Primer discurso pronunciado personalmente por Demóstenes sobre un asunto público (esto es, en lugar de una causa privada, un asunto de índole política o de interés para la ciudad-estado).
En el año 355 aC finalizó la llamada Guerra de los Aliados (iniciada dos años antes), en la que los atenienses se enfrentaron a sus antiguos aliados. El tesoro público de la ciudad había sido dilapidado, y escaseaban los ciudadanos capaces de desempeñar servicios públicos o que estuvieran, al menos, dispuestos a prestarlos. Estos servicios consistían en las diferentes liturgias {leitourgíai}: equipar y entrenar un coro (khoregía), organizar la carrera de antorchas y supervisar los gimnasios públicos (gymnasiarkhía), ofrecer un banquete a los miembros de su tribu (hestíasis), donar fondos para las embajadas a los festivales panhelénicos (arkhiteoría), equipar una nave de guerra (trierarchía) y una contribución especial para gastos de guerra (eisphorá). Determinados ciudadanos, como premio a sus notables servicios al estado, recibían en ocasiones ciertas inmunidades, normalmente exenciones de las liturgias (salvo las dos últimas, de carácter bélico). Esta recompensa era hereditaria.
Un ciudadano llamado Leptines propuso suspender todas las inmunidades otorgadas en el pasado (con la excepción de las que disfrutaban los descendientes de los tiranicidas, Harmodio y Aristogitón), y declararlas ilegales en el futuro. Un tal Bátipo, con el apoyo de otros ciudadanos, presentaron una acusación de ilegalidad sobre este decreto de Leptines, ya que había sido propuesta directamente a la Asamblea, sin ser presentada antes a los nomothétai, como era requisito obligado. Pero Bátipo murió, y sus compañeros de denuncia dejaron pasar el tiempo de que disponían sin hacer nada.
El hijo de Bátipo, Apsefión, y Ctesipo (hijo del general Cabrias que heredaría de éste inmunidades y excepciones) decidieron presentar una segunda denuncia. Pero como ya había transcurrido un año desde que se aprobara la ley, la denuncia ya no podía dirigirse contra el autor de la ley, sino contra la ley en sí misma. Esto es lo que hicieron un tal Formión, quien representaba a Apsefión, y Demóstenes, procurador o apoderado de Ctesipo, tal vez menor de edad. Por su parte, Leptines y otros abogados defendieron la ley.
Demóstenes se encarga aquí de la deuterología, el segundo discurso encargado del mismo asunto, que explota nuevos aspectos u ofrece respuestas a las posibles réplicas de la parte contraria. Así se explica que este discurso conceda poca importancia al asunto central, la ilegalidad del decreto de Leptines, e insista en su lugar en otras cuestiones: la vergüenza que supone para la ciudad despojar de honores a sus bienhechores, el escaso número de beneficiados con estas exenciones, el error político que supone privar a los ciudadanos de estos premios, el desconocimiento por parte de Leptines del espíritu que subyace en la vieja legislación de Solón, los méritos de Cabrias, etc.
En cuanto al estilo del discurso, ya los antiguos lo admiraban. Consideraban sus frases, sobrias y moderadas, más propias de una obra escrita, sin concesiones a la improvisación o al tono familiar (como podrían ser frases inconexas o giros bruscos). En cuanto a su tema, lejos de las argucias y corrupciones de rétores y hombres públicos, el discurso hace del honor la meta más codiciada, por encima de cualquier otra consideración. Aunque resulta un poco extenso, la multitud de ejemplos de hombres de pro ameniza lo que de otra forma quedaría repetitivo. Su lectura ayuda a iluminar algunos aspectos sobre la vida política de Atenas, particularmente el punto de vista que los ciudadanos tienen sobre los sucesos ocurridos una o dos decenas de años atrás, así como la importancia que la opinión de otros estados sobre Atenas pudiera tener en sus futuras relaciones mutuas.
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