Jenócrates

A la muerte de Espeusipo en 339 o 338 aC, Jenócrates queda al frente de la Academia como escolarca (lo que hoy llamaríamos director).

Había nacido en el 396 o 395 aC en Calcedón, pero pronto pasó a Atenas, donde fue alumno de Esquines el Socrático. Se unió luego a Platón, a quien acompañaría en su viaje a Sicilia del año 361 aC. Tras la muerte de Platón en 347 aC, Jenócrates y Aristóteles viajaron a Aso con el patronazgo de Hermias de Atarneo. Allí Aristóteles fundó su primera escuela y casó con Pitia, la hija de Hermias. Tras vencer por pocos votos frente a Menedemo de Pirra y Heráclides Póntico, sucedió a Espeusipo al frente de la Academia, como ya se ha dicho.

Por tres veces fue miembro de una delegación de embajadores para Atenas: una para tratar con Filipo, y dos más con Antípatro. Sin embargo, declinó la oferta de Foción para convertirse en ciudadano ateniense. La anécdota cuenta que posteriormente no fue capaz de pagar la tasa de extranjería, y le salvaría de la esclavitud el valor del orador Licurgo, o bien sería comprado y enseguida emancipado por Demetrio de Falero. Murió en 314 o 313 aC, siendo sucedido como escolarca por Polemón.

En cuanto a su doctrina, se mantuvo muy cerca de las enseñanzas de Platón, aunque abandonó el método de la duda (aporías), para crear un sistema de doctrina más dogmática. Sus escritos cubrieron una gran amplitud de temas, aunque se especializó en ética y metafísica. Los títulos de sus obras identifican estos temas: Sobre el conocimiento, Sobre las divisiones, Sobre los dioses, Sobre el Uno, Sobre lo Indefinido, Sobre la felicidad, Sobre la virtud, etc.

Mantuvo la división de los estudios filosóficos en tres campos, física, ética y dialéctica, aunque los hizo más explícitos y prefirió llamar lógica a la dialéctica. Estimó que la realidad consistía en objetos de percepción, conocimiento y opinión, definiendo esta última como una mezcla de sensaciones y razón pura, y estableciendo las matemáticas como una forma intermedia entre la percepción y el conocimiento.

Definió el alma como un número de voluntad propia, y el principio universal fue para él la dualidad indefinida. Todos los grados de la existencia contendrían lo divino. Identificó los números ideales con los números matemáticos (al contrario que Platón). En el campo de la ética, diferenció un estado entre el bien y el mal, para los conceptos que podían conducir a uno u otro indiferentemente, como la belleza, la salud o la buena suerte. Estimaba la virtud como valiosa por sí misma, y su posesión supondría la felicidad perfecta.

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