Podemos considerar la tragedia Los Persas arcaica por dos motivos: no posee prólogo, y termina con la ruina y desgracia del "héroe" (Jerjes, el rey persa llorado por el coro). Pero podemos considerarla moderna por convertir a la categoría heroica una acción contemporánea al autor. Su motivo, por supuesto, es celebrar la victoria de los helenos (sobre todo, atenienses) en la segunda Guerra Médica, y tratar de explicarla a la luz de la conducta humana y la intervención divina. Lo que se escenifica es, sin embargo, la derrota persa: Los Persas es en definitiva un canto de dolor por Jerjes y el imperio persa.
Cuando la tragedia se abre, el coro de ancianos persas está en escena, con la angustia que le provoca el destino del gran ejército de Jerjes.
Preocupado por la vuelta del Rey y la de su ejército en oro abundante, como adivino de desgracias, ya se siente demasiado turbado el corazón dentro de mí.
Toda la tierra asiática que antaño los criara gime por ellos con intensa nostalgia: padres y esposas, contando los días, tiemblan ante un tiempo que se va dilatando.
La tensión crece cuando Atosa, la reina madre, cuenta su sueño: el carro de su hijo tirado por dos bellas mujeres, Asia y Europa, y la rebelión de ésta, que logra volcarlo.
Continuamente vivo en medio de innúmeros ensueños nocturnos, desde que mi hijo, tras haber aprestado su ejército, partió con la intención de arrasar el país de los jonios.
Dicen cosas terribles, motivo de angustia para las madres de aquellos que están en campaña.
Llega entonces el Mensajero, que anuncia la derrota en Salamina y la retirada.
Adelante, hijos de los griegos, libertad a la patria. Libertad a vuestros hijos, a vuestras mujeres, los templos de los dioses de vuestra estirpe y las tumbas de vuestros abuelos. Ahora es el combate por todo eso.
Se iban volcando los cascos de las naves, y ya no se podía ver el mar, lleno como estaba de restos de naufragios y la carnicería de marinos muertos.
El inmenso número de males, aunque durante diez días estuviera informando de modo ordenado, no podría contártelo entero, pues, sábelo bien, nunca en un solo día ha muerto un número tan grande de hombres.
Unos sobre otros se fueron hundiendo, y en verdad tuvo suerte el que más pronto perdió el aliento vital.
Vuelve a cantar el coro: Zeus ha destruido el poder orgulloso de los persas.
¡Oh Zeus soberano, has aniquilado al orgulloso ejército persa constituido por un ingente número de hombres! ¡Has cubierto las ciudades de Susa y Ecbatana con un profundo color sombrío!
El espíritu del difunto Darío, evocado por la reina, explica el castigo divino por la arrogancia de su hijo.
Siento espanto de ver a mi esposa cerca de mi tumba, mas sus libaciones propicio acepté. Y vosotros estáis al lado del túmulo cantando canciones de duelo y, alzando gemidos que atraen a las almas, llamándome estáis con voz lastimera.
Él, que es un mortal, falto de prudencia, creía que iba a imponer su dominio a todos los dioses y, concretamente, sobre Poseidón.
Le dijeron que tú habías adquirido mediante la lanza una gran riqueza para tus hijos, pero que él, por su cobardía, sólo manejaba la jabalina dentro de casa, sin aumentar la riqueza paterna. De oír con frecuencia tales reproches de hombres malvados, determinó esta expedición y una campaña en contra de Grecia.
Montones de cadáveres, hasta la tercera generación, indicarán sin palabras a los ojos de los mortales que cuando se es mortal no hay que abrigar pensamientos más allá de la propia medida.
Llega Jerjes, cubierto de harapos, y entona con el coro el canto de duelo (el treno).
¡Mísero de mí!, ¿qué sufrimientos me esperan aún? Pues se me ha aflojado el vigor de mis piernas al poner mis ojos en la ancianidad de estos ciudadanos.
Lanzad un lúgubre grito muy plañidero, cargado de acentos de dolor, pues ya se volvió contra mí la deidad.
En definitiva, comprobamos que el mensaje de dolor se conforma mediante sucesivas intensificaciones a través de escenas que evolucionan gracias a la intervención de diversos personajes. Éstos son de una pieza; son escenas Reina/Mensajero, Reina/Sombra de Darío, y la culminación con el personaje de Jerjes. A diferencia de otras tragedias de Esquilo, que concluyen con una conciliación de fuerzas opuestas, aquí hay un triunfo de la Justicia. Junto a él, aparece otro de sus grandes temas, el de la caída de los grandes, y el gusto por el ambiente exótico y magnificente.
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