Este discurso posee una argumentación poco consistente y se encuentra bien cargado de prejuicios y odio contra un personaje, Nicómaco, que debía de ser bien conocido en Atenas {y es posible que fuera el mismo personaje que aparece nombrado al final de Las ranas de Aristófanes}.
Si en verdad pertenece a Lisias (lo que es muy probable), se trata de una nueva figura de la galería de personajes que el orador legó a la posteridad: hijo de un esclavo público que ya había trabajado al servicio del Estado (probablemente como escribiente), y a quien le llegó la ocasión cuando, a la caída del régimen de los Cuatrocientos, se sintió la necesidad de restaurar el soporte de las leyes, transcribirlas, y ordenar sus diversas adiciones. Nicómaco es nombrado transcriptor de las leyes, y siguió en ese cargo hasta la llegada de los Treinta al poder, en 404 aC, cuando marchó al exilio. Ocupando una vez más el puesto, aunque sólo para la revisión y transcripción de las leyes religiosas, se mantuvo cuatro años en el cargo sin rendir cuentas a nadie, aunque también es cierto que, como magistrado de segundo orden, se hacía sobre él la vista gorda.
En el 399 aC se le incoa en un proceso por un acusador que ya se había enfrentado con él, logrando su condena. Es un proceso de eisangelía, pero cuyos cargos exactos desconocemos. Esto ha llevado a pensar en que se trata de una segunda versión, o en que se ha perdido el comienzo, o en que estamos ante un resumen o panfleto. Sin embargo, deberemos admitir que se trata del discurso completo de un acusador principal en una mala causa. Es posible que se acusara a Nicómaco de prevaricación, pues se dice que en la transcripción incluyó más cantidad de sacrificios públicos que los prescritos (lo que causó un coste al Estado), pero lo que está claro es que se le acusa de otros crímenes y se le insulta más o menos veladamente.
La argumentación trata de cargar las tintas contra el acusado, mostrando a un personaje que, pese a sus orígenes como esclavo, tiene en sus manos el mayor tesoro del Estado, sus leyes. Su lenguaje se acerca al escarnio, y el orador se sitúa en un plano superior al acusado, para humillarlo constantemente. El estilo es vivaz gracias al uso de la antítesis y la apóstrofe.
Ya que admitís de los que se defienden cualquier bien que hayan hecho ostensiblemente a la ciudad, es justo que también escuchéis a los acusadores si demuestran que los acusados son malhechores desde antiguo.
Y sería, además, tremendo que le tengáis agradecimiento por lo que sufrió involuntariamente y, en cambio, no le impongáis castigo alguno por los delitos que cometió voluntariamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario