Usaremos para este autor el libro Oradores menores, editado por Gredos, con traducción y notas de José Miguel García Ruiz, así como una introducción a cargo de Cristóbal Macías Villalobos.
De las fuentes clásicas, la principal para conocer a Dinarco es el retrato realizado por Dionisio de Halicarnaso. De ella deriva la biografía del pseudo-Plutarco, mientras que la Suda en este caso habla de una persona diferente del mismo nombre.
Dinarco, hijo de Sóstrato, nació en Corinto hacia 361 aC. Dos décadas más tarde, hacia 342 aC, llega a Atenas, donde sería discípulo de Teofrasto y de Demetrio de Falero (este último discípulo también de Teofrasto, y más joven que el propio Dinarco). Es posible que antes de ser logógrafo se dedicara a la filosofía.
Como meteco, no pudo participar en los asuntos políticos de la ciudad, pero elaboró discursos para otros desde el año 336/5 aC. Llegó a alcanzar cierta relevancia tras la muerte de Alejandro Magno, cuando Demóstenes y los otros grandes oradores se mantuvieron apartados de la actividad y Casandro controlaba Grecia. Casandro había entregado el gobierno de Atenas a Demetrio de Falero, quien dirigió los asuntos de la ciudad de 317 a 307 aC. Esta fue la etapa más brillante de Dinarco, que llegó a amasar una fortuna considerable.
Cuando se restableció la democracia, Dinarco fue acusado de apoyar el régimen oligárquico anterior, y se vio obligado a huir a Calcis de Eubea. Allí permaneció quince años, y alcanzó también gran prosperidad. En 292 aC se permitió el regreso de los exiliados atenienses, y Dinarco pudo volver a Atenas gracias a la intervención de Teofrasto. Ya anciano, y con la vista debilitada, se alojó en casa de un conocido, de nombre Próxeno. Dado que este mostró poco interés en encontrar cierta cantidad de dinero que Dinarco había perdido en su casa, el orador lo denunció, en lo que sería su primera intervención personal ante un tribunal.
Es poco probable que viviera durante muchos años más, y aunque se desconoce la fecha exacta de su muerte, suele proponerse el 291 aC.
Dinarco fue un autor muy prolífico, y en el siglo I aC se le atribuían más de 160 discursos. Dionisio de Halicarnaso conoció 87, aunque consideró que solo 60 eran auténticos. Otros doce de diferente nombre mencionan otros autores clásicos. Sin embargo, solo siete han llegado a la actualidad, de los que tres están relacionados con el proceso de Hárpalo, y los otro cuatro han sido considerados obra de Demóstenes y aparecen hoy día en su corpus.
Sus tres discursos conservados son, por tanto, del mismo año, el 323 aC:
La valoración de la oratoria de Dinarco para los antiguos no es muy positiva (salvo para Demetrio de Magnesia, que lo prefería a Hiperides). Por ejemplo, Dionisio de Halicarnaso lo consideraba un imitador del estilo demosténico, y lo llama «Demóstenes rústico» y «Demóstenes de cebada».
Pero Dinarco tiene, sin embargo, ciertos méritos: a pesar de ser extranjero demuestra un gran conocimiento de la sociedad y la vida atenienses; posee cierta capacidad para la creación de imágenes y hace buen uso de la ironía; y su utilización de largas frases vehementes, con acumulación de interrogaciones, diálogos ficticios y anadiplosis (comenzar una oración con el final de la anterior), logra acentuar lo patético o acrecentar la indignación. También demuestra habilidad para variar los temas que trata y para usar los ejemplos históricos, además de un conjunto de recursos retóricos que crean la ilusión de espontaneidad.
Sus discursos poseen también un interés histórico, como muestra de la oposición a Demóstenes y de la violencia de la elocuencia en el siglo IV aC.
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