuñado de Eneas, y en torno al cadáver se libra una cruenta lucha. Intervienen otros héroes, como Paris, Héleno o Menelao, siendo unos heridos y otros muertos. Es una de las escenas en que más claramente se dibuja el caos de la guerra, al entrar y salir tantos guerreros.
-¡Así dejaréis las naves de los aqueos, de ágiles corceles, oh teucros soberbios e insaciables de la pelea horrenda! No os basta haberme inferido una vergonzosa afrenta, infames perros, sin que vuestro corazón temiera la ira terrible del tonante Zeus hospitalario que algún día destruirá vuestra ciudad excelsa.
En el lado contrario de la batalla, Polidamante le recuerda a Héctor que, a pesar de haber atravesado el muro, los teucros son allí menores en número, aconsejándole que reúna a las tropas dispersas.
-(...) No es posible que tú solo lo reúnas todo. La divinidad a uno le concede que sobresalga en las acciones bélicas, a otro en la danza, al de más allá en la cítara y el canto; y el largovidente Zeus pone en el pecho de algunos un espíritu prudente que aprovecha a gran número de hombres, salva las ciudades, y lo aprecia particularmente quien lo posee.
Héctor avanza hacia el ala contraria, se reúne con su hermano Paris, y juntos avanzan al combate. Ayante y Héctor intercambian amenazas.
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